Ubicada una en el centro oeste a los pies de los Andes
y la otra entre la medianía de la cordillera de la costa y el mar. Una era el
punto de unión del comercio colonial desde el Río de la Plata a Santiago de
Chile y la otra un tipo espacial fronterizo del límite sur del Norte Chico y al
norte del Valle Central de Chile. Una fue el epicentro donde se preparó la
inigualable hazaña independentista del Cruce de los Andes y la otra cumplía ser
un reducto militar del Ejército Libertador. Ante tales diferencias cabe
preguntarse ¿Cuáles son los puntos de unión entre ambos territorios?
La respuesta hay que buscarla a través de las
impresiones, relatos y testimonios de quienes han visitado dichas tierras
alguna vez. Me refiero a los viajeros que gracias a sus evocaciones y
observaciones son una fuente relevante para interiorizarnos sobre hechos,
vivencias o situaciones poco conocidas e incluso ignoradas. De este modo, no
sólo podemos obtener información necesaria, sino que también revivir sus
experiencias. En este caso colocamos la atención en los viajeros extranjeros
que en el siglo XIX habían visitado Quillota y que estuvieron en Mendoza.
De los viajeros extranjeros que aparecen en
los estudios sobre Mendoza, tal como de la historiadora Teresa Alicia Giamportone
(1997, 2005, 2006, 2011), hemos identificado una variedad de observadores de
distintas nacionalidades (europeos y norteamericanos), donde algunos de ellos,
eran científicos, otros agentes comerciales, técnicos y también los había
militares. La mayoría, para sorpresa de quien escribe, coincidían en las
páginas de un trabajo titulado “Viajeros
en Quillota durante el siglo XIX” del profesor Roberto Silva Bijit
publicado en 1980. Así, el comerciante francés Julián Mellet a los ingleses Charles
Darwin, Samuel Haigh, Alexander Caldcleugh y Peter Campbell Scarlett, que como otros
viajeros a comienzos del siglo XIX - Peter
Schmidmayer, Eduard Poeppig, María Graham, Gilbert F. Madhison, John Miers, Gabriel
Lafond de Lurcy, Paul Treutler, Parley Pratt- habían conseguido dejar alguna
remembranza, un registro, en fin, vivencias acaecidas tanto en Quillota como en
Mendoza durante la primera mitad del siglo XIX.
1.- Consideraciones
en los relatos de viaje que unen a Quillota y Mendoza.
Los relatos y testimonios de viaje
dejan en evidencia la vocación agrícola tanto de Mendoza como de Quillota.
Aquello significa que comparten un destino común y similar al que pueden tener
las ciudades chilenas del valle del Aconcagua (San Felipe, Los Andes) compartiendo la
geografía de la Cordillera de los Andes. Desde sus altas cumbres cubiertas de
nieve escurre el vital elemento del agua que provee generosamente el río Aconcagua
a la subsistencia de los seres vivos y al cultivo agrícola.
La riqueza del suelo mendocino y
quillotano demuestra no sólo las
ventajas para el asentamiento que experimentaron los primeros habitantes de ambas
regiones, sino también el desarrollo de dirigir e implementar mejoras a productos,
tales como; frutas, granos, hortalizas y cultivos de viñas. De acuerdo con
Carolina Sciolla (2010) los procedimientos técnicos aplicados a los productos
alimenticios en la historia si bien son recetas y preparaciones, pero además es
la manera como se relacionan con el pasado y la cultura. Aquello nos ayuda a
comprender el tema agroalimentario y valorizar un patrimonio inmaterial donde
ha habido obtención, intercambios y organización en torno a dicha actividad.
Otro de los puntos de aproximación corresponde
a la percepción que se tiene sobre su condición urbana. Dos ciudades que tienen
la misma raíz colonial, pero siendo una más antigua que la otra. La ciudad de Mendoza
fue ordenada a fundarse en 1561 por el gobernador de Chile don García Hurtado de
Mendoza a cargo de Pedro del Castillo y tuvo una refundación en 1562 por Juan
Jufré de Loyza y Montesa. En cambio, Quillota fue la primera fundación del
siglo XVIII efectuada por el gobernador interino José Santiago Concha y
Salvatierra en 1717 y al igual que Mendoza tuvo características de refundación
en 1745 por el entonces Superintendente de Quillota don Martín José Larraín. Separadas
por ciento cincuenta y seis años tienen en común la traza cuadricular donde el
elemento urbano clave es la plaza mayor, ya sea desde el punto de vista
arquitectónico, estético y simbólico.
Este acercamiento a la riqueza
natural de las provincias y la condición urbana colonial nos introducen a los
comentarios que en primera persona transmiten las voces decimonónicas de los viajeros
extranjeros.
2.- Descripción
comparada a la luz de los viajeros extranjeros del siglo XIX.
En la edición de “Viaje por el interior de América Meridional
entre 1808 y 1820”, Julián Mellet,
señalaba que en Quillota había “todo lo
necesario para la vida. Sus campos se ven cubierto de cebada, maíz, lino,
cáñamo, viñas y frutas”. Este
comentario emitido por Mellet en 1814, bien podría coincidir con su apreciación
de Mendoza hecha en 1812 sobre los olivos, frutales, trigo y viñedos. Además,
el comerciante francés precisaba que en Mayo se hacían las vendimias y
destacaba la dulzura y gran porte de los higos y las uvas. De esto concluía de
Mendoza lo siguiente: “La riqueza de sus
productos hace muy comerciable esta ciudad con todos sus artículos y la
exportación para otros países aumenta aún su opulencia”.
Observaciones de los cultivos y
viñedos en Mendoza hizo el agente de comercio inglés Samuel Haigh e igual cosa
sucedió cuando en su relato “Viaje a
Chile durante la época de la Independencia”, era testigo en Valparaíso de
la entrada de productos provenientes de Quillota en estos términos: “Allí esta también el mercado donde se
expende carne de toda especie (lomo de ternera), aves de corral, vegetales y
abundantes frutas venidas de Quillota”. Un interesante dato aporta el texto
“Travels into de Chile, over the Andes”
de Peter Schmidtmeyer, sobre los pequeños agricultores (chacareros), que a
caballo venían de Quillota con sus productos al puerto de Valparaíso. Esta escena
tenida a la vista por Schmidtmeyer, tendría relación con la propuesta que el
viajero inglés hiciera en 1821 al Director Supremo Bernardo O’Higgins, para
realizar un plan de fundación de colonias agrícolas formadas por familias
católicas suizas (M. Somarriva, 2007).
Otro viajero como Alexander
Caldcleugh describía hacia 1821 las características climáticas de Mendoza,
destacando el azul profundo de los cielos
y los cuatro meses invernales. Tiempo después, Caldcleugh, se encontraba
en Quillota donde hizo un interesante registro a través de una ilustración. La
imagen del paisaje que pudo contemplar, había sido ilustrada desde el cerro
Mayaca y de este modo era exhibido un fértil valle rodeado de cerros, sobresaliendo,
la prominencia del cerro la Campana. Muestra una iglesia que bien podría ser la
parroquia San Martín de Tours. El conjunto caracterizaba a Quillota en los
albores de la República. De manera similar, Charles Brand, relataba en su
diario lo siguiente: “ascendimos una
cuesta muy empinada, desde cuya cumbre había una vista de los más encantadora.
A la izquierda yacía el hermoso y fértil valle de Quillota, limitado por
colinas ondulantes cubierta con rica verdura con muchas manchas tendidas con
buenas plantaciones”.
En 1827, el viajero germano Eduard
Poeppig plasmaba sus impresiones en la obra “Un testigo en la Alborada de Chile 1826-1829”, al efectuar por
segunda vez una excursión hacia Quillota. Pero a diferencia del viaje anterior
la nueva travesía fue para adentrarse en una de las haciendas de Quillota.
Después de horas de cabalgata por los cerros y dejando atrás uno que otro
obstáculo del trayecto, hizo ingreso por la parte principal de la propiedad.
Durante el reconocimiento del lugar encontró abierta la puerta de una inmensa
bodega y en su interior se descubrían “las
filas de fondos de cobre bastante grandes
en que se cuece el vino, según la costumbre antigua, a fin de
proporcionarle mayor graduación alcohólica y dulzura, propiedades que la hacen
desagradable y quizá también pernicioso para el no habituado”. Al lado de
este galpón había otro similar con una cuádruple hilera de grandes tinajas de
greda roja. Todos estos caldos, aunque carentes e imperfectos a los
procedimientos modernos, eran finalmente envasados en botijas de cuero de
cabras y revestidos con una goma vegetal que actuaba de sellador. Años después
el capitán francés Gabriel Lafond de Lurcy contaba en su libro “Viaje a Chile” que don Nicolás
Izarnótegui, hacendado de unos cincuenta años,
lo había agasajado con chacolí y aguardiente anisado fabricado por él.
Charles Darwin había visitado
Quillota en la segunda quincena de Agosto de 1834 y en aquella oportunidad su
comitiva salía en medio de los parajes de la desaparecida hacienda de “San
Isidro”, donde previamente habían pernoctado, y luego de estudiar los
alrededores siguieron, por consejo del mayordomo de la hacienda, el camino del
ascenso a una de las alturas principales del valle. Desde la cima, Darwin,
apuntaba lo siguiente: “Pasamos el día en
la cumbre de la montaña y jamás me pareció tan corto el tiempo. Chile limitado
por los Andes y por el océano Pacífico, se extiende a nuestros pies como un
plano. El espectáculo en si mismo es admirable, pero el placer que se siente
aumenta aún con las numerosas reflexiones que sugiere la vista de la Campana y
de las cadenas paralelas, así como del amplio valle de Quillota que las corta
en ángulo recto”. Al año siguiente,
marzo de 1835, el naturalista inglés hacía una corta estancia en Mendoza y llamó
su atención la fertilidad del suelo y decía que “lo
mismo que en Chile, debe su fertilidad el suelo al riego artificial”. La
estadía de Darwin en Mendoza casi coincidió con la de Peter Campbell Scarlett
en el verano de 1835.
Como podemos darnos cuenta las
observaciones de estos viajeros extranjeros sobre las bondades del suelo de ambas
regiones también encuentran similitud respecto a la ciudad.
3.- Las ciudades
de Mendoza y de Quillota por los viajeros extranjeros.
De la ciudad de Mendoza decía el
capitán Francis Bond Head lo siguiente; “Todas
las calles están trazadas en ángulo recto, hay una plaza cuadrada en cuyos
lados se levanta un gran templo y varias otras iglesias y conventos esparcidos
por la ciudad”. Al otro lado de la cordillera Julián Mellet opinaba que la
ciudad de Quillota era “bastante bonita,
larga y estrecha, esta tímida en un valle muy risueño”. Agregaba que las
casas de Quillota “en general son bajas;
es raro que tengan otros departamentos que en uno principal; no obstante su
uniformidad, se las ve muy lindas y forman calles muy hermosas”.
Aquellas observaciones no fueron
menos a las del viajero inglés Gilbert Farquhar Mathison. Después de haber
estado en Valparaíso y Santiago, Mathison, había partido a Quillota por la
siguiente razón: “el buque en que
teníamos tomado pasaje para Lima había sido inesperadamente detenido, y en
vista que la ciudad de Valparaíso era triste y falta de comodidades, alquilé un
peón para guía en una excursión al valle de Quillota”. A su llegada a la
ciudad el 6 de marzo de 1822 tuvo la siguiente impresión: “La pequeña ciudad de Quillota es una de las más hermosas que yo haya
visto en la América del Sur”. Luego colocaba atención a los edificios de
las iglesias de Quillota en estos términos: “las numerosas torres de sus iglesias y sus cúpulas le hacen aparecer en
la distancia con ciertos aires de grandiosidad apariencia que, vista más de
cerca, se desvanece por lo tosco de su
arquitectura”. Diferente impresión le merecen las casas al describirlas de
la siguiente forma; “sus casas ocupan una
gran extensión y alternan generalmente con jardines y viñedos y arroyos de agua
corriente, que alegran y hermosean todo el lugar, a tal extremo, que en
realidad le da el aspecto de rus in urbe”.
Dos días permaneció Madhison en
Quillota donde pudo recoger parte de la vida cotidiana de las casas que visitó. De hecho, fue gracias a un coterráneo inglés
– quien le había facilitado albergue– que Mathison pasara varias horas en casas
de familias quillotanas. El ambiente de una de las casas que visito fue
descrita de la siguiente manera: “A mí
entrada, encontré, de ordinario, a la mujeres sentadas en círculo frente a la
puerta, sobre esteras extendidas en el suelo, gozando del fresco de la noche
como es de uso en los países cálidos. En raras veces ví a los hombres, y cuando
se hallaban en casa, fumaban sus cigarros, sin prestar interés o terciar en la
conversación. Las señoras parecen que viven con libertad y jamás dejan de
acoger al extranjero de la manera más amable (…) Algunas bailan, a pesar de que
era época de cuaresma; otras tocaban algunas canciones en un clavicordio
pequeño, instrumento de uso corriente entre ellas”.
Algo similar recordaba Gabriel
Lafond de Lurcy, cuando contaba haber pasado sus mejores días en Quillota y
dando crédito a esa vivencia decía: “Nada
más fácil en Quillota que organizar una fiesta o baile ¡Cuantas veces me ha
ocurrido bajarme del caballo a las seis de la tarde, organizar un baile i ver
tres horas más tarde cuarenta
encantadoras jovencitas bailando llenas de entusiasmo y felicidad! ¡Cuantas veces hemos partido cinco, seis i
diez jóvenes de Valparaíso para venir a pasar días inolvidables a Quillota”.
Sin extendernos demasiado podemos
concluir que las visiones tocan aspectos comunes al encontrarse con ciudades
hasta entonces más bien pequeñas, de pocas viviendas y con grandes extensiones
de tierras dedicadas a la agricultura. Conservando el carácter colonial de sus
calles rectas y la centralidad de la plaza donde alrededor se hallan edificios
institucionales. Por último, el objeto de combinar los relatos no ha sido otro
que conseguir formar un entramado que recoja cada una de las experiencias
personales de los viajeros tanto en Quillota, como en Mendoza. Demostrar sus
similitudes desde las miradas de los viajeros, provoca encontrar más elementos
en común que, por lo tanto, las hacen más cercanas.
Pablo Montero Valenzuela
Artículo publicado por el Periódico Binacional “Las Dos Puntas” en los
meses de enero, febrero y marzo de 2017.