En
Villa Dulce Norte, Viña del Mar, reside actualmente(1) el profesor y escritor
quillotano Ernesto Barrera Zamora. Me lo
imagino leyendo, escribiendo o revisando alguna de sus diez obras inéditas:
novelas, libros de cuentos, ensayos; soñando, quizás, con futuras
publicaciones.
Hace
algunos días, tuve la satisfacción de recibir y leer su único libro publicado
algunos lustros atrás, “Después del
viaje”, con el patrocinio de la I. Municipalidad de Valparaíso, en la época más
brillante de la Sociedad
de Escritores del puerto (SEV), de la cual fue Barrera uno de sus
animadores. Este conjunto de quince
cuentos fue merecidamente premiado en el importante concurso para obras
inéditas “Gabriela Mistral” de la I. Municipalidad de Santiago.
No
necesita, el autor de los relatos, recurrir a descripciones minuciosas para
ambientarlos convincentemente en Valparaíso o en un pueblo que, en algunos de
ellos, es Quillota. Pero lo fundamental
de estos excelentes cuentos (en algunos de los cuales creemos descubrir
elementos autobiográficos) son sus auténticos personajes populares: modestos
profesores y estudiantes básicos (“Una hora de clase” y “La ceremonia”); un ex
estibador (“Un ratón de bahía”); un minero pobre (“Juan Zapata, cateador”); un
lustrabotas enano (“Serey”); un oficial de zapatero (“El bondadoso Garmendia”),
entre otros. Todos y cada uno de ellos
presentados con profunda simpatía; con contenida emoción, en más de un caso.
Después
de leer y releer los cuentos del volumen de Ernesto Barrera, se fortalece
nuestra opinión que Quillota no es sólo una ciudad fenicia, como podría
pensarse, sino también tierra de buenos poetas y prosistas, dignos de que sus
trabajos sean conocidos a través de antologías, reediciones y ediciones;
reiterando que Ernesto Barrera tiene diez libros inéditos.
Para
finalizar, recordemos el comienzo de “Una
hora de clase”:
“En la sala hay bullicio. No es desorden, en
el común sentido de la palabra. Es un
rumor de colmena, integrado por risas ahogadas y por diálogos infantiles que
enlazan los bancos con furtivo culebreo sonoro. Afuera, tras el marco de las
ventanas abiertas, despunta la primavera en los árboles de la avenida. Los brotes dormidos estallan y, de un momento
a otro, se resuelven en flor. El sol cumple su cálida jornada por el firmamento
azul y la brisa juega con las cortinas.
“El maestro está pensativo, de pie junto al
pupitre. Es un hombre alto, de largos
cabellos y poblados bigotes. Cerca de
las sienes, un poquito de nieve y en la espalda, ligeramente curvada, algunos
inviernos; tal vez treinta y cinco. O
cuarenta. Su mirada se escapa hacia el
exterior por el rectángulo luminoso de la ventana y reposa sobre los delgados
álamos que en el faldeo próximo aspiran a inundarse de altura celeste”.
NE:
1) Esta nota fue publicada originalmente en La Estrella , edición del 6
de mayo de 1986 p.8