Hoy recordamos con esta
crónica publicada en la Revista del
Círculo, Año VII Número 27/28 de
septiembre de 1984, a la escritora Marta
Morales Álvarez de Almarza (1918-2002), abogada, columnista de ‘’El Observador’’ e
Integrante de la Sociedad Escritores de Chile Región de Valparaíso; autora de
‘’Cuentos Sobre la Verdad’’ y ‘’Como de la Familia’’, entre otras publicaciones:
“De todo vende don Críspulo Díaz a $40 el kilo. Tambores oxidados, estufas de todo tipo y
tamaño en desuso, viejas campanas, cerrojos, rejas, catres, lámparas, barras,
planchas a carbón, máquinas de escribir y coser desarmadas, pernos, tornillos,
candados, braseros, todo hacinado en cualquier manera, amontonándose y
cubriéndose de óxido que los pinta de un uniforme color rojizo, en el patio
bajo el sol ardiente, la lluvia, la neblina.
Más
de treinta años comprando y vendiendo fierros y botellas, en la misma vieja
casa de Blanco 680, que ha ido ensanchando, haciéndola penosamente crecer hacia
el fondo, a medida que el negocio transformábase en una institución de la Villa
de Quillota. Es que sucede que también
vende, acaso sin saberlo, algo intangible que camina en silencio, sin ser
visto, entre las ruinas de despojos metálicos, como dicen que danzan las
sombras ausentes en los camposantos. Y
eso es lo que atrae y transforma en paseo el ir a visitarlo. ¿Vamos a mirar fierros? Porque don Críspulo vende con sus fierros,
recuerdos, vende un poco de historia, con algo de nostalgia y una pizca de
agridulce melancolía.
Máquina
de Coser a Mano Superior, 1875. Imprenta de El Mercurio Valparaíso. Catálogo
Ilustrado de lo Expuesto por Rose Innes y Cía., Biblioteca
Nacional de Chile.
Yo
me pierdo en reminiscencias, y me voy de viaje dentro de la misma, al andar a
tropezones entre tanta cosa vieja, y llego sin saber cómo a la calle pérdida de
mí infancia. El calentador a leña del
baño de tina del domingo, lo tiene usted en esa esquina. ¿Cómo fue me lo trajo? Y mirándolo veo una
tina enorme que ya no se fabrica, donde flotan escuadras de barcos de papel de
diario, y a mis espaldas siento una voz amada que viene viajando del corazón
del tiempo y me grita de afuera: ¡Sálgase ya del agua niña! . El caldero que encendía el fuego en el
corredor de una máquina de coser a lanzadera, la misma, sin duda, que fue de mi
abuela, la marca borrada por el uso, y ese catre inmenso con rosas
forjadas en el cabezal, es idéntico al
de la tía Carmela y extravió el camino del presente en el de las cosas
perdidas. Reconozco la cocina y la paila
del dulce de membrillo que revolvíamos por turnos el montón de chiquillos, la
campana vieja que es la de mi escuela, y en mi pecho palpita la antigua
colegiala. Hay una reja oxidada que
antaño se abría hacía el parque encantado de los cuentos de la abuela al calor
del brasero. Y tal vez en años de
mazurca y lancero, una joven vestida del siglo pasado, cintura de avispa,
mangas al codo y lazos, bailó bajo el cristal dibujado de las tulipas de esa
lámpara rota que cuelga en trazos desarmados... $40 el kilo valen los
recuerdos, nada más señores en Blanco 680.
Y usted por tan poco dinero puede hacer, mirando un fierro, un viaje
auténtico al infinito rincón olvidado por usted mismo”.