domingo, 19 de julio de 2015

El Evangelio, dos credos y una Estación

El paso por la Estación Quillota sin duda fue punto de inflexión en las vidas de miles de pasajeros que pasaron por ella algún día. De su notable anecdotario rescatamos hoy dos episodios que vinculan a dos  religiosos españoles con la religiosidad de nuestro país. Ambos comparten tanto su misión evangelizadora –católica en primera instancia-, el nombre del Bautista y su origen valenciano. Uno lo hace desde el anonimato de un misionero jesuita llegado a lomo de mula a través de Los Andes, el otro como embajador nada  menos que de la Corona y la Santa Sede, cruzó las cumbres en convoy especial. Para el primero el paso por Quillota cambiará en soledad, desde su fuero interno, su vida; para el segundo la multitud y los vítores signarán sólo una escala más en su largo camino.




Del primero se dice que fue tirado en el andén, otros abandonado en un banco; lo que es seguro es que el hallazgo de un ejemplar del Nuevo Testamento en la Estación Quillota, en diciembre de 1876, fue el episodio que fecundó el germen de una nueva y poderosa fe para Juan Bautista Canut de Bon Gil (1846-1896). Aquel primer  encuentro con el Evangelio, según su propio testimonio, a través de la lectura del ejemplar proveniente de la Sociedad Bíblica de Valparaíso y su posterior encuentro cuatro años después en San Felipe con el predicador presbiteriano Robert MacLean, fueron los detonantes que transformaron al entonces desconocido jesuita, llegado cinco años antes al país, en el connotado predicador del protestantismo nacional, cuyos seguidores recibieron el apodo de canutos en referencia a su nombre(1).




Por el contrario el paso de Juan Bautista Benlloch y Vivó (1864-1926), casi medio siglo más tarde, corresponde al de una personalidad de la iglesia católica apostólica y romana recibida con un fervor sólo superado por el peregrinar del papa Juan Pablo II por nuestras tierras. El doctor en teología y derecho canónico, obispo de Urgel, príncipe de Andorra, arzobispo de Burgos y recientemente nombrado cardenal, dos años antes, emprendió en septiembre de 1923 un viaje a Hispanoamérica, enviado en especial comisión por el Gobierno Español (encabezado por el dictador Miguel Primo de Rivera y el monarca Alfonso XIII) y la Santa Sede, con Pío XI en su trono.

La misión eclesiástica del viaje del Cardenal Benlloch tenía como propósito oficial la difusión del movimiento misional en Iberoamérica. Además, para la Iglesia chilena la visita era de relieve por tratarse del primer cardenal que visitaba el país, con lo que se establecía un vínculo de normalidad entre Chile y la Santa Sede. No obstante el viaje tenía además un carácter político que tenía por propósito hacer prevalecer el concepto de Hispanoamericanismo por sobre el de Latinoamericanismo promovido por la entonces Italia Fascista(2).

Dejemos que Adulfo Villanueva Gutiérrez nos relate en su “Crónica oficial de la embajada del cardenal Emmo. Sr. Dr. D. Juan Benlloch y Vivó, Arzobispo de Burgos, a la América española” (Talleres Tipográficos La Gutenberg, Valencia 1926) el paso del prelado por nuestra ciudad rumbo a Valparaíso:

No se habían  extinguido aún  los ecos de las aclamaciones  de Santiago, ni había  reposado  el alma  de aquellas  violentas  sacudidas de la  emoción ni  desaparecido de los ojos las  huellas  de la ternura, cuando  ya empezaban  a  sentirse nuevas  impresiones. El  tren   especial,  compuesto  de  tres grandes coches de lujo,  se  iba  alejando  de  Santiago, que allá  queda  recogido en acción de gracias a los pies de los Andes, cruza  las frondas del Mapocho y los valles encantadores del Estero y Lampa, recorriendo la interesante línea  ya  conocida  hasta   Llay-Llay,  pues  en  ese  punto  está  la bifurcación   viniendo  de  la  cordillera   para   dirigirse a  Santiago o  Valparaíso.

Pasado  Til-Til, sin detención  ninguna, con harta pena del público estacionado,  entramos   en  la  provincia   de  Valparaíso, en  donde  ya  el  tren especial  tiene  algunas paradas, que  son  otras   tantas  manifestaciones de cariñoso  respeto.

Llay-Llay, Calera,  La  Cruz, Quillota, Limache,  Villa Alemana,  Quilpué y Viña  del Mar,  tributan una  ofrenda  de cariño,  ya  por  haber  conseguido  parada  del principesco  convoy, ya por  pasar  lentamente, dando  lugar a cambios de frases de cariño,  de aplausos  y  bendiciones.  Cuanto  podamos decir  de los agasajos recibidos  tendrá menos  valor  que las  sinceras reseñas  transmitidas por  el redactor de  La Unión que  nos acompañó  en todo el trayecto, sorprendiendo frases con su  pluma  y manifestaciones y episodios  con su  cámara informativa.

Que hable  el gran rotativo de Valparaíso:

‘EN  QUILLOTA.-La ciudad  de Quillota  dió ayer  [octubre 27 de 1923] una  prueba  de su cultura, patriotismo y religiosidad, tributando al  Mensajero Real  y Pontificio un homenaje  digno de  la majestad de la investidura y del talento y virtudes del eminentísimo Prelado  que ha llegado a nuestro  país  a compartir nuestras alegrías y a asociarse  al sentir general  del  pueblo en esta demostración  de su amor  a España, pues ha procedido como mensajero de paz  y de fraternidad, haciendo  revivir  el santo  amor  a la  Madre  Patria, que nunca se ha extinguido en el corazón del pueblo, pues sólo estaba  adormecido y  bastaba   una  alma  generosa  que  lo hiciera renacer  con  tanto  o más  vigor  que en  el pasado.

Desde temprano se habían  hecho grandes preparativos en  la  estación del ferrocarril para  recibir  dignamente al  ilustre   Purpurado, adornando los andenes  con banderas españolas y chilenas  y  guirnaldas de  flores.

En  lo alto  de la estación  se había  colocado un  letrero  patriótico en el cual se daba la bienvenida a los mensajeros de nuestra  raza hispana, todo esto coronado con dos grandes  banderas  española y chilena que flameaban al viento.

Se había  acordado anunciar  a la ciudad la salida  del tren  de la estación próxima con pitazos de las bocinas del Cuerpo de Bomberos, señal que produjo en todos una sensación de entusiasmo, que fué acrecentándose a medida que se acercaba  la hora  de la llegada del tren  especial.

La estación de Quillota presentaba,  a la  hora  de pasada  del tren,  el más hermoso aspecto, con una multitud  que la llenaba completamente. Las Autoridades  locales se habían  dado cita en la estación, notándose la presencia del Gobernador, D. Luis de la Cruz; del primero  y segundo Alcaldes, Sres.  Luis  Guardia  y  Nicanor  Molinare;  el Juez  Letrado;  el Cura  Párroco,  Sr.  Carlos  Romaní;  el Superior  de  los Mercedarios,  Reverendo P. Pedro Valenzuela; el Superior  de los Dominicos, Rdo. P. Domingo Fuenzalida;  el Superior  de San  Francisco,  Rdo. P. Sotomayor;  el Director del Instituto  Quillota, Rdo. Hno. Andrés, y de la colonia española, los señores:   Juan  Matas, José  María  Landeta,  Liborio  Mays, Florentino González, Ángel Alcalde, Aquilino Martín,  Manuel Cambin, Víctor  Molina, Santos Sáez, y de la sociedad de Quillota, señores: Raúl Riveros, Pedro Bolados, Froilán, Rafael Pinochet, Carlos Páez, Cipriano Estáez, Evaristo Arancibia, Juan  Manuel Romo, Joaquín  Figueroa  Lazcano, Luis Pizarro  Arauz,  Enrique  Araya,  Benjamín  Acuña,  Augusto  Gutiérrez,  Luis Pizarro   de la  Paz,  Francisco  Hawblitze,  Florencio  Gándara,  y  muchos otros.

Además de estas personas, estaba la estación repleta de damas de la sociedad y  de  una  multitud  compuesta  de personas  de todas  las  clases sociales, que hacían  imposible todo tránsito por  los andenes.

A las cinco y  cuarto  el tren  especial hacía su entrada triunfal en la estación  de Quillota, pasando  por una  barrera  humana  que costaba trabajo  mantener  en  orden,  pues todos trabajaban  por  adelantarse   hacia la pisadera, donde había aparecido el ilustre  Prelado vestido con su traje púrpura  de Cardenal.  La  muchedumbre prorrumpió  en  una colosal aclamación, en que se entremezclaban los vítores a Su Eminencia el Cardenal Benlloch, a España  y  a  la confraternidad  hispanochilena,  de la  cual  es apóstol  decidido y  entusiasta  Su  Eminencia.

Apenas el tren  se  detuvo, la  Comisión oficial, compuesta  de los Alcaldes y de las Autoridades  y  personalidades  de la colonia española,  se llegó con mucha  dificultad hasta  la  pisadera  del coche especial en  que venía  Su  Eminencia,  llevándole una  artística galera  española  formada por  flores, con  los colores de  la  bandera  de  la  Madre  Patria y  cargada con preciosas  chirimoyas, modesto homenaje  de los hijos  de esta  ciudad y de la colonia residente. Otro canasto artísticamente arreglado, conteniendo también  chirimoyas, fué  entregado a Su  Eminencia; delicadas  atenciones que agradecía con frases cariñosas  y  paternales.

Cuando  la  calma  pudo  hacerse,  el  primer   Alcalde,  D. Luis  Guardia, pronunció  un elocuente saludo  de  bienvenida  en  nombre  de la ciudad,  el cual fué  acogido con aclamaciones  por  los oyentes.

También  habló el Superior  de los HH. Maristas.

Su Eminencia el Cardenal Benlloch, en  una  de  sus  felices  improvisaciones, saludó  al pueblo de Quillota, cuya manifestación agradecía sinceramente en  nombre  del Pontífice  de los católicos  y de Su  Majestad  el Rey de España. Terminó  diciendo que podía declarar  sinceramente que de los corazones españoles  y chilenos, unidos y fundidos  en un santo  amor  a Dios y a la Patria, se había  hecho uno sólo, que vibraba  a impulsos generosos  de amor  y fraternidad para  la Madre  Patria y  para  la  tierra hospitalaria y bendita  que lo había  recibido tan  cordialmente.

Una aclamación  ensordecedora  saludó las últimas  palabras de Su Eminencia. El tren  partió,  reanudándose en el salón especial  de la Dirección General  de los Ferrocarriles, puesto  a las  órdenes  de Su  Eminencia, las conversaciones animadas que  reinaban  antes  entre  las  personalidades de la  comitiva  cardenalicia.’

Las  ofrendas no eran  flores sino  monumentos  de flores  y  frutos del país,  con banderas y dedicatorias que ardían  de entusiasmo por  España.

Con dificultad se abrían paso por entre la masa del gentío; las madres,
con gritos  de entusiasmo y de religiosidad, levantaban sus hijos, lo mismo que en  Llay-Llay  y en  Calera,  pidiendo  una  bendición  para  sus  amores. El paisaje  va cambiando  a medida que nos acercamos  a la costa. La línea, atraída por  las  cristalinas ondas  del Aconcagua,  se  viste  de frondosidad y de flores; es un valle riente  que anima  el trazado, que sigue  paralelo  al fecundo  y  abundoso  raudal que  nace en  las  abruptas cimas  que  le dan nombre  para  ir a rendir  su tributo al Pacífico por  la pintoresca bahía  de Concón”.


Notas

1 Sobre la notable vida y obra de Canut ver “JUAN BAUTISTA CANUT DE BON: EL HOMBRE DETRÁS DEL SOBRENOMBRE DE LOS EVANGÉLICOS EN CHILE” de Juan Sepúlveda González, Servicio Evangélico para el Desarrollo, Sepade.

2 Para la diplomacia italiana se trataba de una embajada destinada a incrementar la influencia de España en territorios americanos. Así lo sostiene Rubén Domínguez Méndez en “El viaje del Cardenal Benlloch por Iberoamérica en 1923. Los intereses de España e Italia en la correspondencia diplomática del Archivio Segreto Vaticano” INSTITUTO UNIVERSITARIO DE HISTORIA SIMANCAS CONFLUENZE Vol. 5, No. 1, 2013, pp. 218-233, Dipartimento di Lingue, Letterature e Culture Moderne, Università di Bologna.