Horacio Hevia Labbé
(imagen "La Historia que falta" Wilfredo Mayorga. Ercilla)
Y
nos agregó: “el 7 de abril de 1890 se iniciaron las clases de este Liceo, con
un preparatorio y un primer año de Humanidades.
A este último curso ingresé a la edad de 12 años, y junto a mis hermanos
Julio y Enrique, mientras que mi hermano Osvaldo lo hacía al curso de
preparatorias. El Liceo de Quillota
venía a llenar una necesidad en la región y fue recibido con generales muestras
de alegría y satisfacción. Más aún que
era un Liceo “Concéntrico”, esto es, que aplicaba los nuevos planes de estudio
que consistían en hacer trabajar la inteligencia del alumno a través del
desarrollo de la clase, cambiando el sistema antiguo de la memorización”.
Quien
nos habla es un hombre que ya ha cumplido los 87 años de edad, con una mente
brillante y una memoria prodigiosa, para recordar hechos, nombres,
circunstancias, anécdotas y darles su personal y viva interpretación. Se trata de don Horacio Hevia Labbé,
destacado ex alumno del Liceo de Hombres de Quillota y uno de los pocos
sobrevivientes de aquellos 171 muchachos que en 1890 llegaron al primer llamado
de la campana liceana. Don Horacio, nació
en Quillota, hijo de don José Francisco Hevia Riquelme, Notario y Conservador
de Bienes Raíces del Departamento. Hizo
sus primeros estudios en la Escuela Elemental del Profesor don Juan de Dios
Ariste, que estaba ubicada en calle O’Higgins, frente a la Plaza de Armas. Después pasó a la Escuela Primaria, cuyo
Director era don Francisco Quevedo, y finalmente al Liceo de Hombres, recién
fundado, donde cursó de primero a tercer año de Humanidades. Trasladado a la capital siguió en el Liceo
Santiago, ahora Valentín Letelier, después en la Escuela de Derecho de la Universidad
de Chile, para recibirse de abogado en julio de 1902. Como él dice con orgullo: “Hice todos mis
estudios en colegios fiscales”.
Pronto
ingresó a la carrera judicial y ya en 1906 era Relator de la Corte de
Concepción, después Juez del Crimen de Santiago, y Ministro de la Corte de Apelaciones
de la misma ciudad. Libertario por
excelencia, tuvo desde su cargo de Ministro, un descollante papel defendiendo
las garantías constitucionales durante los años de la anarquía de 1925 a 1932. Separado de su puesto por razones políticas,
lucha denodadamente por volver el país a la
normalidad constitucional. Reiniciado este camino ocupa el Ministerio
del Interior, donde se desempeña con el mismo acierto que en su carrera
judicial. Recientemente en Revista
Ercilla ha recordado, a través de varias entrevistas esos años difíciles pero
nobles de su vida.
Interrogado
por nosotros sobre lo que fue el Liceo en los primeros tiempos se explaya con
mucha facilidad, por lo que necesitaríamos no sólo esta página, sino la Revista
entera para poder relatar todo lo que nos cuenta.
Recuerda
al primer Rector, don Juan Rencoret Bravo, de quien dice: “era un hombre muy
alto, de una inteligencia viva, y el profesional de más prestigio en la ciudad
de Quillota. Por ello precisamente lo
nombraron Rector no obstante que era médico cirujano. Hacía clases de
Castellano, además de atender la rectoría y ejercer su profesión. Vivía en la localidad de San Pedro de donde
viajaba todas las mañanas en su coche con caballos, y generalmente almorzaba en
mi casa. Después de la Revolución de
1891 don Juan fue reemplazado en el cargo por don Medoro Pedevila, que era
profesor, y por contraste un hombre muy chico.
Pero duró poco tiempo en el cargo, y pronto llegó don Santiago Escutti
Orrego, a quien es muy difícil olvidar.
Abogado y profesor, se destacaba como un poeta con profunda emoción y
varias veces laureado. Sus clases de
castellano eran brillantes y donde no sólo se enseñaba versos, como era
costumbre antaño, sino que también gramática.
Siendo el Liceo Valentín Letelier uno de los mejores de Chile y con
profesores extraordinarios, no tenía un profesor de castellano de la calidad y
preparación de don Santiago Escutti Orrego”.
Al
preguntarle sobre los primeros profesores de ese curso de 1890, anota de
inmediato el nombre de don Luis Larraín Zañartu, profesor de Historia y
Geografía, “quien pertenecía a una de las mejores familias de Chile y que hacía
clase un tanto monótonas, porque no tenía método para enseñar, lo que se
justificaba ya que no era profesor sino que abogado”. Continúa, “y tampoco es posible olvidar los
dos profesores alemanes, importados especialmente para el Liceo y que al llegar
al país ignoraban completamente el castellano.
Don Herman Stringe, enseñaba francés y matemáticas, y vivía en casa de
la familia Buzeta, en calle Concepción frente a la Plaza de Armas, y aprendió
castellano pololeando con Elenita Buzeta.
El otro profesor, don Carlos Dernedde, enseñaba ciencias físicas y
naturales pero jamás aprendió castellano, y fue objeto de toda clase de bromas
por los alumnos. Generalmente al
pedírsele permiso para salir de clases se le agregaba un calificativo
injurioso, que él ignoraba. Pero tanto
escucharlo preguntó por ahí el significado, y cuando lo supo se lo guardó para
sí, y la próxima vez que fue interpelado en esta forma, le dio al alumno una
tanda de golpes, a la que los profesores alemanes eran adictos”.
Don
Horacio es un libro abierto y de una materia pasa a otra. Pronto recuerda a sus compañeros, y lo hace
con cariño y afecto. Primero a sus tres hermanos,
que se iniciaron con él en este Liceo en 1890.
después menciona a Alberto Arancibia Carvajal, y dice: “hace pocos días
en la apertura de un testamento me encontré con su hijo Armando, que es Juez de
Santiago”; y sigue: Jorge Araya Jeria y Enrique Costa Pelé, que pronto se
fueron a la Escuela Naval; a Juan Brito “el sapo”; los dos hermanos Buzeta en
cuya casa vivía el profesor Stringe; a Julio Zapata Fernández, hijo del
boticario peruano; a Julio Fernández, que fue militar y llegó hasta General y que
creo que aún está vivo; a Alfredo Aldunate Goñi, y tantos otros. Hace poco
murió David Vásquez Figueroa. En mi vida
me he encontrado muchas veces con compañeros de aquel primer curso”.
Nos
agrega don Horacio: “El Liceo fue creado en el año 1889, pero no empezó a
funcionar hasta un año después, y al poco tiempo las clases fueron
interrumpidas, por la Revolución de 1891.
En ese año sólo tuvimos algunos meses de clases, pero después sirvió de
cuartel y no se tomaron exámenes, por lo cual los cursos debieron hacerse de
nuevo en 1892, cuando se reiniciaron las actividades. Siempre el Colegio ha funcionado en el mismo local, de calle O’Higgins, al lado del
cual estaba el cuartel de policía, pero sólo llegaba hasta la mitad de la manzana
ya que por San Martín funcionaba otro Colegio, que creo era una Escuela
Particular para Niñas. Lo más
característico en aquellos años, y que ya no debe existir, eran los lugares de
castigo, donde se nos dejaba arrestados después de clases y por alguna falta a
la disciplina. Eran salas estrechas y
obscuras, ubicadas en el patio, donde se nos encerraba bajo llave. El portero debía hacer el aseo del Colegio y
después al irse soltarnos. Más de una
vez al portero se le olvidó hacerlo y en la noche los padres desesperados venían
a buscar a sus hijos, y para obtener su libertad aún tenían que ubicar al
portero. Era un castigo fuerte pero que
pronto logramos solucionar abriendo un forado para sacar el cerrojo y escapar
antes de tiempo”.
Hemos
conversado más de dos horas con don Horacio y lo vemos un poco cansado y
deseamos terminar la entrevista, pero él no quiere cortar la cadena de
recuerdos. Finalmente, nos dice: “Tengo
muy gratos recuerdos del Liceo, pasé en él momentos felices y estoy orgulloso
de mi carácter de ex alumno de este establecimiento. No deseo otra cosa que poder compartir con
Uds. la celebración del 75º
aniversario. Si la salud no me permite
concurrir le ruego hacer llegar mi saludo cariñoso a ese Colegio, a sus
profesores, alumnos y a los cientos de ex alumnos que se reunirán ahí”.
(Entrevistado: Horacio Hevia Labbé
(Quillota, 1878 - Santiago, 1970).
Entrevistador: el abogado quillotano Mario Contreras Rojas (1932 -2015).
Fuente: revista “Homenaje” (1965) de los
exalumnos.
Gentileza de Jaime Brito Orrego).