Casualmente, en nuestra Biblioteca Pública, encontré la edición chilena del libro del viajero sueco Carlos Eduardo Bladh (1790-1851) nacido y muerto en Estocolmo, abogado que llegó a Chile como tenedor de libros en 1821 y vivió en Santiago y Valparaíso hasta 1828, titulado “La República de Chile” . La obra pude leerla gracias a la gentileza de la señorita bibliotecaria María Isabel Hernández.
El futuro escritor, ya que publicó desde 1837 tres obras, vivió en la capital el gran terremoto del 19 de noviembre de 1822 que devastó Valparaíso y Quillota desde las 22.45 horas de ese terrible día.
Como una curiosidad, reproduciremos la descripción que de los adobes entrega a sus lectores suecos. Oigámoslo: “Ladrillos no cocidos de 5 cuartas de longitud y 2 ½ cuartas de anchura, fabricados de greda, mezclada con paja y excremento de caballo, por lo cual obtienen una flexibilidad que, mejor que piedra y ladrillo cocido, resiste a terremotos”.
Un escritor anterior, el cronista colonial valdiviano Vicente Carvallo y Goyeneche (1740-1816), al describir Santiago en su única obra, interviene también, desde lejanos años, en la polémica sobre las construcciones de adobe que se ha suscitado en los medios de comunicación a raíz del sismo del 3 de marzo. El chileno consignó lo que sigue: “Las casas casi todas son bajas a causa de los terremotos tan frecuentes en aquella tierra, algunas de cal y ladrillo, y todas las demás de adobes, porque en ellas hacen los terremotos menos estragos que en los edificios de piedras y de ladrillo”.
Desgraciadamente, sobre violentos sismos se ha escrito y se seguirá escribiendo en nuestro país, porque Chile en 386 años, entre 1520 y 1906, sufrió, nada menos que 100 terremotos, o sea que nuestros antepasados de esos años tuvieron una catástrofe telúrica cada 3,8 años. En el año 1851, hubo dos terremotos y tres calamidades más.
Las anteriores informaciones las proporciona el historiador chileno contemporáneo Rolando Mellafe en una revista “Atenea” del año 1980 que también hemos leído en nuestra Biblioteca Pública. (Nota original del 06.abril.1985 N.E.)
El futuro escritor, ya que publicó desde 1837 tres obras, vivió en la capital el gran terremoto del 19 de noviembre de 1822 que devastó Valparaíso y Quillota desde las 22.45 horas de ese terrible día.
Como una curiosidad, reproduciremos la descripción que de los adobes entrega a sus lectores suecos. Oigámoslo: “Ladrillos no cocidos de 5 cuartas de longitud y 2 ½ cuartas de anchura, fabricados de greda, mezclada con paja y excremento de caballo, por lo cual obtienen una flexibilidad que, mejor que piedra y ladrillo cocido, resiste a terremotos”.
Un escritor anterior, el cronista colonial valdiviano Vicente Carvallo y Goyeneche (1740-1816), al describir Santiago en su única obra, interviene también, desde lejanos años, en la polémica sobre las construcciones de adobe que se ha suscitado en los medios de comunicación a raíz del sismo del 3 de marzo. El chileno consignó lo que sigue: “Las casas casi todas son bajas a causa de los terremotos tan frecuentes en aquella tierra, algunas de cal y ladrillo, y todas las demás de adobes, porque en ellas hacen los terremotos menos estragos que en los edificios de piedras y de ladrillo”.
Desgraciadamente, sobre violentos sismos se ha escrito y se seguirá escribiendo en nuestro país, porque Chile en 386 años, entre 1520 y 1906, sufrió, nada menos que 100 terremotos, o sea que nuestros antepasados de esos años tuvieron una catástrofe telúrica cada 3,8 años. En el año 1851, hubo dos terremotos y tres calamidades más.
Las anteriores informaciones las proporciona el historiador chileno contemporáneo Rolando Mellafe en una revista “Atenea” del año 1980 que también hemos leído en nuestra Biblioteca Pública. (Nota original del 06.abril.1985 N.E.)
Gracias a Memoria
Chilena, podemos complementar esta nota
con párrafos destacados de una singular “Colaboración científica de los temblores
y los terremotos”, firmada por don Aniceto Flammarión, en el número 22 de la Revista “Instantáneas” del
26 de agosto de 1900:
“ (…) Mucho se ha
discutido sobre la causa de estos
desagradables fenómenos: los movimientos de la masa ígnea, los volcanes,
la cólera divina, las atracciones de los planetas son, según encontradas opiniones,
las perturbadoras de la, por lo
general, tranquila y apacible superficie
de la tierra.
Los temblores van acompañados de cierta pesadez en la atmósfera, de susto en los
corazones de menor cuantía, desmayos neurálgicos en las señoras de precisión ó sensibles, de aleteos de los patos, de cacareos sobrenaturales de las
gallinas y de catarros y
bronquitis cuando obligan
á los hombres, que
temen las vigas de la
enmaderación, á salir al patio en paños menores en las noches frías
(…) Nuestros
respetables cuanto pusilánimes antepasados, estudiaban á
fondo estos terribles fenómenos, usaban
en las habitaciones aparatos especiales para medir
la intensidad de sus vibraciones, que consistían en una
coronta de choclo de
proporciones estéticas, colgada
de un
hilo de la pared. Al menor
ruido toda la familia
fijaba la vista en ella, y según sus indicaciones, se huía á la temblorera ó
cuarto de los terremotos, cuyos muros
estaban atestados de troncos de corazón de espino y cuyo techo era
muy liviano y con
las vigas forradas en
colchones y amarradas con látigos para amortiguar la catástrofe”.
“ (…) ¿Volverán esas calamidades á visitarnos? Difícil es contestar á la Dirección de
INSTANTÁNEAS esta pregunta, y mucho más difícil
indicar de una manera
aproximada la fecha crítica, si se
considera que soy un astrónomo chileno y que
nadie es profeta
en su tierra.
Si se toman en cuenta los estudios anteriores, que permiten establecer períodos regulares y
ciertas manifestaciones externas de
los loros, que por su
larga vida y por su instinto
prodigioso son fuentes de
indicios para conocer la aproximación de
la onda terráquea, puedo asegurar que habrá terremoto antes que reasuma la presidencia don Federico Errázuriz. [¡!]
He hecho algunos cálculos que
permiten conocer los principales
efectos del meteoro. Las
torres de la Catedral
quedarán recostadas en la
Plaza , con las cruces
en frente al edificio del Correo, las campanas
sonarán al caer, los corceles de los carros urbanos lanzarán
patadas significativas y los
adoquinados dejarán ver grietas é
intersticios por los
cuales desaparecerán los transeúntes.
(…) Los mejores edificios para
resistir los temblores son
los que construían los romanos
en la época de su
decadencia los cimientos eran
grandes boyas que flotaban
en estanques llenos
con agua ó mejor con
aceite. Las vibraciones del suelo se
transmitían amortiguadas, puesto que
el líquido conservaba siempre su superficie horizontal.
Este sistema de
construcción sería el más á propósito para un país
que, como Chile, es visitado con
tanta frecuencia por los misteriosos huéspedes.
Pero el grado de
atraso intelectual hace estéril
todas las ideas
nuevas y atrevidas, por lo cual
es mejor no darles desarrollo”.