lunes, 3 de diciembre de 2012

Quillota: Una mirada por la ventana de la historia

Viñeta: Tomada de "De Valparaíso a Santiago : datos, impresiones, noticias, episodios de viaje" Vicuña Mackenna, Benjamín; Impr. de la Librería del Mercurio, 1877, Colección Biblioteca Nacional.


Al cumplirse el 295º aniversario de la fundación de nuestra ciudad y ubicados a las puertas de celebrar su tricentenario, Quillota ha tenido un interesante recorrido a través del tiempo. Para tener un marco de referencia sobre su pasado reciente o medianamente lejano, resulta conveniente dividirlo entre el ámbito rural y el medio urbano; entre las propiedades rústicas de las estancias, haciendas, fundos, minifundios y el trazado ortogonal de la villa San Martín de la Concha con sus estrechas calles y arquitectura colonial; entre el patrón (señor de tradición y el señor de fortuna), el campesino (mayordomos, inquilinos, peones, labradores, cosecheros) y, el vecino (principales, moradores, pobladores, chacareros, huerteros). Sin olvidar aquellos hombres y mujeres con diversas ocupaciones (hojalateros, lavanderas, canasteros, nodrizas, carretoneros, tejedoras, tejeros, queseros, dulceros, escoberos, etc). Por último, mencionar las relaciones interpersonales entre estos y otros grupos, tales como: eclesiásticos, militares, cofradías religiosas y civiles. Todos por igual, no sólo consiguieron localizarse en las áreas rural y urbana de la provincia de Quillota, sino que, más importante aún, estos grupos forman parte de una historia local llena de aciertos y desaciertos, de logros, frustraciones, sueños y esperanzas. 

Pero vayamos por parte. No es casualidad advertir que viajeros, visitantes o hasta algún curioso residente notara cierta atracción e incluso seducción ante el paisaje y el clima templado de Quillota. Como no, si el valle de Quillota comprende un espacio conformado por un dilatado llano de vergel composición natural, con pendientes moderadas e irrigado por la franja fluvial del río Aconcagua. El perímetro de cerros semicerrados, obedece a las distintas ramificaciones de la cordillera andino-costera que sirven no sólo de límite, sino que además cumplen funciones de protección natural, aporte al deslizamiento de aguas y núcleo de yacimientos mineros. Así va extendiéndose a través de los cerros de Chilicauquén y de la Campana, agrupando los sectores laterales de la antigua comarca de Purutún y el fecundo sector de Ocoa.

Sin exagerar, estamos en presencia de un valle que más de una vez ha sido calificado como el más hermoso, fértil y rico de Chile. Prueba de ello, fueron aquellos iniciales cultivadores batos o picunches y la etapa del mitimae inca. A continuación, se abrió paso a los repartimientos y autoconcesiones de encomiendas y mercedes de propiedades otorgadas por don Pedro de Valdivia, a la sazón, el principal dueño del valle Quillota, seguido por don Rodrigo González de Marmolejo hasta llegar a los señores Juan Gómez de Rivadeneira, Francisco de Irarrázaval, Pedro de León, Luis López y Gregorio Sánchez. Varios de estos encomenderos adquirieron la calidad de caciques, debido a la importante población indígena del lugar y a una actividad minera de oro que dejó reducida esa originaria población de Quillota entre cuatro a siete pueblos de indios.

 A pesar del número de pueblos no alcanzó a tener el desarrollo esperado. En términos generales, la razón de ello residió en la decadencia minera de la encomienda y, por lo tanto, ocurre un proceso de ruralización de los pueblos de indios, ya que en el siglo XVII a cambio de la encomienda se transita hacia la consolidación de la estancia ganadera, pero sobre todo, fue en el siglo XVIII, cuando se produce una alta demanda de tierras agrícolas. Por otro lado, la situación fronteriza a lo largo del Biobío requería de insumos para mantener el ejército español y, en último término, el movimiento económico externo con la apertura del mercado de trigo en el Perú. Para el caso de Quillota, el efecto general pudo tener repercusión, pero este valle ya venía con una decidida vocación agrícola.

Dentro de los grupos que incorporaron y/o afianzaron la posesión de las tierras para el uso ganadero y agrícola, tenemos a los encomenderos, los mayorazgos y a la iglesia a través de sus órdenes religiosas. La modalidad de los derechos de propiedad contemplaban las herencias, compras en remates, compraventas y donaciones. De manera tal, que en el siglo XVIII la propiedad rural del valle de Quillota, según versa un titulo homónimo de reciente publicación, se encontraba en las formas de estancias (Pocochay, Mallaca, Rautén) y las haciendas (Purutún, Vichiculen, Romeral, Ocoa, San Isidro, San Pedro, La Palma). Son algunas propiedades que, vistas en conjunto, llegaban a enterar el número de diecisiete.   

 Paralelo a la expansión rural de la gran propiedad, emergen problemas que conllevan la necesidad de formar villas o reductos urbanos para agrupar la población. Sin entrar en detalles a sus razones, digamos que Quillota poseía el perfil para llevar a cabo dicha tarea y de paso cumplir con creces las expectativas fijadas por las autoridades de turno. En otras palabras, Quillota vendría a ser el modelo a seguir respecto a la política de población de esa época. El proyecto tenía optimista al Gobernador Interino don José Santiago Concha y al Obispo Luis F. Romero, pero debía concretarse con el apoyo de los dueños de predios. Fue así como el feudatario don Alonso Pizarro y Figueroa, donó tres cuadras y media para trazar la Plaza Mayor, Parroquia, Cárcel y el Ayuntamiento de la villa. Las demás propiedades se hicieron por la vía de la compraventa a los principales del valle. Cabe señalar, que el valor comercial del suelo urbano era demasiado oneroso, pues, ascendía al precio de ciento cincuenta pesos la cuadra y sin contar para el efecto el cálculo del valor del impuesto. Eso explica la compra de solares o sitios por parte de vecinos principales, tales como, Lisperguer, Carvajal, Rivadeneira, Amasa, Álvarez de Araya, Ortiz de Zárate y otros, que paulatinamente ocuparon el centro residencial. Asimismo, el marqués de Cañada Hermosa, dueño de Purutún, compró en trescientos pesos un sitio en dirección al ángulo norponiente a la Plaza de Armas donde edificó su casa solariega. Otro tanto aconteció con el cuarto marqués de la Pica, que para no ser menos compró en la esquina opuesta y edificó la casa que, años más tarde, tuviera por titular al gobernador José Agustín Morán. Así tenemos que la emergencia y ocupación de la villa San Martín de la Concha, fundada en el año de 1717, fue, en lo principal, obra del hacendado local.

La villa señorial de Quillota es una de las primeras fundaciones del siglo XVIII que sostiene esa estratificación interna ya operando en el sector rural y ahora en lo que respecta al ámbito urbano. El patrón, ya sea en la figura del “señor de tradición” y la posterior aparición del “señor de fortuna”, fueron quienes organizaron las relaciones sociales, de familia y de labores desde sus dominios rurales. De modo que, en la ciudad se proyectaba esa forma de sociabilidad jerárquica, patriarcal con aquellas pautas de comportamiento civilizador y, por qué no decirlo también, de controles de naturaleza política. Pero eso no era todo. A mi juicio, el problema central radicaba –a contrario sensu de las problemáticas urbanas actuales a cerca de la presión, el consumo, reconversión del suelo agrícola y el manejo del agua -  en que dichos sitios urbanos para el uso de casas-habitación, casas-quintas y el conjunto marginal de chacras y huertos, iba siempre en ascenso, porque quedaba sujeto al albedrío de quienes eran dueños de los terrenos.

En el siglo XIX, la tendencia al crecimiento urbano de Quillota era pausada y entrecortada. Bien pudo observarlo don Benjamín Vicuña Mackenna, cuando subrayaba que el alto costo de una manzana eriaza, medianamente central, podía llegar a costar la cantidad de diez mil pesos y en los márgenes de la planta urbana, valía otros dos mil a tres mil pesos, sin agregarle a esto, el valor de los cierres circundantes de adobe. Por extensión, se puede decir que los adelantos en infraestructura y remozamiento urbano tardaron algún tiempo. Tomemos como ejemplo la Plaza de Armas. Este espacio de encuentro social –aunque sin omitir episodios de insociabilidad en su suelo- fue el escenario de varios acontecimientos de repercusión nacional, entre ellos; el desventurado paso por Quillota del ministro Diego Portales y el escabroso empalamiento de la cabeza del coronel José Antonio Vidaurre. En ese entonces, década de 1830, la Plaza de Quillota no era más que un cuadrilátero árido de cincuenta varas, sin jardines ni menos árboles que dieran posibilidad para disfrutar de la sombra. Cuarenta años después; esto es, al despuntar la década de 1870, un periódico local daba la noticia acerca de la ornamentación de la plaza con la pila incluida, con avenidas de árboles de pimientos extranjeros, con diez o seis sofás de fierro y jardines. Caso similar aconteció con el otrora Matadero Municipal. Necesario reducto oficial para el abastecimiento y tratamiento de la carne. Ubicado en las inmediaciones del cerro Mayaca, tuvo su génesis en el empréstito de veinte mil pesos hecho a la Municipalidad por parte del señor Isidro Ovalle Errázuriz. En garantía del citado capital y de los intereses devengados del diez por ciento anual, se hipotecaron cuatro fundos a favor del señor Ovalle para llevar a cabo dicha obra pública.

El avance urbano –si bien no exento de peculiaridades- tenía otra cualidad. Por entonces, don Baldomero Risopatrón, comerciante local, principiaba en el recuerdo, las motivaciones y, fundamentalmente, el carácter que asoció distintas voluntades para llevar adelante la edificación del Teatro de Quillota. Era el año de 1872, cuando por fin concluyó el monumental trabajo iniciado cuatro años antes. Quizás allí, radique ese germen comunitario, de cooperación que involucró a grupos de agricultores, peones, comerciantes, artesanos,  carpinteros, abogados y autoridades -como el gobernador Isidro Ovalle, en aquel entonces, dueño de Rautén- para la concreción del coliseo local. Con todo, el simbolismo que alguna vez representó aquel lugar común, inevitablemente, me llevan a cerrar estas líneas con uno de los párrafos finales del libro “La Sociabilidad de Quillota entre 1870 y 1930”, en lo que sigue: “Como una de las invenciones humanas más importantes, la ciudad responde a los estímulos y ritmos de sus propios habitantes. Quillota no es la excepción”. ¡Felicidades a Quillota!    


Pablo Montero Valenzuela

Licenciado en Historia (PUC -V). Autor de los libros “La Sociabilidad de Quillota entre 1870 y 1930”. Ediciones Altazor. Viña del Mar, 2011. “Familias y Propiedad rural del Valle de Quillota en los siglos XVIII y XIX”. Ediciones Altazor. Viña del Mar, 2012.   

Quillota, domingo 11 de Noviembre de 2012