miércoles, 1 de enero de 2020

Acto de Presentación del libro “Francisco, un héroe de 15 años” de Luis Calderón Cubillos. Centro Cultural Leopoldo Silva R.




Portada libro "Francisco, un héroe de 15 años",
de Luis Calderón Cubillos.



Hoy damos a conocer la obra que lleva por titulo “Francisco, un héroe de 15 años” y a su autor, Luis Calderón Cubillos. Debo confesar que no fue extraño -al leer las 155 páginas- el reparar en la existencia de un vínculo directo entre el autor y el personaje principal de la novela. El autor Luis Calderón Cubillos es bisnieto de Francisco Cubillos Brizo….el héroe de 15 años.

Para quienes tendrán la oportunidad de leer este texto podrán deducir que se trata de un escrito contrario al olvido. Esto porque el autor se esfuerza en rescatar y reconocer los méritos de éste personaje que a los 15 años partía al frente de batalla, debido a un conflicto bélico de proporciones, como fue la Guerra del Pacífico.

Lo anterior es un punto clave en la obra de Luis Calderón, ya que el tema del olvido esta presente en muchos pasajes de nuestra historia reciente. Sin ahondar demasiado sobre esto último, pues, no es el tema que en esta oportunidad nos convoca, pero sí es pertinente dejar planteada la pregunta acerca de ¿Por qué y para que evocar?   

Ahora bien, detrás de los excelsos héroes que adornan las calles de nuestras ciudades se encuentran aquellos héroes desconocidos ya sean hombres y mujeres -especialmente jóvenes-. Personajes corrientes y anónimos en su mayoría. Diferentes a nombres y apellidos de la élite de entonces y que sin formación bélica se incorporaron a filas del ejército y la marina para defender a la patria. Partieron hacia tierras desconocidas cuyo agreste paisaje tenido a la vista resultaba chocante y extraño. El desierto contrastaba con la amabilidad del verdor que tenían lugares, como por ejemplo; el valle de Quillota.

Precisamente la localidad rural de Boco es el punto de partida del relato y escenario de vida del protagonista. Boco, cuya toponimia corresponde al vocablo derivado de la lengua quechua de poco (madurar) y del mapudungun poco (sapo),  tenía hacia mediados de 1870, según prensa de El Correo de Quillota N° 5 del 16 de mayo de 1874, cuatro mil habitantes. El lugar en cuestión estaba totalmente carente de los servicios básicos que con los que cuenta hoy en día. Allí, donde predominaban las relaciones feudales debido a la fuerza gravitante de la hacienda, se encuentran situados Francisco Cubillos y su familia.  

Era en el galpón del fundo donde el autor retrata la labor de los peones y del que el joven Francisco era participe. El autor dice:

“Invierno de 1878, pasó igual que todos los años, de lluvias muy torrenciales (…) Después de eso los jóvenes y niñitos del fundo podían ayudar en el galpón en diversas labores, como por ejemplo escoger o separar porotos, los buenos de los malos o deteriorados, y juntarlos en cestas y una vez llenas vaciarlos en sacos” (P. 73)    

Toda esa faena agrícola se desarrollaba en tiempos de inestabilidad económica. Hacia 1875 el país estaba sumido en una profunda crisis económica. Situación que en 1878 aún no mejoraba. Recordemos que la economía del país estaba centrada en la producción agrícola. Las exportaciones jugaban un papel central en mercados como California y Australia (demanda externa de productos alimenticios). También debía abastecer el consumo interno. Sin embargo, el cierre o la contracción de dichos mercados tuvieron un alto impacto para la población. La reactivación estaría confiada a la explotación agro-minera en mercados como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. De este modo, el cobre, el trigo, el carbón y el salitre se asociaban como los grandes productos de la economía chilena. Pero no había duda que el Salitre, debido a su fácil explotación a mayor escala, vendría en el corto plazo, ha convertirse en el producto estrella.

En relación a lo anterior no podemos omitir una tecnología relevante como el ferrocarril. En Quillota, éste medio de transporte que estaba circulando desde 1863 no sólo transportaba mercaderías sino que personas y las noticias que llegaban por dicha medio. Hago presente esto, porque el autor lleva al lector a la ex estación de Quillota, como lugar de intercambios de información sobre asuntos que afectaban la vida de familiares que habían emigrado al norte. El autor señala:

“En Perú y Bolivia los inmigrantes chilenos hacían faenas que los habitantes locales no podían o no querían hacer en industrias tales como la construcción de vías de ferrocarril, la industria del salitre, astilleros y servicios de puertos”. (P 99).

Con la agudización del conflicto que desembocaría en la guerra, se consiguió disminuir los niveles de incertidumbre laborales y difuminar las tensiones por parte de la elite económica. Era el momento de la unidad propiciado por la guerra y, en consecuencia, se suspendían las desigualdades al interior de la sociedad en pos de un objetivo fundamental. 

 Lo anterior no excluía la intranquilidad que desde la lejanía podían expresar los residentes de Boco y, sobre todo, los peones del fundo en lo que sigue:

“La semana siguiente pasó con mucha intranquilidad y dudas en el fundo, por parte de los peones que se preguntaban que estaría pasando en el norte, porque  no recibían nada de noticias y su preocupación era porque muchos de ellos tenían familiares, como hermanos, primos o tíos trabajando en Antofagasta”. (P. 100).   

En ese escenario, fue, que desde el Estado, se iniciara una campaña informativa, por medio de discursos e imágenes tendientes a ennoblecer y justificar las causas del conflicto. Se apelaba a la emotividad a fin de legitimar la movilización militar. Tal como ha evidenciado el profesor Julio Pinto Rodríguez (1997) sobre la movilización de peones chilenos durante la guerra que fue de manera rápida y masiva sosteniendo la existencia de un patriotismo popular. 

No está demás recordar que en el Chile del siglo XIX la población era mayoritariamente oral. De allí la importancia de utilizar mecanismos de socialización como símbolos oficiales, himnos patrióticos y exacerbados discursos en las plazas y calles que eran oídos por una multitud. 

En ese ambiente de exaltación es donde el protagonista Francisco de 15 años y su hermano Julio y sus amigos Pablo y Tomás de 17 años, fueron a alistarse. El autor expresa: 

“En mayo de ese año se empezó a formar un grupo de instrucción de Quillota, la mayoría de los hombres de campo, gente de la zona, del fundo se presentaron varios, Francisco de saberlo insistió tanto a sus padres que fue con sus amigos a presentarse. En el lugar había un capitán a cargo de la inscripción y adoctrinamiento de los voluntarios”. (P.114).

El Batallón Quillota fue la unidad cívico-movilizada que habría de acoger a los jóvenes Tomás, Pablo y Julio y así como a seiscientos voluntarios. Después de un par de meses de instrucción en la capital debían regresar a Quillota y tomar el ferrocarril que los llevaría a embarcarse en Valparaíso rumbo al norte.  Permítanme señalar el testimonio del soldado Hipólito Gutiérrez durante la despedida de las tropas acantonadas en Quillota, justo cuando las mujeres: “tiraban flores a los carros y plata también nos daban para el camino como si hubieran sido de mucho tiempo conocidas o ubiesen (sic) sido parientas”. [Crónica de un Soldado en la Guerra del Pacífico, 1976].

Francisco Cubillos observa emocionado, pero a la vez frustrado por su edad y condición física que le jugaban en contra, la partida del grupo de amigos y hermano. Tres meses pasaron cuando - ya decidido y mejor preparado- partía a la capital y más precisamente a la localidad de San Bernardo, pues, allí se encontraban sus padrinos y donde estaban recibiendo a los voluntarios en Batallón Curicó. Así el autor señala:

“Al día siguiente el padrino Isidro salió con Francisco en dirección del lugar donde estaba acampado el batallón en San Bernardo, cuando llegaron había gran cantidad de hombres en filas esperando ser examinados, jóvenes y adultos (…) Francisco ahora estaba preparado, no como la vez anterior, así que gracias a todos los troncos que cortó con el hacha de su padre en fundo había adquirido fuerza de brazos y resistencia, por lo mismo ahora pasó la prueba por el momento”. (P.120).

El soldado Francisco quedó a cubrir el puesto de Corneta del batallón Curicó y donde finalmente fue su titular.

A estas alturas de la presentación no puedo pasar por alto al ícono del Roto. Una figura de consenso entre la elite y el mundo popular cuyo estatus se lo debemos al quillotano Zorobabel Rodríguez Benavides. Para Rodríguez era dicha figura por sí sola quien definiría los destinos de la guerra. De allí que precisaba en su heroificación resaltado su figura. [Diario El Independiente. “En Pisagua como siempre”. Santiago 13 de noviembre de 1879].  Convertido en soldado gracias al garbillo del Estado era el sujeto digno de admiración.

Avanzado en el relato nos ubicamos el 15 de diciembre de 1880, cuando el batallón Curicó (con más de 800 soldados) recibe la orden de marchar junto a otros batallones movilizados hacia el Perú para comenzar la campaña de Lima y que finalizaría en la batalla de Miraflores del 15 de enero de 1881.

Al retornar de la campaña Lima el cuerpo movilizado del Quillota –en marzo de 1881- le fueron otorgadas por la ciudad de Quillota sendas medallas a los miembros del Batallón Cívico Movilizado de Quillota. Durante el acto de recepción el gobernado Santiago Vergara y los diputados del departamento de Quillota, Agustín Edwards Ross y Félix Echeverría Valdés, ayudados de algunos concurrentes, colocaron en el pecho de estos dignos hijos, la insignia, cuyo grabado decía Miraflores, que les había de reconocer y recordar la gratitud de sus conciudadanos. Varios de los restos de estos héroes quillotanos descansan en el mausoleo de los veteranos del 79’ en el cementerio del Mayaca. Otros como los restos del comandante José Ramón Echeverría Castro se encuentran en Valparaíso.

Mientras todo esto acontecía el soldado Francisco Cubillo Brizo del batallón Curicó había sido ascendido a sargento.

“En abril de 1881 y con solo tres batallas Francisco es ascendido a sargento, debido a su valentía y arrojo que había demostrado en el Manzano, Chorrillos y Miraflores, ya que no dudaba en marchar delante de la tropa guiando a los compañeros haciéndose escuchar con su Corneta”. (P. 136).

Siguió la campaña de la Sierra y que fuera la última, pero también la más larga etapa de la guerra. Corría el mes de octubre de 1883 y aún estaba combatiéndose a las montoneras organizadas. El batallón Curicó se encontraba cumpliendo el rol de desarticular a las montoneras de la sierra peruana, cuando el 27 de junio de 1884 la guerra se había acabo y también para Francisco.

Una vez en Quillota tras cinco años de lejanía y ubicado en la ex estación del ferrocarril tuvo, en palabras del autor, el siguiente pensamiento:

“Francisco bajó y se quedó parado observando el lugar, su entorno, pensando que hace cinco había partido de ahí con un deseo casi infantil de ir a la guerra, y después de haberla vivido ahora ya nada sería igual, tenía un mirar sombrío  de las cosas, aunque por fuera era joven, por dentro su mente tenía mil recuerdos tristes, que no podía olvidar”. (P. 146).

En lo personal pienso que esta obra contribuye ahondar en un tema donde Quillota y su gente tuvieron una relevante participación.

Muchas gracias.


Pablo Montero Valenzuela
  Quillota, 27 de Diciembre 2019.