lunes, 20 de marzo de 2023

Marcela Serrano, en Quillota y en la vida

 


"Llegué a Quillota una tarde seca y soleada de un viernes veraniego, el colectivo cruzó el puente de Boco y se adentró hacia zonas más rurales, frondosas, todas plantadas de paltos, esos árboles que tan bien conocía,.." Marcela Serrano (1)




"Dulce enemiga mía" reúne una veintena de relatos que hablan sobre las mujeres y sus vicisitudes.  Mujeres que  aman y lo hacen tanto aunque finalmente esto las lleve a su propio aniquilamiento. Como ocurre en el cuento "El hombre del valle", en el cual su protagonista, deambula de la holgura que sólo el dinero puede dar a la obscuridad de una miseria tan segura de si misma y por eso quizás tan arrogante. Una mujer que habita cerca de un río que antes fue amo y señor de todo un valle, que se rendía a su paso y que hoy está convertido en apenas  la sombra de una amenaza. Una amenaza de cubrirlo todo, con lo que hoy justamente no tiene, que son  sus aguas.

 

Ella llegará a esta tierra y en ella vivirá la pasión que se presentará con la careta de siempre, la del amor que promete perpetuidad.  Pero, todos sabemos que eso apenas ocurre, y si esto ocurriese habría una trampa, una trampa que suele llevar por nombre, realidad.

 

Y como son los caprichos de los dioses los que finalmente escriben las historias, entonces en este cuento, justicia y piedad no habrá, y sólo podremos encontrar  una iteración del mismo final, en destinos aparentemente distintos, unos de los otros.

 

Una repetición constante de una sola vida, en muchas vidas, y es quizás por eso que Marcela, escribe.


Marcela Poblete Cruz


1 Extracto del cuento, "El hombre del valle",  del libro, "Dulce enemiga mía", Alfaguara, 2013. Marcela Serrano Pérez, escritora chilena, Licenciada en Grabado. Sus novelas, han sido publicadas con gran éxito en Latinoamérica y en Europa, han sido llevadas al cine y se han traducido a dieciocho idiomas. Algunas de ellas son: Nosotras que nos queremos tanto (1991), Para que no me olvides (1993), Antigua vida mía (1995), El Albergue de las mujeres tristes (1997), Nuestra Señora de la Soledad (1999) y Diez mujeres (2012).






viernes, 30 de diciembre de 2022

Rojas Jiménez: tradiciones quillotanas

 


Alberto Rojas Jiménez (1901-1934), poeta,  cronista y  artista plástico.

 

“Mi primera infancia transcurrió en un pueblo polvoriento del valle central. Este pueblo era Quillota. Pueblo de casas blancas como quesos de cabra. De huertos verdes y sonoros como las islas del trópico, y de campanarios católicos que en los crepúsculos quillotanos apresuraban la caída de la noche.

Mis primeros recuerdos de Quillota son imprecisos como las primeras estrellas de la tarde o los primeros besos de la adolescencia.

Mis recuerdos posteriores acumulan imágenes que forman ese libro maravilloso de la niñez, libro de estampas que el tiempo ilumina con prodigio y que con un profundo y melancólico regocijo hojeamos pasados los treinta años.

Quillota. Allí fue asesinado mi padre y allí mis manos rompieron las primeras flores que todo niño rompe en al año triste en que la muerte entra en su conciencia con tremendo espanto.

Quillota... Allí, a los cinco años, aprendí a leer en los títulos de El Mercurio y El Chileno de Valparaíso. Y allí también me colocaron las primeras alas de ángel, alas de papel dorado que luego he perdido, y que me sirvieron entonces para subir sobre las andas de la procesión del Pelícano.

La procesión del Pelícano, en Quillota, dejó tan profunda huella en mi memoria, que ni la Semana Santa de Sevilla con sus tétricos encapuchados ni la Pasión de Oberammergau, en Alemania, han logrado desvanecer.

Quillota, en vísperas de la procesión famosa, se transformaba. Acudían visitantes de todo el centro de la República. Los hoteles no bastaban para albergar a la caravana de curiosos y éstos eran alojados en las casas particulares y hasta en los conventos del pueblo.

Quillota, que en los demás días del año tenía un aspecto somnolente de villorrio árabe, cobraba en la Semana Santa un aire de fiesta y jolgorio.

Llegaba el Jueves Santo y al caer la tarde las andas simbólicas salían del convento de Santo Domingo en hombros de gentes piadosas e infatigables. Dos, tres horas tardaba el cortejo en recorrer las cortas calles del pueblo. En cada esquina se detenían, y del interior de las casas, las voces de las niñas y de las señoras de Quillota saludaban su paso con cánticos religiosos de indescriptible melancolía.

La romería, en la noche, con sus antorchas encendidas, el estallido de los petardos, el tañer de las campanas y el aspecto fantástico de los “cucuruchos” vestidos de negros sayales y puntiagudos del Pelícano. Era un enorme pájaro de madera recubierto de espejuelos, cuyo cuello se doblaba sobre el pecho herido por su propio pico, de donde manaba una sangre que la leyenda popular adornaba de esotéricas virtudes.

El terremoto de 1906 destruyó todos los elementos de aquella popular mitología, sepultando las andas preciosas bajo los escombros del viejo convento.

Hay un cerro en Quillota, el Macaya, en cuya cima se conserva todavía una enorme cruz. En el mes de mayo se celebraba allí una extraordinaria ceremonia: el “baile de los chinos”. Yo nunca he podido saber de dónde salían estos chinos ni lo que significaba el rito que oficiaban. Los “chinos” eran hombres ataviados de rarísimas vestimentas, con polleras de colores y unos sombreros altos e inverosímiles con espejos y campanillas. Estos hombres bailaban en torno a la Cruz una danza salvaje que duraba tres días y tres noches.

Se acompañaban con unas flautas de caña cuyo sonido lúgubre y monótono recordaba el sonido de la “quena”, instrumento que tocan los indios de las sierras, en el Perú. La danza tenía mucho de báquica. El aguardiente y los gritos guturales de los danzarinos no conocían límites. Después de tres días, los “chinos” caían por tierra, víctimas de su paroxismo y de su borrachera sideral.

Sería curioso averiguar de dónde provenía esta Ceremonia. Cultos populares que ningún texto de folklore anota en sus páginas.

Esta tradición quillotana se ha perdido. Actualmente el pueblo duerme todo el año Ese sueño letárgico de la mayoría de los pueblos chilenos. Estoy seguro de que en las fiestas patrias de ahora, las astas de Quillota ya no ostentan aquellas enormes banderas que yo conocí en las fiestas patrias de mi infancia. Todos los quillotanos rivalizaban entonces en el tamaño de sus banderas. Las había riquísimas, de seda, de colores inimitables. La bandera de mi casa medía quince metros. Nunca vi más tarde un blanco de seda más blanco, ni un escarlata más escarlata, ni un azul más conmovedor. ¡Y la estrella de la bandera de mi casa! Para mí, ha sido y es todavía la única estrella solitaria de Chile...”

 

NE: Extracto de “La Procesión del Pelícano en Quillota” publicado en La Nación, Santiago, 10 de junio de 1934, pág. 4. Antologado por Oreste Plath, Juan Camilo Lorca y Pedro Pablo Zegers. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1994.


lunes, 22 de agosto de 2022

Una excursión a Quillota hace dos siglos




"Escenas en una feria en Chile"; dibujo de Peter Schmidtmeyer; litografía coloreada de George Johann Scharf.

 Un registro gráfico del Quillota de hace doscientos años. 


Peter Schmidtmeyer, (1772 - 1829), fue un viajero inglés que recorrió Sudamérica entre los años 1820 y 1821 y se interesó en retratar el carácter exótico del recorrido entre Buenos Aires y Santiago. El libro, registro de su viaje: Travels into Chile, over the Andes, in the years 1820 and 1821, with some Sketches of the Productions and Agriculture; Mines and Metallurgy; Inhabitants, History and other Features of America; particularly of Chile and Arauco...  incluye treinta grabados de varios litógrafos extranjeros: Rowney y Forster, C. Motte, Antonio Aglio y G. Sharf.

 

“Los cerros de Valparaíso, que inmediatamente después de las lluvias se habían decorado con un poco de verdor habían vuelto gradualmente  a su color pardo y la primavera había avanzado más allá de la mitad del camino hacia el verano, cuando aproveché de cierta holganza para hacer una excursión a arriba del valle de Quillota.  Todos los días vienen, muchos pequeños chacareros a caballo desde allí a Valparaíso, donde se coloca la mayor parte de la producción.  Una costumbre característica de la región de Sud América que he visitado, muy diferente a la mayoría de los países de Europa, es que las mujeres muy raramente se ven en los caminos con carga de producto alguno de las chacras, o atendiendo puestos del mercado o tiendas, o haciendo algún trabajo de campo.  Su tarea es mucho más doméstica allí.  Aunque se extrañe mucho la falta de industria en general, y particularmente la educación y empleo de los niños, sin embargo el viajero no se siente molesto de ver a las mujeres haciendo duras tareas y llevando cargas pesadas, mientras los hombres fuman, pasean y andan a caballo de acuerdo a su placer, como sucede en algunos otros países, donde a las primeras no solamente se les hace hacer trabajo asignado a su sexo por la naturaleza sino otros más todavía, que son mucho más adecuadamente o reservados para los hombres.

 

La ciudad de Quillota parece contener unos dos mil habitantes y probablemente hay otros tanto distribuidos en la vecindad.  La agricultura de sus campos no respondió a las esperanzas puestas allí, estaban muy llenas de nabos silvestres y otras hierbas, y las plantas de cereales, frijoles, papas y otros productos parecían débiles y pobres, pero, a fuerza de abundante humedad artificial y sol continuo a pesar de su aspecto nada prometedor, el fruto sale bondadosamente.

 

Los frijoles se colocan en filas y matas, dejándose caer varias veces semillas en cada hoyo.  El cultivo de la papa es muy parecido al nuestro y los canales de irrigación entre las líneas forman un montículo para las plantas.

 

Este último producto se encuentra en los mercados de Santiago y en algunas ciudades, pero no se consume en abundancia.   Durante todo el viaje a Huasco y otras excursiones, muy raramente la encontramos, ya sea debido al suelo, la labranza o la falta de cuidado en renovar las clases y propagar las mejores.  En este país son considerablemente inferiores a las buenas papas de Europa, pues son acuosas y de color desagradable.

 

 


"Arando un campo de Chile"; dibujo Peter Schmidtmeyer; litografía de George Johann Scharf.

 

En la plaza pública de esta ciudad había una feria, donde, como en otros países para esta ocasión, el comer y el beber formaban un rasgo sobresaliente.  Las diversiones principales consistían en jugar a una especie de juego de rouge et noir, por varios artículos a los que se apostaba dinero o por una polla de dinero.

 

Una multitud de hombres rodeaba cada puesto de juego, mientras las mujeres permanecían en chozas construidas con ramas, sentadas a lo largo de sus costados, escuchando a una cantante con un arpa o una guitarra.  Muchos hombres también solían entrar o permanecer horas enteras junto a ellos para escuchar las canciones, lo cual indica que ésta es una diversión muy favorita.  Así pasó el día y a la noche se hicieron exhibiciones de fuegos artificiales de naturaleza tan complicada que hubieran hecho un buen espectáculo si hubieran tenido mayor éxito.

 

Acabados estos, los chilenos se fueron a casa, generalmente en estado muy animado y un poco ebrios, corriendo carreras, excitando y espoleando de repente sus caballos con una especie de frenesí y frenándolos de tan en seco como podían contenerlos, deporte al que muy aficionados, haciéndose tretas entre sí y tratando de desmontar al otro.  Pero cuando se hallan bajo el efecto de mayor o menor embriaguez, todavía manifiestan en forma notable la alegría y ecuanimidad naturales de su temperamento.  Aunque están prontos a la maldad si se irritan, no hay disposición menos pendenciera que la de ellos.

 

Habiendo dejado Quillota y proseguido por el valle, su bella escena montañosa, me recordó mucho la de Argyleshire, cuando se observa desde le Clyde abajo de Greenock.  Los terrenos bajos se ensanchaban y mejoraban, había más verdor que le hubiera visto en cualquier otra parte, aunque  muchos se los dejaba desiertos y el río los hacía inadecuados.

 

Solo y afortunadamente sobre un caballo fuerte y alto, el error de la palabra punta por puerto fue la causa de que vadear  en lugar de pasar sobre un puente, el río Quillota, ahora Aconcagua, que por medio de una buena mojadura descargó su desilusión al no poder arrastramos en su corriente crecida y fuerte.  El puente, de construcción indígena, con cañas y sogas, ofreciendo una vista muy pintoresca, estaba detrás de una roca sobresaliente que formaba una punta, a unos pocos cientos de pies de mí”.