miércoles, 22 de abril de 2015

Valle de Quillota o la Italia de Chile




Al cumplirse los 190 años de la publicación de las memorias del viajero inglés Gilbert Farquhar Mathison, tituladas “Narrative of a visit to Brazil, Chile, Peru, and the Sandwich Islands during the years 1821 and 1822. With miscellaneous remarks on the past and present state, and political prospects of those countries”, en su tierra natal, las que fueron traducidas a nuestra lengua cien años después, en 1925, por don José Toribio Medina y publicadas como parte de los “Opúsculos Varios de J T Medina” Tomo III, compilación hecha por don Guillermo  Feliú Cruz, el año siguiente; creemos pertinente recordar las impresiones del visitante, los días 6 y 7 de marzo de 1822, sobre los paisajes, gentes y costumbres de un Quillota apacible en medio de tiempos telúrica y políticamente agitados de nuestra historia.

“La pequeña  ciudad  de Quillota  es una de las más hermosas que  yo haya  visto en la América  del Sur; las numerosas  torres de sus iglesias y sus cúpulas  la hacen  aparecer  a la distancia  con  cierto  aire  de grandiosidad, apariencia que,  vista más de cerca, se desvanece por lo tosco  de su  arquitectura El número  de sus habitantes no  puede  exceder  mucho  de cinco mil; sus casas ocupan  una gran extensión  y alternan  generalmente  con  jardines y viñedos  y  arroyos de agua  corriente, que  alegran  y hermosean  todo  el lugar, a tal   extremo, que en realidad  le da el aspecto de rus in urbe.

Llegamos a la hora de la siesta,  en que no se oía un ruido, ni se veía  a  nadie  en las  calles.  Un  viajero de imaginación hubiera  podido  creerse  transportado a la  ciudad  que  se recuerda  en las Mil  y  una  Noches,  cuyos  habitantes todos se hallaban  petrificados; porque   no  pudimos  encontrar  quien nos diese  razón  de alojamiento y hubimos  de  vagar  durante bastante  tiempo,    hasta  que    por   fin   dimos  con   la  casa de un inglés, que nos proporcionó el acomodo que buscábamos.

En la noche fuí presentado a varias  familias y pasé algunas horas  muy  agradablemente en  sus  respectivas casas.  A  mi entrada, encontré, de  ordinario, a  las  mujeres  sentadas en círculo frente a la puerta, sobre esteras extendidas en el suelo, gozando del fresco de la noche, como es de uso  en los países cálidos. En raras veces ví a los hombres, y cuando se hallaban en casa, fumaban sus cigarros, sin prestar interés o terciar en la conversación. Las señoras parece que viven con libertad y jamás dejan de acoger al extranjero de la manera más amable: se sienten, de hecho, halagadas con sus visitas y por regla general se muestran inclinadas a su trato. Había algo de la primitiva sencillez en una acogida tan falta de ceremonia, que resultaba en  verdad agradable. Algunas bailaban, a pesar de que era la época de cuaresma; otras, tocaban  algunas canciones en  un clavicordio pequeño, instrumento de uso corriente entre ellas; otras, asimismo, se acompañaban en el canto con la guitarra, y no pocas de sus sencillas canciones las cantaban  con un grado tal de gusto y sentimiento, que la naturaleza,  y sólo la  naturaleza, puede inspirar.

Pregunté  por algún canto patriótico, y mi demanda fué al  punto satisfecha, pero inmediatamente   observé que no era mi  petición del  agrado general, habiendo descubierto, por una investigación posterior, que la mayoría de los habitantes de este pueblo estuvieron afiliados en el partido realista durante los disturbios revolucionarios, y sufrían entonces la suerte usual de los partidarios vencidos, a saber, pobreza y persecución de los poderes reinantes. Los bienes de muchas familias habían sido confiscados, y los mismos propietarios, muertos en los combates o aprisionados o  fusilados como enemigos de  su  patria.  Las  mujeres sobrevivientes eran, por lo tanto, naturalmente enemigas de  la  causa  patriota y  del gobierno existente, y siendo incapaces de juzgar bajo un punto de vista más elevado que el de su propio parecer, no hallaban nada que las  indemnizara de la  pérdida de su bienestar, o de aceptar su actual pobreza. Una señora joven y muy inteligente esbozó tan a lo vivo un cuadro de la prosperidad y  felicidad de su ciudad natal  bajo la dominación española y del contraste que ofrecía el estado actual de las cosas, en todo sentido, que yo no pude menos de asociarme de todo corazón a sus quejas acerca de las calamidades de la   guerra  civil.

A las gentes que se hallan lejos del teatro de los sucesos, la causa de la libertad y patriotismo produce a su respecto un resplandor luminoso, en el cual los desastres que acompañan su marcha son de ordinario casi enteramente olvidados por sus admiradores. No así, sin embargo, a  las personas que se hallan en el sitio mismo, cuyos ánimos y sentimientos se ven más de cerca afectados por los luctuosos acontecimientos que se ofrecen en  el acto a la vista, o se cuentan por  los  actuales  pacientes,  que  ofuscados por  la aureola que crea la fantasía, contemplan los futuros e inciertos beneficios y  planes de felicidad política.

La mayor parte del día siguiente se dedicó a una excursión por el valle arriba, cuya fertilidad y belleza naturales producían encanto y  admiración a  cada  paso. Era  grande el ardor del sol, pero la suavidad y fragancia de la atmósfera resultaban singularmente gratas a los sentidos y me hacían recordar el delicioso clima de  Madeira más que cualquiera otro que hasta entonces hubiera conocido.

Desde lo alto de una eminencia pude observar la corriente principal del torrente que se desprendía de los cerros, formando espuma en su lecho de guijarros, al paso que numerosos canales que se apartaban  del arroyo madre, algunos naturales y otros artificiales, llevaban la fertilidad a los contornos vecinos. Allí se dejaban ver  huertos  exuberantes, viñedos, jardines, praderas y  campos cultivados en continuada sucesión, con suaves laderas y arboledas entremezcladas, que producían en abundancia toda especie de frutas  europeas y legumbres. Mostrándose entre el verde follaje aparecían las torres y cúpulas de Quillota, brillando a los rayos del sol y coronando el suave paisaje. Sobre todo, las masas gigantescas de la Cordillera se  alzaban a lo lejos en imponente majestad y a los suaves tintes del paisaje añadían lo sublime y grandioso; de tal modo que un viajero que haya visto el valle de Quillota, uno entre los muchos que abundan en estas hermosas regiones, no se admirará de que Chile haya sido llamado un  jardín - la Italia  de  América.

La segunda velada la pasamos aún más agradablemente que la primera  en compañía de mis nuevas amistades, cuyos modales, aunque desprovistos de artificial elegancia o refinamiento, eran naturalmente simpáticos y siempre agradables. Sus mentes no estaban cultivadas por la educación, ni refinadas por el gusto, pero resultaban ingenuas y animadas, inquiriendo con interés acerca de las cosas de Inglaterra  y de otros países extranjeros, de los cuales habían sólo oído  hablar.

Su desconocimiento de los puntos más vulgares de la geografía era  particularmente notable, y  en cuanto a  historia parecía que lo ignoraban todo. Inquirían con insistencia en materias  de  religión y  como fanáticos  católicos romanos sentían cierto grado de lastimosa compasión hacia nosotros, pobres herejes; pero cuando recordé unas cuantas de las doctrinas fundamentales del cristianismo y confesé que las creía, se  manifestaron atónitos,  diciendo que  hasta  entonces tenían creído que un hereje era apenas poco mejor que un infiel. Con todo, el casarse allí un inglés, a menos que cambie, de  religión, sería  de  todo punto  inadmisible entre  ellos.

El aspecto personal de la generalidad de las mujeres predisponía mucho en su favor: cabellos negros brillantes, cejas oscuras y ojos negros expresivos y decidores, una complexión cercana a la trigueña, con facciones menudas e irregulares, constituyen el tipo dominante y característico estilo de su hermosura. En  el vestir  no manifiestan gran gusto, y  nada   me llamó la atención en este punto como  peculiar al  país; la  actual pobreza les impide  usar  adornos personales de  valía.


Permanecí dos días en Quillota y  sus alrededores, y  no sin pena dí el adiós a un sitio dotado de tantos y tan poderosos atractivos.  Mi visita había sido de un encanto sin reserva, y  mi pesar por su rápida  conclusión se veía realzado por la sensación que  los viajeros forzosamente experimentan con frecuencia,  esto  es, que  con  toda  probabilidad  jamás tendría  ocasión otra  vez de  volver”.