En nuestra nota anterior
entregamos informaciones y juicios
sobre la obra de Leonardo León
cuyo protagonista histórico es el bajo
pueblo de un Chile
precapitalista que se extendía
entre La Serena y Concepción.
El autor
no idealiza a los plebeyos, ya
que señala que
eran “Irascibles, resentidos, jugadores empedernidos y bebedores
incansables de chicha, vino o aguardiente, cuando se trataba de socializar; cristianos cuando acudían a las capillas
de su doctrina o marchaba por
las calles de ciudades y villas en conmemoración de algún santo o como miembro de una cofradía…
habilidosos con los cuchillos…”,
En la página 444,
León reproduce el retrato de José María
Zamora, plebeyo quillotano, de baja estatura; católico, apostólico y romano;
analfabeto. Había desertado del regimiento de
infantería Nº 9, comandado por José de San Martín. (La deserción
fue un grave problema de patriotas y realistas).
“José María
Zamora, hijo de Gregoria Valenzuela, natural de la Villa de Quillota,
partido de Chile, de oficio labrador,
estado soltero, edad 18 años; su estatura
cinco pies, su religión C.AR. Sus señales: pelos y cejas negro, ojos
pardos, nariz regular, color trigueño,
barbilampiño. Fue prisionero y destinado
en Tucumán el 12 de mayo de 1817; se le
leyeron las leyes penales de Ordenanza,
quedando advertido que es la
justificación y no le servirá disculpa alguna, siendo testigos
los sargentos primeros
Andrés de La Lastra y Manuel Mestre; e
hizo una cruz. Desertó el 27 de agosto de 1817”
Otros quillotanos (no plebeyos) mencionados en el
libro son: Pedro Regalado Hernández, maestro de escuela; José Miguel de Benabides,
teniente de Gobernador en 1818; los
hermanos Manuel y José Antonio Ovalle, miembros de la elite.
Para
finalizar esta nota, copiamos los
párrafos finales del trabajo que
nos ayudan a comprender el punto de vista del historiador.
“El
miedo a la plebe, que estuvo presente en
los cabildantes reunidos en Santiago de Chile el 18 de septiembre
de 1810, al igual que en Perú y México, no desapareció ni se
extinguió, solamente fue reforzado desde
una institucionalidad obliterante y excluyente. Por esa razón,
parafraseando a Heraclio Bonilla, se puede decir que para la vasta mayoría de los chilenos, 1810 fue una fecha desprovista de
todo sentido.
No
sabemos los nombres de todos los plebeyos que
lucharon, combatieron y murieron en la guerra civil más sangrienta que ha experimentado Chile. Sólo han quedado
descripciones de sus acciones que demuestran la actitud levantisca, solidaria y pragmática de hombres
y mujeres sin patria ni bandera; hombres en cuyos pechos prevalecía el vínculo
que creaba la lealtad personal, que
transformaba a sus jefes en caudillos y convertía sus acciones en una retahíla de alianzas, pactos y lealtades. En este libro se ha intentado recabar la historia de los progenitores históricos
del bandido sureño, del gaucho cordillerano, del huaso maulino, del peón
minero, del roto chileno, del proletario urbano. Se ha intentado reconstruir la
memoria olvidada de los hombres y
mujeres más activos y rebeldes del bajo pueblo, aquellos que desde antes de
1810, rehusaron someterse a los
dictados patronales y que
durante la guerra civil que sacudió a Chile, se transformaron en los principales actores de una insospechada tragedia que después sería
la contrapartida oscura de la historia oficial. Esos hombres y mujeres
del bajo pueblo que desde 1810, situados entre ambos ejércitos, no fueron ni patriotas ni realistas sino,
meramente, chilenos”