sábado, 8 de agosto de 2015

Leyendo al quillotano Mario Orellana


En nuestra segunda  nota sobre Michimalonco citamos  el libro  alusivo a la crónica de Jerónimo  de Vivar y la conquista de Chile (1988) de Mario Orellana Rodríguez (Quillota, 1930), académico y antropólogo, premio Nacional  de Historia 1994, autor, entre otras obras, de “Historia de la Arqueología de Chile” (1996),”Historia y Antropología de la Isla de La Laja” (1992) y  de  dos  estudios  que  citaremos en  este  texto.

Orellana en “Chile en  el siglo XVI: aborígenes y  españoles” (2005) alude  a nuestro  valle y  al  fuerte  construido por  Pedro de Valdivia, basado  en informaciones de Bibar o Vivar (1):

“…el levantamiento  de la  casa-fuerte  muy  cerca del mar, en  el valle  de Chile, llamado por los  españoles valle  de Quillota, en los  primeros  meses  de 1542, no  tuvo  como finalidad construir una  ciudad sino proteger el trabajo minero y controlar  el sector marítimo  del  valle  de Aconcagua” (2).

Sobre esta  casa-fuerte escribimos una  nota en que  nos  referíamos al polémico  artículo de Jaime Vera titulado  “La casa fuerte de Pedro de Valdivia. Mito  y  realidad” (1988-89).

Cuando  se ha  hecho referencia  a los  indígenas de  nuestra  comuna o  provincia  se  usan  las  palabras araucanos, mapuches, picunches. En  la  edición de 1974 de “Los  orígenes de Quillota” de Carlos  Keller, de la cual reproducimos la lámina que encabeza esta nota, se  recomienda cambiar araucano por   mapuche en  toda la obra.

Nuestro  autor, en “Prehistoria y etnología de  Chile” (1994), aclara: “En arqueología y antropología, desde hace  años, no  se duda de que  los  araucanos son un  pueblo y una  cultura bien   definidos. No ocurre lo mismo  cuando  el  tema es tratado por los  lingüistas y por  algunos  historiadores, quienes tienden a mezclar a los  aborígenes de Chile central  con los araucanos, sobre  todo  cuando  se  usa  el concepto “mapuche” o “pueblos mapuches”.

Mario Orellana distingue cuatro  provincias culturales entre  los  ríos  Choapa y Cautín  con  el  uso  de una misma lengua.

Entre los  valles  del Aconcagua y  del  Cachapoal tenemos  la  “cultura Aconcagua” o “complejo   cultural Aconcagua”, cuyos límites cronológicos son: entre 800 d.C.  y la  ocupación inca, durante la década de 1470 con el inca Túpac Inca Yupanqui, según Leonardo León. Orellana nombra  a los “aconcaguas” y “mapochinos”.

Los “promaucaes” vivían al  sur de Angostura de Paine hasta  el  norte del  río Maule. Era su  provincia. Según Vivar, “Los  indios son de la lengua  y traje de  los del Mapocho. Adoran  el sol y a las  nieves porque  les da  el  agua  para  regar sus  sementeras,  aunque   no  son  muy grandes labradores…”.

El territorio de  “pormocaes” (así  los llama  Vivar) “Es tierra de muy lindos valles y fértil”.

El  cronista  relata  la  rebelión de los  promocaes en 1555, después de la muerte de Valdivia, subrayando las  relaciones de  éstos con los  indígenas del Mapocho y Aconcagua.

Más allá  del  río Maule y  hasta el  río Itata vivían indígenas  diferentes, no  descritos por Vivar. Su provincia era  tierra de transición o “tierra de nadie”.

Al sur  del río Itata hasta  el  río  Cautín hay  nuevas  tierras y nuevos  aborígenes. Es la provincia de la  “cultura Araucana”.

Los  araucanos, según el  antropólogo, “están bien  descritos por Bibar y, sobre  todo,  están bien  expuestas   sus  características guerreras”… “el  cronista nos  relata  la batalla  de Andalién, la belicosidad de los aborígenes, de su  jefe  Aynavillo,…”.

Con respecto a las  culturas Aconcagua y Araucana, Orellana Rodríguez afirma:”… Bibar, hacia 1550, veía  dos  provincias culturales relacionadas, con  rasgos  comunes, pero  también con  diferencias importantes. Estas diferencias son las  que  explicarían los  rasgos  distintos del  proceso histórico de  transculturación que  se vivió en  Chile del centro y  del sur.”



Notas

1 La obra de  Gerónimo  de Bibar se  titula: “Crónica y  relación copiosa y  verdadera hecha  de lo  que yo vi por mi ojos y por mis  pies anduve  y  con la  voluntad seguí  en  la  conquista de los Reynos de Chile en los  años que van desde 1539 hasta  1558 y que siendo uno de los primeros relatos de la conquista de Chile y fuente de trabajos posteriores similares, como el del sacerdote jesuita Diego de Rosales; sólo fue encontrada a mediados del siglo XX y publicada por el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina en 1966.

Para el Doctor en Filología Hispánica, Manuel Contreras Seitz, una Crónica a pesar que “el vocabulario renacentista es inexacto para atribuir las características tipológicas precisas a las obras, [se trata de un texto] de clara referencia medieval cuya terminología aplicada en el ámbito americano permitió una ampliación del sentido original, que por la época del descubrimiento y conquista se relacionaba ampliamente con las descripciones de tipo etnográfico”. Lo de Relación se refiere a un “texto que ha sido escrito por un testigo directo de los acontecimientos, ya sea 'de vista' o participando de ellos, lo que también implica que se relata una expedición o una aventura armada donde hubiese participado quien escribe”. Certezas que se contradicen con la desconocida e incierta figura del autor. No obstante,  si bien la obra carece de un valor relevante como fuente historiográfica, “filológicamente hablando, es una buena muestra, por una parte, de la construcción discursiva del mundo colonial y cómo se pretende influir en determinados círculos de opinión a los cuales estaba dirigida la obra (…) y, por otra parte, el texto también da cuenta de la etapa lingüística que se está viviendo en estos nuevos reinos, donde convergen diversas realidades dialectales para luego conformar la variedad de habla americana”. Extractado de ”Escritura en los inicios del Reino de Chile. La Crónica de Vivar” publicada en Estudios filológicos, (47), pp 45-57. Universidad Austral de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Instituto de Lingüística y Literatura (2011). NE.

2 Sergio Villalobos en un mapa lo fecha  en  1541.