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En el año del tercer centenario de la ciudad de
Quillota cabe hacer una reflexión sin más propósito que participar a ampliar el
juicio de opiniones acerca de este magno acontecimiento. Como punto de partida
debemos proceder a interrogar aquello que se desea examinar al preguntar lo
siguiente: ¿Qué hay de continuidad a trescientos años del acto de fundación? y,
en última instancia, colocar otra pregunta más práctica: ¿Cuáles serían los
elementos posibles de identificar de persistentes?
Ambas interrogantes obligan a dirigir la mirada en
retrospectiva hacia dos dimensiones vinculadas a la fundación de la otrora Villa
de San Martín de la Concha. Una dimensión civil y otra de naturaleza religiosa.
El primero, comprendía una bateria de
instrumentos que daban cuenta de una fundación planificada por el Estado
español del siglo XVIII y que pusiera en práctica el Gobernador interino
José de Santiago Concha y Salvatierra. La segunda, personificada en la figura
del Obispo de Santiago, Luis Francisco Romero Gutiérrez que, teniendo pleno
conocimiento del territorio bajo su administración espiritual, empujó
insistentemente con hacer efectiva la política fundacional borbónica. La
síntesis, por lo tanto, había sido especificar el modo de distribución tanto de
formas construidas para residir y circular, como aquellas asociadas a las prácticas
socializadoras de los mismos habitantes.
De esta manera, se fue afinando una fisonomía urbana
de urdimbre colonial, pero que a través del tiempo ha situado una dinámica
evolutiva de cambio y continuidad. En la actualidad dichas categorías pueden verificarse
en el crecimiento urbano experimentado y donde florece la tensión entre el
valor social y el valor económico. En otras palabras, la dificultad para
conservar provoca un efecto negativo que erosiona la persistencia del
patrimonio construido hasta alcanzar su completa desaparación.
Lo anterior no significa desconer la
acción condicionante de terremotos y otros eventos naturales, sino que dado el
enfoque economicista contemporáneo arroja más bien dudas cuando se trata de
equilibrar los momentos de cambios en razón a la materialidad del patrimonio.
A pesar de
reconocer por acción u omisión una indefectible realidad, todavía es posible identificar
la persistencia de elementos que cumplen la función de conservar el orden original.
Así, por ejemplo, la Plaza Mayor atesora cualidades que van desde la
acumulación de actos vividos por la comunidad (ceremonias y fiestas) hasta su
gravitación en la organización del espacio urbano circundante. Muestra al
observador rasgos tradicionales como mediar la dualidad de poder entre la
Parroquia San Martín de Tours y el edificio de la Municipalidad. Otros, en
cambio, por su ubicación y orientación cardinal (casas, conventos e iglesias)
consiguen persistir en superioridad y tamaño a la distancia o la jerarquía
socio espacial de su ubicación. Por ejemplo, al observar la Iglesia Santo
Domingo muestra desde la distancia esa proporción mayor al romper con la monotonía
de las construcciones bajas y señalar una jerarquía por su ubicación. Por otra,
persisten practicas tradicionales (ritos, romerías y procesiones), por medio del
uso del espacio. En el caso religioso, cuando la calle adquiere la calidad de
vía sacra al conformar un circuito que reafirma la presencia de alguna de las
cuatro ordenes religiosas existentes en la ciudad.
Con todo, los elementos persistentes
en Quillota pueden convertirse en luces que
orienten a ponderar el valor del bien u objeto heredado, a despertar el
interés por conciliar su presente con el pasado y, en último término, abrir las
posibilidades de soluciones a la confrontación producida entre lo antiguo y lo
nuevo. Al cumplir Quillota trescientos años, es necesario salvaguardar sus características
que motivan seguir esclareciendo y, por lo tanto, redescubriendo.
Pablo
Montero Valenzuela