Al cumplirse los 190 años de la publicación de las memorias del
viajero inglés Gilbert Farquhar Mathison,
tituladas “Narrative of a visit to
Brazil, Chile, Peru, and the Sandwich Islands during the years 1821 and 1822.
With miscellaneous remarks on the past and present state, and political
prospects of those countries”, en su tierra natal, las que fueron
traducidas a nuestra lengua cien años después, en 1925, por don José Toribio Medina y publicadas como
parte de los “Opúsculos Varios de J T Medina” Tomo III, compilación hecha por
don Guillermo Feliú Cruz, el año
siguiente; creemos pertinente recordar las impresiones del visitante, los días
6 y 7 de marzo de 1822, sobre los paisajes, gentes y costumbres de un Quillota
apacible en medio de tiempos telúrica y políticamente agitados de nuestra
historia.
“La pequeña ciudad de Quillota
es una de las más hermosas que yo
haya visto en la América del Sur; las numerosas torres de sus iglesias y sus cúpulas la hacen
aparecer a la distancia con
cierto aire de grandiosidad, apariencia que, vista más de cerca, se desvanece por lo tosco de su
arquitectura El número de sus
habitantes no puede exceder
mucho de cinco mil; sus casas
ocupan una gran extensión y alternan generalmente
con jardines y viñedos y
arroyos de agua corriente, que alegran
y hermosean todo el lugar, a tal extremo, que en realidad le da el aspecto de rus in urbe.
Llegamos a la hora de la siesta,
en que no se oía un ruido, ni se veía
a nadie en las
calles. Un viajero de imaginación hubiera podido
creerse transportado a la ciudad
que se recuerda en las Mil
y una Noches,
cuyos habitantes todos se
hallaban petrificados; porque no
pudimos encontrar quien nos diese razón
de alojamiento y hubimos de vagar
durante bastante tiempo, hasta
que por fin
dimos con la
casa de un inglés, que nos proporcionó el acomodo que buscábamos.
En la noche fuí presentado a varias
familias y pasé algunas horas
muy agradablemente en sus
respectivas casas. A mi entrada, encontré, de ordinario, a
las mujeres sentadas en círculo frente a la puerta, sobre
esteras extendidas en el suelo, gozando del fresco de la noche, como es de
uso en los países cálidos. En raras
veces ví a los hombres, y cuando se hallaban en casa, fumaban sus cigarros, sin
prestar interés o terciar en la conversación. Las señoras parece que viven con
libertad y jamás dejan de acoger al extranjero de la manera más amable: se
sienten, de hecho, halagadas con sus visitas y por regla general se muestran
inclinadas a su trato. Había algo de la primitiva sencillez en una acogida tan
falta de ceremonia, que resultaba en
verdad agradable. Algunas bailaban, a pesar de que era la época de
cuaresma; otras, tocaban algunas
canciones en un clavicordio pequeño,
instrumento de uso corriente entre ellas; otras, asimismo, se acompañaban en el
canto con la guitarra, y no pocas de sus sencillas canciones las cantaban con un grado tal de gusto y sentimiento, que la
naturaleza, y sólo la naturaleza, puede inspirar.
Pregunté por algún canto
patriótico, y mi demanda fué al punto
satisfecha, pero inmediatamente observé
que no era mi petición del agrado general, habiendo descubierto, por una
investigación posterior, que la mayoría de los habitantes de este pueblo
estuvieron afiliados en el partido realista durante los disturbios
revolucionarios, y sufrían entonces la suerte usual de los partidarios
vencidos, a saber, pobreza y persecución de los poderes reinantes. Los bienes
de muchas familias habían sido confiscados, y los mismos propietarios, muertos
en los combates o aprisionados o
fusilados como enemigos de su patria.
Las mujeres sobrevivientes eran,
por lo tanto, naturalmente enemigas de
la causa patriota y
del gobierno existente, y siendo incapaces de juzgar bajo un punto de
vista más elevado que el de su propio parecer, no hallaban nada que las indemnizara de la pérdida de su bienestar, o de aceptar su
actual pobreza. Una señora joven y muy inteligente esbozó tan a lo vivo un
cuadro de la prosperidad y felicidad de
su ciudad natal bajo la dominación
española y del contraste que ofrecía el estado actual de las cosas, en todo
sentido, que yo no pude menos de asociarme de todo corazón a sus quejas acerca
de las calamidades de la guerra civil.
A las gentes que se hallan lejos del teatro de los sucesos, la causa
de la libertad y patriotismo produce a su respecto un resplandor luminoso, en
el cual los desastres que acompañan su marcha son de ordinario casi enteramente
olvidados por sus admiradores. No así, sin embargo, a las personas que se hallan en el sitio mismo,
cuyos ánimos y sentimientos se ven más de cerca afectados por los luctuosos
acontecimientos que se ofrecen en el
acto a la vista, o se cuentan por
los actuales pacientes,
que ofuscados por la aureola que crea la fantasía, contemplan
los futuros e inciertos beneficios y
planes de felicidad política.
La mayor parte del día siguiente se dedicó a una excursión por el
valle arriba, cuya fertilidad y belleza naturales producían encanto y admiración a
cada paso. Era grande el ardor del sol, pero la suavidad y
fragancia de la atmósfera resultaban singularmente gratas a los sentidos y me
hacían recordar el delicioso clima de
Madeira más que cualquiera otro que hasta entonces hubiera conocido.
Desde lo alto de una eminencia pude observar la corriente principal
del torrente que se desprendía de los cerros, formando espuma en su lecho de
guijarros, al paso que numerosos canales que se apartaban del arroyo madre, algunos naturales y otros
artificiales, llevaban la fertilidad a los contornos vecinos. Allí se dejaban
ver huertos exuberantes, viñedos, jardines, praderas
y campos cultivados en continuada
sucesión, con suaves laderas y arboledas entremezcladas, que producían en
abundancia toda especie de frutas
europeas y legumbres. Mostrándose entre el verde follaje aparecían las
torres y cúpulas de Quillota, brillando a los rayos del sol y coronando el
suave paisaje. Sobre todo, las masas gigantescas de la Cordillera se alzaban a lo lejos en imponente majestad y a
los suaves tintes del paisaje añadían lo sublime y grandioso; de tal modo que
un viajero que haya visto el valle de Quillota, uno entre los muchos que
abundan en estas hermosas regiones, no se admirará de que Chile haya sido
llamado un jardín - la Italia de
América.
La segunda velada la pasamos aún más agradablemente que la primera en compañía de mis nuevas amistades, cuyos
modales, aunque desprovistos de artificial elegancia o refinamiento, eran
naturalmente simpáticos y siempre agradables. Sus mentes no estaban cultivadas
por la educación, ni refinadas por el gusto, pero resultaban ingenuas y animadas,
inquiriendo con interés acerca de las cosas de Inglaterra y de otros países extranjeros, de los cuales
habían sólo oído hablar.
Su desconocimiento de los puntos más vulgares de la geografía era particularmente notable, y en cuanto a
historia parecía que lo ignoraban todo. Inquirían con insistencia en
materias de religión y
como fanáticos católicos romanos
sentían cierto grado de lastimosa compasión hacia nosotros, pobres herejes;
pero cuando recordé unas cuantas de las doctrinas fundamentales del
cristianismo y confesé que las creía, se
manifestaron atónitos, diciendo
que hasta entonces tenían creído que un hereje era
apenas poco mejor que un infiel. Con todo, el casarse allí un inglés, a menos
que cambie, de religión, sería de
todo punto inadmisible entre ellos.
El aspecto personal de la generalidad de las mujeres predisponía mucho
en su favor: cabellos negros brillantes, cejas oscuras y ojos negros expresivos
y decidores, una complexión cercana a la trigueña, con facciones menudas e
irregulares, constituyen el tipo dominante y característico estilo de su hermosura.
En el vestir no manifiestan gran gusto, y nada
me llamó la atención en este punto como
peculiar al país; la actual pobreza les impide usar
adornos personales de valía.
Permanecí dos días en Quillota y
sus alrededores, y no sin pena dí
el adiós a un sitio dotado de tantos y tan poderosos atractivos. Mi visita había sido de un encanto sin
reserva, y mi pesar por su rápida conclusión se veía realzado por la sensación
que los viajeros forzosamente
experimentan con frecuencia, esto es, que
con toda probabilidad
jamás tendría ocasión otra vez de
volver”.