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Cuando, hace varios años, leí con mucho interés la
biografía de Benjamín Vicuña Mackenna, del año 1951, escrita por Eugenio Orrego
Vicuña, como quillotano me llamaron la atención las siguientes líneas:
“En
1884 volvió al foro, reanudando actividades judiciales, en defensa, esta vez,
de amigos de juventud envueltos en litigio que pronto alcanzó las proporciones
de un bullado escándalo social. Fué
aquel pleito el que instaurara don José Regis Cortés para obtener la
interdicción de su padre don Felipe Eugenio, a fin de anular ciertos contratos
suscritos por éste con los hermanos Francisco Javier y Ruperto Ovalle.
Vicuña
redactó, en contestación a un libelo de Cortés (227), extensa publicación
firmada por Ruperto Ovalle: Para castigo
de la difamación. Las imposturas de don José Regis Cortés a
propósito del juicio de interdicción por demencia que sigue contra su señor
padre D. Felipe Eugenio Cortés.
Habiendo
publicado el mismo sujeto otros dos groseros libelos contra los hermanos
Ovalle, don Ruperto firmó el siguiente escrito: Mi respuesta al último soez libelo de don José Regis Cortés en apoyo
del juicio de interdicción por demencia que sigue contra su señor padre D.
Felipe Eugenio Cortés. Dice don Ricardo Donoso: “Desde la primera a la
última línea de este folleto se adivina la punzante pluma del autor de la Historia de Santiago…”
Instaurado
el pleito en Quillota, se dió lugar a la demanda en lo concerniente a aceptar
al interdicción provisoria del señor Cortés. Apelada la sentencia, Vicuña Mackenna alegó –
por vez primera y última después de varios lustros – indicando que lo hacía en
obsequio a una amistad tan antigua como su vida y especialmente en razón de
ventilarse altas y trascendentes cuestiones de derecho público “que afectaban
los preceptos claros de la
Constitución y la ley internacional de todas las
naciones”. La apelación fué ganada por
el impugnador, pero el pleito duró largos años, según inveterada tradición de
los tribunales chilenos.”
(227) “Para la vindicta pública. El crimen de la Rue Gluck , Nº4 en
París”. Domicilio de don Felipe Eugenio
Cortés.
En los
días de mi lectura ignoraba quiénes eran los litigantes y quién era don Felipe
Eugenio.
Mi
anterior nota, sobre la familia Cortés, entrega información relevante alusiva a
la vida y bienes del abuelo de José Regis y padre de Felipe.
Hasta
el año 1883 encabezó la acusación Escipión Eugenio Cortés Solís (Guayaquil,
1839 – Quillota, 1883). Lo reemplazó el
segundo de los hermanos José Regis Cortés Solís (Lima, 1843 – Quillota,
1898). También colaboró la hermana María
Constanza.
El
autor de la biografía citada (Orrego Vicuña), el abogado defensor (Vicuña
Mackenna) y los acusados (los hermanos Francisco Javier y Ruperto Ovalle
Vicuña) eran familiares. El historiador
y los hermanos eran primos.
El
libro “La encomienda de Catapilco” (1998) de Javier Pérez Ovalle, sobrino de
Javier y Ruperto, retrata a nuestros personajes afectuosamente. Sin embargo, al primero lo califica como
“oveja negra”, “ángel rebelde”, “descarriado”, con “una simpatía
infinita”. Falleció en 1911. Al tío Ruperto lo admiraba (murió en Zapallar
a los 74 años).
Pérez
Ovalle relaciona a los Cortés con los conservadores y Carlos Walker Martínez y
a los Ovalle, con los balmacedistas. Don
Ruperto fue perseguido por los vencedores de la guerra civil.
El
historiador Jorge Ortiz Sotelo consigna, después de referirse a un dudoso
testamento, a los contratos y al poder general otorgado a don Ruperto, “Scipión
y sus hermanos iniciaron la acción de interdicción…, acción que fue solo el
preludio de un larguísimo proceso judicial que tomó más de una década en
resolverse a favor de los Cortés Solís”.