miércoles, 18 de febrero de 2015

En deuda con El Mayaca

"Estética de la Precariedad" se denomina la serie de óleos de la artista quillotana Matilde Díaz Opazo en la que retrata el particular paisaje urbanístico de El Mayaca.

  Quizá uno de los mayores enigmas quillotanos sea el cerro Mayaca. Pese a su sencillez, su humildad y, sobre todo, su secular presencia urbana, aún no es posible entenderlo, interpretar su símbolo, ni quererlo, parece.

    Algo similar pasa con el río Aconcagua. Es un misterio no verlo en la urbanidad de la ciudad ni en el fervor de sus ciudadanos, que apenas lo conocen.

    Es posible que, en el caso del cerro, todo no sea más que por su modestia. La gente le teme a su pobreza y huye. Así, discriminado, ni siquiera su latente vigor histórico nos conmueve. En tiempos inkásicos hubo allí un pucara y un Templo del Sol, dice el padre Rosales en su libro “Historia General del Reyno de Chile…”.
     
Nunca, en Quillota, ha existido un mínimo interés antropológico o histórico que pueda consolarnos de tanta ignorancia o indiferencia. ¿Acaso la historia o el simbolismo no tienen ninguna trascendencia?

    ¿Cuándo escribirá sobre el Mayaca?, me preguntó alguna vez mi amigo Augusto Poblete Solar. Sólo puedo contarle que las floristas del cementerio relatan que a veces, al amanecer, una joven mujer, etérea, ronda los puestos de flores. Que, embarazada, habría sido muerta y enterrada junto a su hijo, en alguna tumba de aquel camposanto. Hoy sólo se mueve entre las pilastras, como guiándose por los aromas y colores de las flores. La gente no la percibe en desconsuelo, en su levitar y levedad hay más vida que muerte. Allá abajo, los solares, la trama agrícola, la urbanidad... Todo, cubierto por el cielo del mar que sube por el río, y el sol, que desde los Andes baja buscando la fragancia frutal.

    Otro mito, don Augusto, es el de “Cárdenas, el hijo de Dios”. Un hombre que en “locura permanente” vive en la cumbre (no es el loco Eustaquio). Allí tiene establecido su divisadero, su dominio territorial y celestial. Cárdenas habita y puede vivir desde la contemplación del río, del cementerio, de la cuadrícola arbolada, y su “penadura” sólo es una inofensiva aparición, en espera de algo...

    ¿Que nos querrán decir estos antiguos mitos quillotanos? Desde su sino trágico, ambos están cargados de vida, de súplicas. Son revivificantes.
      
     Sabemos que en los mitos residen las claves de la realidad. Por ello, pienso que la conciencia colectiva de los quillotanos intuye que con el río y el cerro tenemos deudas. Así, participar del enigma del Mayaca es un requisito para ser quillotanos; que aún no lo somos si no incorporamos su dimensión sagrada.

Es necesario que nos conectemos con esta altura que nos asoma al río y al cielo, y también con ese silencio que nos habla. Instalados en su cumbre podremos levitar emocionalmente y repensar esta ciudad que otros ya eligieron para nosotros hace más de 600 años.


Gustavo Boldrini Pardo