Portada libro "Francisco, un héroe de 15 años",
de Luis Calderón Cubillos.
Hoy damos a conocer la obra que lleva por titulo
“Francisco, un héroe de 15 años” y a su autor, Luis Calderón Cubillos. Debo
confesar que no fue extraño -al leer las 155 páginas- el reparar en la existencia
de un vínculo directo entre el autor y el personaje principal de la novela. El
autor Luis Calderón Cubillos es bisnieto de Francisco Cubillos Brizo….el héroe
de 15 años.
Para quienes tendrán la oportunidad de leer este
texto podrán deducir que se trata de un escrito contrario al olvido. Esto porque
el autor se esfuerza en rescatar y reconocer los méritos de éste personaje que
a los 15 años partía al frente de batalla, debido a un conflicto bélico de
proporciones, como fue la
Guerra del Pacífico.
Lo anterior es un punto clave en la obra de Luis
Calderón, ya que el tema del olvido esta presente en muchos pasajes de nuestra
historia reciente. Sin ahondar demasiado sobre esto último, pues, no es el tema
que en esta oportunidad nos convoca, pero sí es pertinente dejar planteada la
pregunta acerca de ¿Por qué y para que evocar?
Ahora bien, detrás de los excelsos héroes que
adornan las calles de nuestras ciudades se encuentran aquellos héroes
desconocidos ya sean hombres y mujeres -especialmente jóvenes-. Personajes
corrientes y anónimos en su mayoría. Diferentes a nombres y apellidos de la
élite de entonces y que sin formación bélica se incorporaron a filas del
ejército y la marina para defender a la patria. Partieron hacia tierras
desconocidas cuyo agreste paisaje tenido a la vista resultaba chocante y
extraño. El desierto contrastaba con la amabilidad del verdor que tenían
lugares, como por ejemplo; el valle de Quillota.
Precisamente la localidad rural de Boco es el punto
de partida del relato y escenario de vida del protagonista. Boco, cuya
toponimia corresponde
al vocablo derivado de la lengua quechua de poco (madurar) y del mapudungun
poco (sapo), tenía hacia mediados de
1870, según prensa de El Correo de Quillota N° 5 del 16 de mayo de 1874, cuatro
mil habitantes. El lugar en cuestión estaba totalmente carente de los servicios
básicos que con los que cuenta hoy en día. Allí, donde predominaban las
relaciones feudales debido a la fuerza gravitante de la hacienda, se encuentran
situados Francisco Cubillos y su familia.
Era en el galpón del fundo donde el autor retrata
la labor de los peones y del que el joven Francisco era participe. El autor
dice:
“Invierno de 1878, pasó igual que todos los años,
de lluvias muy torrenciales (…) Después de eso los jóvenes y niñitos del fundo
podían ayudar en el galpón en diversas labores, como por ejemplo escoger o
separar porotos, los buenos de los malos o deteriorados, y juntarlos en cestas
y una vez llenas vaciarlos en sacos” (P. 73)
Toda esa faena agrícola se desarrollaba en tiempos
de inestabilidad económica. Hacia 1875 el país estaba sumido en una profunda
crisis económica. Situación que en 1878 aún no mejoraba. Recordemos que la
economía del país estaba centrada en la producción agrícola. Las exportaciones
jugaban un papel central en mercados como California y Australia (demanda
externa de productos alimenticios). También debía abastecer el consumo interno.
Sin embargo, el cierre o la contracción de dichos mercados tuvieron un alto
impacto para la población. La reactivación estaría confiada a la explotación
agro-minera en mercados como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. De este
modo, el cobre, el trigo, el carbón y el salitre se asociaban como los grandes productos
de la economía chilena. Pero no había duda que el Salitre, debido a su fácil
explotación a mayor escala, vendría en el corto plazo, ha convertirse en el
producto estrella.
En relación a lo anterior no podemos omitir una
tecnología relevante como el ferrocarril. En Quillota, éste medio de transporte
que estaba circulando desde 1863 no sólo transportaba mercaderías sino que
personas y las noticias que llegaban por dicha medio. Hago presente esto,
porque el autor lleva al lector a la ex estación de Quillota, como lugar de intercambios
de información sobre asuntos que afectaban la vida de familiares que habían
emigrado al norte. El autor señala:
“En Perú y Bolivia los inmigrantes chilenos hacían
faenas que los habitantes locales no podían o no querían hacer en industrias
tales como la construcción de vías de ferrocarril, la industria del salitre,
astilleros y servicios de puertos”. (P 99).
Con la agudización del conflicto que desembocaría
en la guerra, se consiguió disminuir los niveles de incertidumbre laborales y
difuminar las tensiones por parte de la elite económica. Era el momento de la
unidad propiciado por la guerra y, en consecuencia, se suspendían las
desigualdades al interior de la sociedad en pos de un objetivo
fundamental.
Lo anterior
no excluía la intranquilidad que desde la lejanía podían expresar los
residentes de Boco y, sobre todo, los peones del fundo en lo que sigue:
“La semana siguiente pasó con mucha intranquilidad
y dudas en el fundo, por parte de los peones que se preguntaban que estaría
pasando en el norte, porque no recibían
nada de noticias y su preocupación era porque muchos de ellos tenían
familiares, como hermanos, primos o tíos trabajando en Antofagasta”. (P. 100).
En ese escenario, fue, que desde el Estado, se
iniciara una campaña informativa, por medio de discursos e imágenes tendientes
a ennoblecer y justificar las causas del conflicto. Se apelaba a la emotividad
a fin de legitimar la movilización militar. Tal como ha evidenciado el profesor
Julio Pinto Rodríguez (1997) sobre la movilización de peones chilenos durante
la guerra que fue de manera rápida y masiva sosteniendo la existencia de un
patriotismo popular.
No está demás recordar que en el Chile del siglo
XIX la población era mayoritariamente oral. De allí la importancia de utilizar
mecanismos de socialización como símbolos oficiales, himnos patrióticos y
exacerbados discursos en las plazas y calles que eran oídos por una multitud.
En ese ambiente de exaltación es donde el
protagonista Francisco de 15 años y su hermano Julio y sus amigos Pablo y Tomás
de 17 años, fueron a alistarse. El autor expresa:
“En mayo de ese año se empezó a formar un grupo de
instrucción de Quillota, la mayoría de los hombres de campo, gente de la zona,
del fundo se presentaron varios, Francisco de saberlo insistió tanto a sus
padres que fue con sus amigos a presentarse. En el lugar había un capitán a
cargo de la inscripción y adoctrinamiento de los voluntarios”. (P.114).
El Batallón Quillota fue la unidad
cívico-movilizada que habría de acoger a los jóvenes Tomás, Pablo y Julio y así
como a seiscientos voluntarios. Después de un par de meses de instrucción en la
capital debían regresar a Quillota y tomar el ferrocarril que los llevaría a embarcarse
en Valparaíso rumbo al norte. Permítanme
señalar el testimonio del soldado Hipólito Gutiérrez durante la despedida de
las tropas acantonadas en Quillota, justo cuando las mujeres: “tiraban flores a los carros y plata también
nos daban para el camino como si hubieran sido de mucho tiempo conocidas o
ubiesen (sic) sido parientas”.
[Crónica de un Soldado en la
Guerra del Pacífico, 1976].
Francisco Cubillos observa emocionado, pero a la
vez frustrado por su edad y condición física que le jugaban en contra, la
partida del grupo de amigos y hermano. Tres meses pasaron cuando - ya decidido
y mejor preparado- partía a la capital y más precisamente a la localidad de San
Bernardo, pues, allí se encontraban sus padrinos y donde estaban recibiendo a
los voluntarios en Batallón Curicó. Así el autor señala:
“Al día siguiente el padrino Isidro salió con
Francisco en dirección del lugar donde estaba acampado el batallón en San
Bernardo, cuando llegaron había gran cantidad de hombres en filas esperando ser
examinados, jóvenes y adultos (…) Francisco ahora estaba preparado, no como la
vez anterior, así que gracias a todos los troncos que cortó con el hacha de su
padre en fundo había adquirido fuerza de brazos y resistencia, por lo mismo
ahora pasó la prueba por el momento”. (P.120).
El soldado Francisco quedó a cubrir el puesto de
Corneta del batallón Curicó y donde finalmente fue su titular.
A estas alturas de la presentación no puedo pasar
por alto al ícono del Roto. Una figura de consenso entre la elite y el mundo
popular cuyo estatus se lo debemos al quillotano Zorobabel Rodríguez Benavides.
Para Rodríguez era dicha figura por sí sola quien definiría los destinos de la
guerra. De allí que precisaba en su heroificación resaltado su figura. [Diario
El Independiente. “En Pisagua como siempre”. Santiago 13 de noviembre de
1879]. Convertido en soldado gracias al garbillo
del Estado era el sujeto digno de admiración.
Avanzado en el relato nos ubicamos el 15 de
diciembre de 1880, cuando el batallón Curicó (con más de 800 soldados) recibe
la orden de marchar junto a otros batallones movilizados hacia el Perú para
comenzar la campaña de Lima y que finalizaría en la batalla de Miraflores del
15 de enero de 1881.
Al retornar de la campaña Lima el cuerpo movilizado
del Quillota –en marzo de 1881- le fueron otorgadas por la ciudad de Quillota
sendas medallas a los miembros del Batallón Cívico Movilizado de Quillota.
Durante el acto de recepción el gobernado Santiago Vergara y los diputados del
departamento de Quillota, Agustín Edwards Ross y Félix Echeverría Valdés,
ayudados de algunos concurrentes, colocaron en el pecho de estos dignos hijos,
la insignia, cuyo grabado decía Miraflores, que les había de reconocer y
recordar la gratitud de sus conciudadanos. Varios de los restos de estos héroes
quillotanos descansan en el mausoleo de los veteranos del 79’ en el cementerio del
Mayaca. Otros como los restos del comandante José Ramón Echeverría Castro se
encuentran en Valparaíso.
Mientras todo esto acontecía el soldado Francisco
Cubillo Brizo del batallón Curicó había sido ascendido a sargento.
“En abril de 1881 y con solo tres batallas
Francisco es ascendido a sargento, debido a su valentía y arrojo que había
demostrado en el Manzano, Chorrillos y Miraflores, ya que no dudaba en marchar
delante de la tropa guiando a los compañeros haciéndose escuchar con su
Corneta”. (P. 136).
Siguió la campaña de la Sierra y que fuera la
última, pero también la más larga etapa de la guerra. Corría el mes de octubre
de 1883 y aún estaba combatiéndose a las montoneras organizadas. El batallón
Curicó se encontraba cumpliendo el rol de desarticular a las montoneras de la
sierra peruana, cuando el 27 de junio de 1884 la guerra se había acabo y
también para Francisco.
Una vez en Quillota tras cinco años de lejanía y
ubicado en la ex estación del ferrocarril tuvo, en palabras del autor, el
siguiente pensamiento:
“Francisco bajó y se quedó parado observando el
lugar, su entorno, pensando que hace cinco había partido de ahí con un deseo
casi infantil de ir a la guerra, y después de haberla vivido ahora ya nada
sería igual, tenía un mirar sombrío de
las cosas, aunque por fuera era joven, por dentro su mente tenía mil recuerdos
tristes, que no podía olvidar”. (P. 146).
En lo personal pienso que esta obra contribuye
ahondar en un tema donde Quillota y su gente tuvieron una relevante
participación.
Muchas gracias.
Pablo Montero Valenzuela
Quillota,
27 de Diciembre 2019.