El paso por la Estación Quillota sin duda fue punto de inflexión
en las vidas de miles de pasajeros que pasaron por ella algún día. De su
notable anecdotario rescatamos hoy dos episodios que vinculan a dos religiosos españoles con la religiosidad de
nuestro país. Ambos comparten tanto su misión evangelizadora –católica en
primera instancia-, el nombre del Bautista y su origen valenciano. Uno lo hace
desde el anonimato de un misionero jesuita llegado a lomo de mula a través de
Los Andes, el otro como embajador nada
menos que de la Corona
y la Santa Sede, cruzó las cumbres en convoy especial.
Para el primero el paso por Quillota cambiará en soledad, desde su fuero
interno, su vida; para el segundo la multitud y los vítores signarán sólo una
escala más en su largo camino.
Del primero se dice que fue tirado en el andén,
otros abandonado en un banco; lo que es seguro es que el hallazgo de un
ejemplar del Nuevo Testamento en la Estación Quillota ,
en diciembre de 1876, fue el episodio que fecundó el germen de una nueva y
poderosa fe para Juan Bautista Canut de
Bon Gil (1846-1896). Aquel primer
encuentro con el Evangelio, según su propio testimonio, a través de la
lectura del ejemplar proveniente de la Sociedad Bíblica
de Valparaíso y su posterior encuentro cuatro años después en San Felipe con el
predicador presbiteriano Robert MacLean, fueron los detonantes que
transformaron al entonces desconocido jesuita, llegado cinco años antes al
país, en el connotado predicador del protestantismo nacional, cuyos seguidores
recibieron el apodo de canutos en
referencia a su nombre(1).
Por el contrario el paso de Juan Bautista Benlloch y Vivó (1864-1926), casi medio siglo más
tarde, corresponde al de una personalidad de la iglesia católica apostólica y
romana recibida con un fervor sólo superado por el peregrinar del papa Juan
Pablo II por nuestras tierras. El doctor en teología y derecho canónico, obispo
de Urgel, príncipe de Andorra, arzobispo de Burgos y recientemente nombrado cardenal,
dos años antes, emprendió en septiembre de 1923 un viaje a Hispanoamérica,
enviado en especial comisión por el Gobierno Español (encabezado por el
dictador Miguel Primo de Rivera y el monarca Alfonso XIII) y la Santa Sede , con Pío XI
en su trono.
La misión eclesiástica del viaje del Cardenal
Benlloch tenía como propósito oficial la difusión del movimiento misional en
Iberoamérica. Además, para la
Iglesia chilena la visita era de relieve por tratarse del
primer cardenal que visitaba el país, con lo que se establecía un vínculo de
normalidad entre Chile y la
Santa Sede. No obstante el viaje tenía además un carácter
político que tenía por propósito hacer prevalecer el concepto de Hispanoamericanismo
por sobre el de Latinoamericanismo promovido por la entonces Italia Fascista(2).
Dejemos que Adulfo
Villanueva Gutiérrez nos relate en su “Crónica
oficial de la embajada del cardenal Emmo. Sr. Dr. D. Juan Benlloch y Vivó,
Arzobispo de Burgos, a la
América española” (Talleres Tipográficos La Gutenberg , Valencia
1926) el paso del prelado por nuestra ciudad rumbo a Valparaíso:
“No se
habían extinguido aún los ecos de las aclamaciones de Santiago, ni había reposado
el alma de aquellas violentas
sacudidas de la emoción ni desaparecido de los ojos las huellas
de la ternura, cuando ya empezaban a
sentirse nuevas impresiones.
El tren
especial, compuesto de
tres grandes coches de lujo,
se iba alejando
de Santiago, que allá queda
recogido en acción de gracias a los pies de los Andes, cruza las frondas del Mapocho y los valles encantadores
del Estero y Lampa, recorriendo la interesante línea ya
conocida hasta Llay-Llay,
pues en ese
punto está la bifurcación viniendo
de la cordillera
para dirigirse a Santiago o
Valparaíso.
Pasado Til-Til, sin detención ninguna, con harta pena del público
estacionado, entramos en
la provincia de
Valparaíso, en donde ya el tren especial
tiene algunas paradas, que son
otras tantas manifestaciones de cariñoso respeto.
Llay-Llay,
Calera, La Cruz ,
Quillota, Limache, Villa Alemana, Quilpué y Viña del Mar,
tributan una ofrenda de cariño,
ya por haber
conseguido parada del principesco convoy, ya por pasar
lentamente, dando lugar a cambios
de frases de cariño, de aplausos y
bendiciones. Cuanto podamos decir
de los agasajos recibidos tendrá
menos valor que las
sinceras reseñas transmitidas
por el redactor de La
Unión que nos
acompañó en todo el trayecto,
sorprendiendo frases con su pluma y manifestaciones y episodios con su
cámara informativa.
Que
hable el gran rotativo de Valparaíso:
‘EN QUILLOTA.-La ciudad de Quillota
dió ayer [octubre 27 de 1923]
una prueba de su cultura, patriotismo y religiosidad,
tributando al Mensajero Real y Pontificio un homenaje digno de
la majestad de la investidura y del talento y virtudes del eminentísimo
Prelado que ha llegado a nuestro país a
compartir nuestras alegrías y a asociarse
al sentir general del pueblo en esta demostración de su amor
a España, pues ha procedido como mensajero de paz y de fraternidad, haciendo revivir
el santo amor a la
Madre Patria ,
que nunca se ha extinguido en el corazón del pueblo, pues sólo estaba adormecido y
bastaba una alma
generosa que lo hiciera renacer con
tanto o más vigor
que en el pasado.
Desde
temprano se habían hecho grandes
preparativos en la estación del ferrocarril para recibir
dignamente al ilustre Purpurado, adornando los andenes con banderas españolas y chilenas y
guirnaldas de flores.
En lo alto
de la estación se había colocado un
letrero patriótico en el cual se
daba la bienvenida a los mensajeros de nuestra
raza hispana, todo esto coronado con dos grandes banderas
española y chilena que flameaban al viento.
Se
había acordado anunciar a la ciudad la salida del tren
de la estación próxima con pitazos de las bocinas del Cuerpo de
Bomberos, señal que produjo en todos una sensación de entusiasmo, que fué
acrecentándose a medida que se acercaba
la hora de la llegada del
tren especial.
La estación
de Quillota presentaba, a la hora
de pasada del tren, el más hermoso aspecto, con una multitud que la llenaba completamente. Las
Autoridades locales se habían dado cita en la estación, notándose la
presencia del Gobernador, D. Luis de la
Cruz ; del primero y
segundo Alcaldes, Sres. Luis Guardia
y Nicanor Molinare;
el Juez Letrado; el Cura
Párroco, Sr. Carlos
Romaní; el Superior de los
Mercedarios, Reverendo P. Pedro
Valenzuela; el Superior de los
Dominicos, Rdo. P. Domingo Fuenzalida;
el Superior de San Francisco,
Rdo. P. Sotomayor; el Director
del Instituto Quillota, Rdo. Hno.
Andrés, y de la colonia española, los señores:
Juan Matas, José María
Landeta, Liborio Mays, Florentino González, Ángel Alcalde,
Aquilino Martín, Manuel Cambin,
Víctor Molina, Santos Sáez, y de la
sociedad de Quillota, señores: Raúl Riveros, Pedro Bolados, Froilán, Rafael
Pinochet, Carlos Páez, Cipriano Estáez, Evaristo Arancibia, Juan Manuel Romo, Joaquín Figueroa
Lazcano, Luis Pizarro Arauz, Enrique
Araya, Benjamín Acuña,
Augusto Gutiérrez, Luis Pizarro
de la Paz , Francisco
Hawblitze, Florencio Gándara,
y muchos otros.
Además
de estas personas, estaba la estación repleta de damas de la sociedad y de
una multitud compuesta
de personas de todas las
clases sociales, que hacían
imposible todo tránsito por los
andenes.
A las
cinco y cuarto el tren
especial hacía su entrada triunfal en la estación de Quillota, pasando por una
barrera humana que costaba trabajo mantener
en orden, pues todos trabajaban por
adelantarse hacia la pisadera,
donde había aparecido el ilustre Prelado
vestido con su traje púrpura de
Cardenal. La muchedumbre prorrumpió en una
colosal aclamación, en que se entremezclaban los vítores a Su Eminencia el
Cardenal Benlloch, a España y a la
confraternidad hispanochilena, de la
cual es apóstol decidido y
entusiasta Su Eminencia.
Apenas
el tren se detuvo, la
Comisión oficial, compuesta de los Alcaldes y de las Autoridades y
personalidades de la colonia
española, se llegó con mucha dificultad hasta la
pisadera del coche especial
en que venía Su
Eminencia, llevándole una artística galera española
formada por flores, con los colores de la
bandera de la Madre Patria y cargada con preciosas chirimoyas, modesto homenaje de los hijos
de esta ciudad y de la colonia
residente. Otro canasto artísticamente arreglado, conteniendo también chirimoyas, fué entregado a Su Eminencia; delicadas atenciones que agradecía con frases
cariñosas y paternales.
Cuando la
calma pudo hacerse,
el primer Alcalde,
D. Luis Guardia, pronunció un elocuente saludo de
bienvenida en nombre
de la ciudad, el cual fué acogido con aclamaciones por
los oyentes.
También habló el Superior de los HH. Maristas.
Su
Eminencia el Cardenal Benlloch, en
una de sus
felices improvisaciones, saludó al pueblo de Quillota, cuya manifestación
agradecía sinceramente en nombre del Pontífice
de los católicos y de Su Majestad
el Rey de España. Terminó
diciendo que podía declarar
sinceramente que de los corazones españoles y chilenos, unidos y fundidos en un santo
amor a Dios y a la Patria , se había hecho uno sólo, que vibraba a impulsos generosos de amor
y fraternidad para la Madre
Patria y
para la tierra hospitalaria y bendita que lo había
recibido tan cordialmente.
Una
aclamación ensordecedora saludó las últimas palabras de Su Eminencia. El tren partió,
reanudándose en el salón especial
de la
Dirección General de
los Ferrocarriles, puesto a las órdenes
de Su Eminencia, las
conversaciones animadas que
reinaban antes entre
las personalidades de la comitiva
cardenalicia.’
Las ofrendas no eran flores sino
monumentos de flores y
frutos del país, con banderas y
dedicatorias que ardían de entusiasmo
por España.
Con
dificultad se abrían paso por entre la masa del gentío; las madres,
con
gritos de entusiasmo y de religiosidad,
levantaban sus hijos, lo mismo que en
Llay-Llay y en Calera,
pidiendo una bendición
para sus amores. El paisaje va cambiando
a medida que nos acercamos a la
costa. La línea, atraída por las cristalinas ondas del Aconcagua, se
viste de frondosidad y de flores;
es un valle riente que anima el trazado, que sigue paralelo
al fecundo y abundoso
raudal que nace en las
abruptas cimas que le dan nombre
para ir a rendir su tributo al Pacífico por la pintoresca bahía de Concón”.
Notas
1 Sobre la notable vida
y obra de Canut ver “JUAN BAUTISTA CANUT DE BON: EL HOMBRE DETRÁS DEL
SOBRENOMBRE DE LOS EVANGÉLICOS EN CHILE” de Juan Sepúlveda González, Servicio
Evangélico para el Desarrollo, Sepade.
2 Para la diplomacia
italiana se trataba de una embajada destinada a incrementar la influencia de
España en territorios americanos. Así lo sostiene Rubén Domínguez Méndez en “El
viaje del Cardenal Benlloch por Iberoamérica en 1923. Los intereses de España e
Italia en la correspondencia diplomática del Archivio Segreto Vaticano” INSTITUTO
UNIVERSITARIO DE HISTORIA SIMANCAS CONFLUENZE Vol. 5, No. 1, 2013, pp. 218-233,
Dipartimento di Lingue, Letterature e Culture Moderne, Università di Bologna.