sábado, 25 de marzo de 2023

Fierros y recuerdos

 


Hoy recordamos con esta crónica publicada en la Revista del Círculo, Año VII Número 27/28  de septiembre de 1984, a la escritora Marta Morales Álvarez de Almarza (1918-2002), abogada, columnista de ‘’El Observador’’ e Integrante de la Sociedad Escritores de Chile Región de Valparaíso; autora de ‘’Cuentos Sobre la Verdad’’ y ‘’Como de la Familia’’, entre otras publicaciones:

 

De todo vende don Críspulo Díaz a $40 el kilo.  Tambores oxidados, estufas de todo tipo y tamaño en desuso, viejas campanas, cerrojos, rejas, catres, lámparas, barras, planchas a carbón, máquinas de escribir y coser desarmadas, pernos, tornillos, candados, braseros, todo hacinado en cualquier manera, amontonándose y cubriéndose de óxido que los pinta de un uniforme color rojizo, en el patio bajo el sol ardiente, la lluvia, la neblina.

 

Más de treinta años comprando y vendiendo fierros y botellas, en la misma vieja casa de Blanco 680, que ha ido ensanchando, haciéndola penosamente crecer hacia el fondo, a medida que el negocio transformábase en una institución de la Villa de Quillota.  Es que sucede que también vende, acaso sin saberlo, algo intangible que camina en silencio, sin ser visto, entre las ruinas de despojos metálicos, como dicen que danzan las sombras ausentes en los camposantos.  Y eso es lo que atrae y transforma en paseo el ir a visitarlo.  ¿Vamos a mirar fierros?  Porque don Críspulo vende con sus fierros, recuerdos, vende un poco de historia, con algo de nostalgia y una pizca de agridulce melancolía.

 

Máquina de Coser a Mano Superior, 1875. Imprenta de El Mercurio Valparaíso. Catálogo Ilustrado de lo Expuesto por Rose Innes y Cía., Biblioteca Nacional de Chile.

Yo me pierdo en reminiscencias, y me voy de viaje dentro de la misma, al andar a tropezones entre tanta cosa vieja, y llego sin saber cómo a la calle pérdida de mí infancia.  El calentador a leña del baño de tina del domingo, lo tiene usted en esa esquina.  ¿Cómo fue me lo trajo? Y mirándolo veo una tina enorme que ya no se fabrica, donde flotan escuadras de barcos de papel de diario, y a mis espaldas siento una voz amada que viene viajando del corazón del tiempo y me grita de afuera: ¡Sálgase ya del agua niña! .  El caldero que encendía el fuego en el corredor de una máquina de coser a lanzadera, la misma, sin duda, que fue de mi abuela, la marca borrada por el uso, y ese catre inmenso con rosas forjadas  en el cabezal, es idéntico al de la tía Carmela y extravió el camino del presente en el de las cosas perdidas.  Reconozco la cocina y la paila del dulce de membrillo que revolvíamos por turnos el montón de chiquillos, la campana vieja que es la de mi escuela, y en mi pecho palpita la antigua colegiala.  Hay una reja oxidada que antaño se abría hacía el parque encantado de los cuentos de la abuela al calor del brasero.  Y tal vez en años de mazurca y lancero, una joven vestida del siglo pasado, cintura de avispa, mangas al codo y lazos, bailó bajo el cristal dibujado de las tulipas de esa lámpara rota que cuelga en trazos desarmados... $40 el kilo valen los recuerdos, nada más señores en Blanco 680.  Y usted por tan poco dinero puede hacer, mirando un fierro, un viaje auténtico al infinito rincón olvidado por usted mismo”.