lunes, 27 de marzo de 2023

De paso por Quillota rumbo a San Felipe

 


 Charles Wilkes (1798 – 1877)

 

En 1838, el teniente Charles Wilkes de la Marina de los EE. UU. recibió con orgullo su asignación como comandante de la primera Expedición de Exploración de los Estados Unidos al ancho Océano Pacífico. Nacido en la ciudad de Nueva York, se unió a la Marina como guardiamarina en 1818. En 1833, dirigió el Departamento de Cartas e Instrumentos de la Marina, a partir del cual se desarrolló el Observatorio Naval y la Oficina Hidrográfica. Aceptó el trabajo de exploración y reconocimiento de rutas en el Pacífico y tomó el mando de una pequeña flota de seis barcos que transportaban instrumentos científicos actualizados y expertos en los campos de la botánica, la filología, la horticultura, la concología y mineralogía. La expedición de Wilkes inspeccionó la Antártida, visitó Hawái y encontró la entrada del río Columbia. El comportamiento obsesivo de Wilkes y el estricto código de disciplina a bordo supuestamente dieron forma a la caracterización de Herman Melville. de Acab en Moby Dick.

Gracias a la digitilización de Smithsonian Libraries accedimos al registro de su travesía en: NARRATIVE OF THE UNITED STATES: EXPLORING EXPEDITION. DURING THE YEARS 1838, 1839, 1840, 1841, 1842. BY CHARLES WILKES, U. S. N, COMMANDER OF THE EXPEDITION, MEMBER OF THE AMERICAN PHILOSOPHICAL SOCIETY, ETC. IN FIVE VOLUMES, AND AN ATLAS. VOL. I. PHILADELPHIA: LEA & BLANCHARD. 1845; del que compartimos sus impresiones del paso por estos lares hace ya 184 años:

 

Couthouy and Dana estaban deseosos de hacer un viaje a las minas de cobre de San Felipe, a lo cual accedí de buena gana y les concedí todo el tiempo posible. Aunque esto fue breve, gracias a su incansable laboriosidad, brindó algunos resultados interesantes. Salieron de Valparaíso para San Felipe, que está como a cien millas al norte de Valparaíso. Debían llevar consigo un barómetro en caso de ascender algunas alturas, pero se le olvidó.

Tomaron estos señores un birlocho hasta Quillota, distancia de cuarenta millas, y de allí procedieron a San Felipe en caballos, para cuyo uso debían dar treinta pesos cada uno, y un peso extra por el servicio del peón que acompañaba durante siete días. El camino a Quillota se halló bueno, aunque se encontraron muchos cerros y valles.

Durante las primeras veinticinco millas, el camino discurría a lo largo de la orilla del mar, sin elevación de más de doscientos pies; se pensó igual a las autopistas de peaje más frecuentadas en nuestro propio país. A seis millas de Valparaíso, el camino se corta a través de un lecho de sienita, notable por los singulares diques verticales de granito que lo cruzan. Como su curiosa formación será hábilmente tratada en el Informe Geológico, referiré al lector a eso para una descripción.

A diez millas de Valparaíso se atraviesa el valle de Villa del Mar, que tiene una anchura de casi tres millas. Esta es una llanura arenosa, a través de la cual corre una corriente ancha y poco profunda que viene de las colinas orientales. A veinticinco millas llegaron al ancho valle de Concón.

Aquí el camino gira hacia el este. Este valle varía en ancho de tres a seis millas. El carácter de las rocas es granítico y parecen descomponerse rápidamente cuando se exponen al aire. La sienita era frecuente y, al acercarse a las montañas, se encontraron numerosas variedades de formación de trampas, piedra verde, pórfido, etc.

Diez millas antes de llegar a Quillota, el camino pasa por un llano, que se extiende más allá de ese lugar. Los cerros que delimitan el valle por el sur, son de baja altura hasta acercarse a Quillota.

Cerca de Quillota, en dirección Sur y Sudeste, se eleva un alto cerro, contiguo a la “Campagna de Quillota”, que es uno de los altos conos que sirven de balizas al puerto de Valparaíso. Esto se pierde de vista en la ciudad como consecuencia de que está cerrado por una cresta intermedia. El pueblo o ciudad de Quillota ocupa el centro del valle, y está a veinte millas del mar. Llegaron cerca de una hora antes de la puesta del sol, cuando se detuvieron en casa del señor Blanchard, que tiene una casa para el alojamiento de extranjeros.

El día siguiente se levantaron al amanecer, en cuyo momento el termómetro marcaba 36° al aire libre, setenta pies sobre el mar.

El pueblo de Quillota (según el Sr. Blanchard) está encerrado dentro de una circunferencia de tres leguas. Contiene varias iglesias, de construcción sencilla. La "Calle Largo", la calle más larga, tiene más de una legua de largo. La misma autoridad fijó su población en diez mil habitantes. Las casas son todas de una sola planta y están construidas de adobes, con techos de paja. Hay abundancia de piedra fina para la construcción, pero en esta tierra de terremotos, se considera más seguro utilizar los materiales más livianos. Casi todas las casas tienen un viñedo adjunto, cuyas uvas eran de buena calidad y muy abundantes. En algunos lugares, aunque la cosecha estaba a la mitad, la cosecha que aún quedaba en las vides era tal como se habría considerado en otro lugar un rendimiento abundante. Una parte de las uvas se pudre en las vides, ya que los habitantes no tienen la industria ni la inclinación para fabricarlas, aunque con la debida atención darían un buen vino. Tal como están las cosas, solo transforman un poco en un vino duro y ácido, llamado “Masta”, o hierven el jugo hasta convertirlo en la bebida favorita de las clases bajas, llamada “Chicha”, que se asemeja un poco al sabor de la perada o la sidra. La pequeña cantidad que no se consume se destila en aguardiente y se desecha en Valparaíso. Además de uvas, se cultivan cantidades considerables de trigo y maíz indio. También se cultivan manzanas, peras y membrillos. Los primeros son inferiores a los nuestros, los segundos muy superiores y en gran abundancia. También abundaban las naranjas, pero de sabor indiferente.

Quillota está bien abastecido con agua del río Concón o Aconcagua. El agua es conducida por todas las calles y jardines del lugar. Se utiliza para todos los fines domésticos, ya que se toma directamente de las canaletas, que son las receptoras de la suciedad de todo tipo del pueblo. Para beber, se deja reposar en grandes tinajas reservadas al efecto.

El trato con los extranjeros en Quillota ha sido mucho menor que en Valparaíso o Santiago, y en consecuencia son menos liberales y más fanáticos. Así lo demostró particularmente, unos cuatro años antes de nuestra visita, la quema en la plaza pública de un gran número de biblias en lengua española, junto con un montón de panfletos inmorales e indecentes, en presencia de civiles, militares, y autoridades eclesiásticas. Estas Biblias habían sido distribuidas por nuestro compatriota, el Sr. Wheelwright, quien tanto ha hecho por su empresa al introducir la comunicación por vapor en la costa occidental de América del Sur.

Temprano en la mañana, el termómetro marcaba 36°. El mayor frío se experimenta justo antes del amanecer y después del atardecer.

Al salir de Quillota pasaron por la "Calle Largo" y tomaron el lado sur del valle, pasando por el pie del cerro “Mellacca”, una elevación suave y redondeada, como de trescientos pies de altura y una milla y media de circunferencia. Este cerro está cubierto de un suelo delgado, proveniente de la descomposición de sus propias rocas.

El valle ahora se estrecha, y en algunos lugares no tiene más de unos pocos cientos de pies de ancho. Como a una legua de Quillota, subieron una cuesta del cerro de Quillota, mil pies sobre el llano.

En la parte superior, estaban muy complacidos con la hermosa perspectiva. La fructífera llanura o vega del Aconcagua, que varía en ancho de una a seis millas, se extiende al Oeste unas veinte millas hasta el océano, y se pierde en la otra dirección en las montañas; está regada por arroyos puros, y cubierta de caseríos y caseríos, rodeada de árboles y viñedos. Al noreste están los Andes, como amontonados unos sobre otros, hasta que el imponente y distante pico de “Tupongati”, con su forma gigante, corona el conjunto. Una característica de la llanura era peculiar: las montañas parecían hundirse en ella como si fuera el océano mismo. En algunos casos la línea estaba tan bien definida, que se podía poner un pie en la llanura y el otro en la base de una montaña, elevándose seis o siete mil pies de altura. El boceto dará una idea mejor que cualquier descripción. La distancia al “Tupongati” es como cuarenta leguas.




Las crestas en el lado norte del valle ahora se volvieron más elevadas y escarpadas, exhibiendo la estructura columnar más claramente. Los diques trampa tenían en algunos lugares cuatro pies de ancho, y en un lugar, donde se había cortado la roca para formar el camino, se contaron catorce diques dentro de los trescientos pies.

En su camino valle arriba el caballo del peón cedió, y se vieron obligados a detenerse y alquilar otro en casa de un labrador, que se llamaba Evangelisto Celidono. Este rancho, de veinte pies por diez, era bastante mejor que otros que se encontraban, pero al mismo tiempo se parecía mucho a ellos. Estaba construida con grandes adobes, o mejor dicho bloques de barro, y rematada interiormente con prolijidad del mismo material. Consistía en un solo departamento, cuyo piso era de arcilla. Tenía un techo de paja, que estaba abierto en varios lugares.

No había ventana. La puerta y los agujeros del techo suministraban toda la luz. El mobiliario, si así podía llamarse, consistía en una tosca armazón de cama y una disculpa de mesa en un extremo; el otro estaba dividido en tres contenedores, uno para contener maíz, otro frijoles y el tercero papas, con sillas de montar y varios tipos de aparejos para caballos, y una bolsa o dos de trigo. A un lado había un asiento de barro, de tres pies de ancho por seis de largo, y la altura de un asiento ordinario, mientras que de las vigas colgaba en redes una buena provisión de pan, queso y numerosas ristras de cebollas, ajo y pimientos rojos. Había además dos sillas y un banco. Toda la cocina se hace en un pequeño edificio separado, y un pequeño horno de barro en el patio acompaña a cada rancho. Pan y abundancia de uvas, de las cuales no podían para comer más de un tercio, se les abastecía por un "medio". Poco después se montó la segunda cuesta, de unos quinientos pies de altura, y en la cima se alegraron de ver el modo en que los chilenos capturan los caballos salvajes. Una partida de cuatro o cinco jinetes, con una veintena de perros, se veía formada en medialuna extendida, arreando a gritos los caballos salvajes hacia el río…