Así, como un soplo marino, me llega “Aspectos del vivir de los chilotes. Castro 1950-1960” (Okeldán, 2013) del profesor Rodolfo Urbina, conocido de todos los quillotanos que alguna vez estudiamos Historia en la UCV.
Referirme a un libro acerca de Chiloé, en esta columna, se debe a la importancia que tiene escribir historia en la provincia y, además, sobre ella. La historia de Chile se ha pensado y escrito desde Santiago. Pueblos y provincias, en el mejor de los casos, comparecieron como bucólicos decorados campestres o suelo de gestas cuyo sentido solo se comprendería en la capital.
Desde cuatro amplios capítulos -lo juvenil, lo rural, lo urbano, la vida tradicional- el libro detalla acerca de los sentimientos, la vida callejera, los profesores, el fútbol, la devoción, las peleas a combos, los barrios, las tempestades, maremotos, la cocina a leña, la mirada foránea sobre todo esto. En fin, es la historia íntima, doméstica, de un pueblo que hacia la medianía de la época estudiada, ha decantado siglos una mentalidad absolutamente local aunque sorprendido de pronto descubre que hay “un” Chile más allá del Canal de Chacao. Así, la entrada de la radio y el Rock And Roll, el Puerto Libre o la posesión de un jeans Lee, en el año 1956, en Castro, bien pudieron ser una bomba de racimo haciendo añicos la vida tradicional. A propósito, ¿cómo habrá percibido la modernidad un joven quillotano por esa misma fecha?. ¿La percibió?
Para todos los provincianos de Chile, aquellos años fueron tiempos de transición entre la vida tradicional y los “tiempos modernos”. De Chiloé ya sabemos como fue. Dilucidar cómo se vivieron en provincias los grandes momentos de la Historia es un primer paso para la conformación de una conciencia histórica personal que permite reconocer los hechos que nos dieron origen como individuos y frente de los otros.
Chiloé y Quillota, de diluídas aunque insoslayables cercanías: no ser del centro; la percepción de una escala humana que permite la visión personal del “otro”, su historia. El sentimiento de un “origen común” que en la provincia se tiene entre sus habitantes, es el punto de partida para ir engranando la memoria que permitirá construir y detallar una identidad. La del chilote, en parte, tiene que ver con el abandono que el Estado hizo de la isla. ¿La del quillotano tendrá que ver con haber nacido entre Valparaíso y Santiago, y bajo un palto?
Sin duda que el hecho de ser provinciano es lo que permitió al profesor Urbina la práctica de método tan holístico. Es que llegó a la verdad no solo desde una racionalidad disciplinar, sino con todo el ser. Inclusos la revalorización de la sensualidad, la importancia de ver, oír...
Los libros de Urbina siempre restauran a sus lectores. La gente común y corriente no va a la Historia a buscar datos, fechas, hechos por sí solos o en sí mismos; sino algo más abstracto y real: busca algo que está por sobre el alcance de la inteligencia o la imaginación. Va en busca de pertenecer a algo, ser de alguna parte. De la provincia, por ejemplo.
Si la Historia de Chile fuese también la de las provincias ya no sería más esa cosa elitista, lejana y fúnebre; sino que sería el canto al mundito que sabe hablar con fuerza original y urgente, la lección que actualiza nuestro propio devenir existencial.
Del historiador de Chiloé podríamos hablar horas. Bástenos decir que en su perseverancia temática (ya van más de 12 sobre el archipiélago) también se delineó una historia de carácter tan íntimo, amistoso, que su quehacer se tiñó de bondad. Esa conciencia lárica que se forjó desde el amor al prójimo y al terruño.
Gustavo Boldrini Pardo