Viñeta: Tomada de "De Valparaíso a Santiago : datos, impresiones, noticias, episodios de viaje" Vicuña Mackenna, Benjamín; Impr. de la Librería del Mercurio, 1877, Colección Biblioteca Nacional.
Al cumplirse el 295º aniversario
de la fundación de nuestra ciudad y ubicados a las puertas de celebrar su
tricentenario, Quillota ha tenido un interesante recorrido a través del tiempo.
Para tener un marco de referencia sobre su pasado reciente o medianamente
lejano, resulta conveniente dividirlo entre el ámbito rural y el medio urbano;
entre las propiedades rústicas de las estancias, haciendas, fundos, minifundios
y el trazado ortogonal de la villa San Martín de la Concha con sus estrechas
calles y arquitectura colonial; entre el patrón (señor de tradición y el señor
de fortuna), el campesino (mayordomos, inquilinos, peones, labradores,
cosecheros) y, el vecino (principales, moradores, pobladores, chacareros,
huerteros). Sin olvidar aquellos hombres y mujeres con diversas ocupaciones
(hojalateros, lavanderas, canasteros, nodrizas, carretoneros, tejedoras,
tejeros, queseros, dulceros, escoberos, etc). Por último, mencionar las relaciones
interpersonales entre estos y otros grupos, tales como: eclesiásticos,
militares, cofradías religiosas y civiles. Todos por igual, no sólo
consiguieron localizarse en las áreas rural y urbana de la provincia de
Quillota, sino que, más importante aún, estos grupos forman parte de una
historia local llena de aciertos y desaciertos, de logros, frustraciones,
sueños y esperanzas.
Pero vayamos por parte. No es
casualidad advertir que viajeros, visitantes o hasta algún curioso residente
notara cierta atracción e incluso seducción ante el paisaje y el clima templado
de Quillota. Como no, si el valle de Quillota comprende un espacio conformado
por un dilatado llano de vergel composición natural, con pendientes moderadas e
irrigado por la franja fluvial del río Aconcagua. El perímetro de cerros
semicerrados, obedece a las distintas ramificaciones de la cordillera
andino-costera que sirven no sólo de límite, sino que además cumplen funciones
de protección natural, aporte al deslizamiento de aguas y núcleo de yacimientos
mineros. Así va extendiéndose a través de los cerros de Chilicauquén y de la Campana, agrupando los
sectores laterales de la antigua comarca de Purutún y el fecundo sector de
Ocoa.
Sin exagerar, estamos en presencia
de un valle que más de una vez ha sido calificado como el más hermoso, fértil y
rico de Chile. Prueba de ello, fueron aquellos iniciales cultivadores batos o
picunches y la etapa del mitimae inca. A continuación, se abrió paso a los
repartimientos y autoconcesiones de encomiendas y mercedes de propiedades
otorgadas por don Pedro de Valdivia, a la sazón, el principal dueño del valle
Quillota, seguido por don Rodrigo González de Marmolejo hasta llegar a los
señores Juan Gómez de Rivadeneira, Francisco de Irarrázaval, Pedro de León, Luis
López y Gregorio Sánchez. Varios de estos encomenderos adquirieron la calidad
de caciques, debido a la importante población indígena del lugar y a una
actividad minera de oro que dejó reducida esa originaria población de Quillota
entre cuatro a siete pueblos de indios.
A pesar del número de pueblos no alcanzó a
tener el desarrollo esperado. En términos generales, la razón de ello residió
en la decadencia minera de la encomienda y, por lo tanto, ocurre un proceso de
ruralización de los pueblos de indios, ya que en el siglo XVII a cambio de la
encomienda se transita hacia la consolidación de la estancia ganadera, pero
sobre todo, fue en el siglo XVIII, cuando se produce una alta demanda de
tierras agrícolas. Por otro lado, la situación fronteriza a lo largo del Biobío
requería de insumos para mantener el ejército español y, en último término, el
movimiento económico externo con la apertura del mercado de trigo en el Perú.
Para el caso de Quillota, el efecto general pudo tener repercusión, pero este
valle ya venía con una decidida vocación agrícola.
Dentro de los grupos que
incorporaron y/o afianzaron la posesión de las tierras para el uso ganadero y
agrícola, tenemos a los encomenderos, los mayorazgos y a la iglesia a través de
sus órdenes religiosas. La modalidad de los derechos de propiedad contemplaban
las herencias, compras en remates, compraventas y donaciones. De manera tal,
que en el siglo XVIII la propiedad rural del valle de Quillota, según versa un
titulo homónimo de reciente publicación, se encontraba en las formas de estancias
(Pocochay, Mallaca, Rautén) y las haciendas (Purutún, Vichiculen, Romeral,
Ocoa, San Isidro, San Pedro, La
Palma). Son algunas propiedades que, vistas en conjunto,
llegaban a enterar el número de diecisiete.
Paralelo a la expansión rural de
la gran propiedad, emergen problemas que conllevan la necesidad de formar
villas o reductos urbanos para agrupar la población. Sin entrar en detalles a
sus razones, digamos que Quillota poseía el perfil para llevar a cabo dicha
tarea y de paso cumplir con creces las expectativas fijadas por las autoridades
de turno. En otras palabras, Quillota vendría a ser el modelo a seguir respecto
a la política de población de esa época. El proyecto tenía optimista al Gobernador
Interino don José Santiago Concha y al Obispo Luis F. Romero, pero debía
concretarse con el apoyo de los dueños de predios. Fue así como el feudatario
don Alonso Pizarro y Figueroa, donó tres cuadras y media para trazar la Plaza Mayor, Parroquia, Cárcel
y el Ayuntamiento de la villa. Las demás propiedades se hicieron por la vía de
la compraventa a los principales del valle. Cabe señalar, que el valor
comercial del suelo urbano era demasiado oneroso, pues, ascendía al precio de
ciento cincuenta pesos la cuadra y sin contar para el efecto el cálculo del
valor del impuesto. Eso explica la compra de solares o sitios por parte de
vecinos principales, tales como, Lisperguer, Carvajal, Rivadeneira, Amasa,
Álvarez de Araya, Ortiz de Zárate y otros, que paulatinamente ocuparon el
centro residencial. Asimismo, el marqués de Cañada Hermosa, dueño de Purutún,
compró en trescientos pesos un sitio en dirección al ángulo norponiente a la Plaza de Armas donde edificó
su casa solariega. Otro tanto aconteció con el cuarto marqués de la Pica, que para no ser menos
compró en la esquina opuesta y edificó la casa que, años más tarde, tuviera por
titular al gobernador José Agustín Morán. Así tenemos que la emergencia y
ocupación de la villa San Martín de la Concha, fundada en el año de 1717, fue, en lo
principal, obra del hacendado local.
La villa señorial de Quillota es
una de las primeras fundaciones del siglo XVIII que sostiene esa
estratificación interna ya operando en el sector rural y ahora en lo que
respecta al ámbito urbano. El patrón, ya sea en la figura del “señor de
tradición” y la posterior aparición del “señor de fortuna”, fueron quienes
organizaron las relaciones sociales, de familia y de labores desde sus dominios
rurales. De modo que, en la ciudad se proyectaba esa forma de sociabilidad
jerárquica, patriarcal con aquellas pautas de comportamiento civilizador y, por
qué no decirlo también, de controles de naturaleza política. Pero eso no era
todo. A mi juicio, el problema central radicaba –a contrario sensu de las problemáticas
urbanas actuales a cerca de la presión, el consumo, reconversión del suelo
agrícola y el manejo del agua - en que
dichos sitios urbanos para el uso de casas-habitación, casas-quintas y el
conjunto marginal de chacras y huertos, iba siempre en ascenso, porque quedaba
sujeto al albedrío de quienes eran dueños de los terrenos.
En el siglo XIX, la tendencia al
crecimiento urbano de Quillota era pausada y entrecortada. Bien pudo observarlo
don Benjamín Vicuña Mackenna, cuando subrayaba que el alto costo de una manzana
eriaza, medianamente central, podía llegar a costar la cantidad de diez mil
pesos y en los márgenes de la planta urbana, valía otros dos mil a tres mil
pesos, sin agregarle a esto, el valor de los cierres circundantes de adobe. Por
extensión, se puede decir que los adelantos en infraestructura y remozamiento
urbano tardaron algún tiempo. Tomemos como ejemplo la Plaza de Armas. Este espacio
de encuentro social –aunque sin omitir episodios de insociabilidad en su suelo-
fue el escenario de varios acontecimientos de repercusión nacional, entre
ellos; el desventurado paso por Quillota del ministro Diego Portales y el
escabroso empalamiento de la cabeza del coronel José Antonio Vidaurre. En ese
entonces, década de 1830, la
Plaza de Quillota no era más que un cuadrilátero árido de
cincuenta varas, sin jardines ni menos árboles que dieran posibilidad para
disfrutar de la sombra. Cuarenta años después; esto es, al despuntar la década
de 1870, un periódico local daba la noticia acerca de la ornamentación de la
plaza con la pila incluida, con avenidas de árboles de pimientos extranjeros,
con diez o seis sofás de fierro y jardines. Caso similar aconteció con el
otrora Matadero Municipal. Necesario reducto oficial para el abastecimiento y
tratamiento de la carne. Ubicado en las inmediaciones del cerro Mayaca, tuvo su
génesis en el empréstito de veinte mil pesos hecho a la Municipalidad por
parte del señor Isidro Ovalle Errázuriz. En garantía del citado capital y de
los intereses devengados del diez por ciento anual, se hipotecaron cuatro
fundos a favor del señor Ovalle para llevar a cabo dicha obra pública.
El avance urbano –si bien no
exento de peculiaridades- tenía otra cualidad. Por entonces, don Baldomero
Risopatrón, comerciante local, principiaba en el recuerdo, las motivaciones y,
fundamentalmente, el carácter que asoció distintas voluntades para llevar
adelante la edificación del Teatro de Quillota. Era el año de 1872, cuando por
fin concluyó el monumental trabajo iniciado cuatro años antes. Quizás allí,
radique ese germen comunitario, de cooperación que involucró a grupos de
agricultores, peones, comerciantes, artesanos,
carpinteros, abogados y autoridades -como el gobernador Isidro Ovalle,
en aquel entonces, dueño de Rautén- para la concreción del coliseo local. Con
todo, el simbolismo que alguna vez representó aquel lugar común,
inevitablemente, me llevan a cerrar estas líneas con uno de los párrafos
finales del libro “La
Sociabilidad de Quillota entre 1870 y 1930”, en lo que sigue: “Como una de las invenciones humanas más
importantes, la ciudad responde a los estímulos y ritmos de sus propios
habitantes. Quillota no es la excepción”. ¡Felicidades a Quillota!
Pablo
Montero Valenzuela
Licenciado
en Historia (PUC -V). Autor de los libros “La Sociabilidad de
Quillota entre 1870 y 1930”.
Ediciones Altazor. Viña del Mar, 2011. “Familias y Propiedad rural del Valle de
Quillota en los siglos XVIII y XIX”. Ediciones Altazor. Viña del Mar,
2012.
Quillota, domingo 11 de Noviembre
de 2012