domingo, 10 de mayo de 2015

De paso por Quillota, viñeta de un viaje transandino


Casi medio siglo después del relato de Estrada, las Vendedoras de frutas en la Estación Quillota, siguen siendo parte del álbum de personajes típicos chilenos. Así lo atestigua la fotografía de autor desconocido, del año 1911, contenida con esa rúbrica en la Biblioteca Digital “Trapalanda”, República Argentina.


A don Santiago Estrada (1841-1891), periodista, literato y diplomático argentino -personaje de vocación conservadora, prolífica actividad intelectual y una irrenunciable vocación de viajero-, debemos el relato sobre su paso en ferrocarril por nuestros valles rumbo a Valparaíso; crónica publicada en el número 3 de “El Americano”, París, abril 7 de 1873, como parte de  sus “APUNTES DE VIAJE: DEL PLATA Á LOS ANDES — DEL MAR PACÍFICO AL MAR ATLÁNTICO” (1), la que hoy podemos compartir gracias a la monumental tarea de digitalización realizada por la Biblioteca Nacional de España:

Nuestros antepasados habrían conceptuado visionario al que les hubiera dicho que la voz de las locomotoras perturbaría en el porvenir el silencio imponente de los Andes.

En efecto, parece fabuloso que un convoy de carros movidos por el vapor atraviese los desfiladeros de la cordillera(2). La fábula antigua no ha creado imagen mas fantástica. La locomotora que llega á la cumbre de la montaña respirando penosamente, empañando la atmósfera con su aliento entrecortado por la fatiga, es el gigante vencedor de la agreste naturaleza.

Al llegar á la estación do Montenegro se presenta una escena muy animada. En su plataforma están agrupados, esperando al tren, mujeres, niños, viejos y mendigos. Estos piden limosna, aquellos venden biscochuelos, unos ofrecen agua en botellas, otros presentan por las ventanillas de los carros pan y quesos de cabra.

La curva vecina á Montenegro es una obra atrevida. Tiene la forma de un arco armado: es el semicírculo de hierro por el cual pasa volando la locomotora.

Mirado el tren desde las ventanillas del centro, parece una serpiente que intenta morderse la cola.

El puente de los Maquis, suspendido sobre los abismos, da la idea de una gran hamaca amarrada á las montañas.

La locomotora sale de los abismos para penetrar en el corazón de los cerros. El túnel del Tabón sigue al puente de los Maquis. Un momento después que el pasajero vuelve á contemplar la luz, aparece ante sus ojos el precioso y cultivado valle de Llaillai. En este sitio se cambian los trenes, se recibe á los viajeros de los Andes y almuerzan los transeúntes.

Calera es célebre por su cal, blanca como el alabastro y por sus uvas que recuerdan las de Canaan. Apenas se pasa la Calera, se encuentra el canal Waddington por medio de este acueducto se trataba de proveer de agua potable á la ciudad de Valparaíso. El rio Aconcagua estaba llamado á apagar la sed de aquella vecina de la mar salada.

La estación de Quillota es el mercado donde se proveen los pasajeros de flores y frutas. En ella se espenden las mejores peras, las mas dulces naranjas, las mas exquisitas chirimoyas y lúcumas.

Los chiquillos mercan diarios viejos que hacen pasar por nuevos, las muchachas venden flores y los hombres frutas de dudosa propiedad.

Los gritos de los vendedores y el clamoreo de los niños que rodean á los que bajan en la estación, la convierten en una verdadera Babel (3).

Quillota está á cuatro horas y veinte minutos de Santiago. Cinco mil personas habitan la que debió ser capital de la República de Chile, por su vecindad al puerto y la abundancia de minerales de plata.

La población está rodeada de cerros cultivados y de magníficos sembrados. A su derecha se eleva majestuoso el cerro de la Campana, desde cuya cumbre se ve la ciudad de Valparaiso en los días despejados.

El valle de Quillota, monótono y triste para algunos, tiene para mi cierto encanto que me obliga á pensar en las delicias campestres cantadas por los poetas latinos.

Aquel pedazo de tierra revela la actividad de una población honesta y laboriosa.

Una arboleda frondosa y variada sombrea el lugar, que parece ser la tierra primitiva del peral, del lúcumo, del chirimoyo y del manzano.

Pasada la estación de Quillota los huertos se suceden: al pié de los cerros se elevan numerosos plantíos de pinos, nogales y parras.

El túnel de San Pedro, que mide novecientos metros, es una de las obras mas difíciles de este camino.

El pasajero contempla en Limache un lindo paisaje, formado por las fábricas allí establecidas y los árboles que sombrean los edificios adyacentes.

En este pedazo de tierra, al parecer trasportado de Inglaterra, se encuentran los talleres de la fundición de máquinas y cañones conocida con el nombre de Maestranza de Limache.

Hay, además, una gran fábrica de tejidos de cáñamo: aquella pertenece al gobierno y esta á una sociedad particular.

El pozo artesiano de Quilpué se encuentra á pocos quilómetros de Limache. Entre Guilpué y el Salto acaba de construirse un nuevo túnel para evitar el paso de cinco puentes de madera que no están en buen estado. El nuevo túnel mide ciento diez metros de largo.

Viña del Mar es la penúltima estación del camino.

Esta pequeña estación presenta un aspecto muy pintoresco. Un marco de álamos encierra el paisaje formado por las casas, los huertos y los jardines del pueblecito. Al llegar á este lugar, el dia en que lo conocí, experimenté un movimiento de placer.

El hijo de la tierra, rodeada por la pampa y los grandes horizontes del Plata, volvía á contemplar una extensión cuyos límites no podía medir con la mirada.

Mi espíritu, reconcentrado por el espectáculo de las montañas, se deleitó en presencia de la inmensidad, al escuchar el canto del pescador que surcaba las aguas, al oir el ruido atronador de las olas que azotaban la costa y las murallas de Valparaiso.

Al aproximarse á la ciudad pude comprender que sus enemigos no podrán acercárselo en adelante impunemente. Valparaiso se ha armado. Una doble fila de cañones corona la entrada del puerto, defendida por magníficas fortificaciones de piedra.

Los pobladores de Valparaiso pueden dormir tranquilos. El soldado chileno vela por su propiedad y su vida desde las almenas de aquellos castillos”.



Notas

1 Se trata de la publicación por capítulos de la obra originalmente editada en Buenos Aires, por la Imprenta Americana, en el año 1872. El relato surge con motivo de su nombramiento como “Secretario de la Legación Arjentina en Chile”, el 15 de enero de 1869; hecho que permitió materializar, en parte, su gran aspiración de infancia: ser un viajero por territorios desconocidos. N.E.

2 Se refiere al cruce de la línea férrea Santiago – Valparaíso por parte del cordón transversal de Chacabuco, que une las cordilleras de Los Andes y de la Costa. N.E.

Sobre esta algarabía  de voces, Guillermo Puelma Tupper (1851-1895),  médico, político y escritor, coincide:

Llegamos á Quillota: una  colmena:
mil manos alzan á la  vez canastas
y ofrecen  frutas, bizcochuelos, pastas con suave, peregrina cantilena.

‘Le paso  la  uva  blanca bien  fresquita, la lúcuma le  paso  bien  madura,’
quién a brindar las  paltas se apresura,
quién las  fragantes chirimoyas grita.

Otras los  ramos de  aromosas flores, ésta el dorado pejerrey caliente,
esa  la chicha, aquella la aguardiente
y fiambres, empanadas  y licores.

Van, vienen; un segundo vale  el día,
más baratas, más,  más  venden las  frutas,
y el tren marcha y áun  se oyen   las disputas
y el clamor de  la extraña algarabía”.

Publicado en “Fragmentos de un poema”, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile 1898. N.E.