Grabado de la “Brevísima relación de la
destrucción de las Indias” de Bartolomé de las Casas (1474-1566), Ed. Sevilla:
Sebastian Trugillo, 1552.-
En nuestra
nota sobre cuatro provincias culturales indígenas
chilenas no consignamos cifras sobre población. Ahora lo haremos basándonos, principalmente, en el
tomo II de la “Historia del pueblo chileno”
(1983) de Sergio Villalobos,
quien califica como “catástrofe
demográfica de los indios” el descenso de población después del descubrimiento.
Citando
al sabio Ángel Rosenblat (1), nuestro
autor, anota que la
población de América en 1492 era 13,3 millones y en 1570 11,2; descenso de un
16,14% en 78 años. Lo considera
excesivamente bajo.
Más cerca de la realidad, están los investigadores de Berkeley Cook y Borah (sólo
México central): 25.200.000 (1492) a 2.600.000 (1568) con un descenso de 89,68%.
Según Villalobos, basándose en Nathan
Wachtel, las cifras del imperio inca (Ecuador, Perúa y Bolivia) son:
en 1530 6.200.000 y 1.500.000 en 1590; baja del 76%. En las islas Antillas, mayores y menores, los indígenas habían desparecid0 por completo en 1522.
Nuestros
indígenas en 1492, según don Sergio, eran 800.000, doscientos mil más
que lo calculado por Rosenblat.
Es en el
Norte Chico y la región
central, incluida Quillota, “donde encontramos en toda
su intensidad la catástrofe demográfica”. “En el distrito
de Santiago, entre Choapa y
el Maule, el cuadro era
pavoroso”.
Valdivia
en carta del 4 de
septiembre de 1547 a Hernando Pizarro, señala que entre Copiapó y
el Maule hay 15.000 indios varones
adultos “porque de la guerra, hambre y malas venturas que han pasado se han muerto
otros tantos”. 50% de descenso.
En la provincia
araucana la situación era la
siguiente: “Los araucanos, que con sus
450.000 individuos constituían la mayor masa nativa, por esa razón pudieron
subsistir mejor que los otros pueblos, a
la vez que desafiar
con éxito la penetración española. Sobre ellos jamás pudo haber dominación estricta y por eso
mismo no se
vieron afectados realmente por
el servicio de las encomiendas.
El descenso
de ellos se debió
principalmente a las enfermedades, la guerra y las persecuciones”. La población araucana
constituía más de la mitad del total.
“Los factores
que provocaron la
catástrofe demográfica fueron
variados y complejos, siendo la lucha
armada uno de ellos, pero no el
más importante”
Otros factores:
las enfermedades que
portaban los conquistadores (2),
el alcoholismo (“una forma de evasión de
la realidad”), el mestizaje, la desintegración de la sociedad aborigen, el abatimiento moral.
Nosotros agregamos exceso de trabajo, mala alimentación y maltratos
en las encomiendas.
Luís Alberto Sánchez en su “Historia
general de América “ (1972) nos
recuerda que Cristóbal Colón en 1497, en la Española , inicio los repartimientos de tierras y
las encomiendas de indios, en teoría, para cristianizarlos.
Desde 1542
Valdivia comenzó a entregar
algunas encomiendas, pero sólo en 1544
procedió a repartir la totalidad
de los indígenas situados entre el Choapa y
el Maule, incluido el valle
de Quillota. En total 60
encomiendas.
En el
libro “Quillota en su raíz
colonial “(1980), Nancy
Flores y Juan Rivera presentan un
nutrido listado de los encomenderos quillotanos entre los años 1544 y 1778. Los primeros
son:
1544 Pedro
de Valdivia, 1544 Rodrigo González Marmolejo, 1550 Francisco Riveros,
1552 (año incierto) Rodrigo de Araya,
Pedro Gómez de don Benito, Alonso de Córdoba, Pedro de Miranda, Marcos Veas y Garci Hernández.
Villalobos,
por su parte, nos
dice lo siguiente de los encomenderos quillotanos en su
libro.
“La
entrega de encomiendas no
siempre obedeció al sólo
propósito de premiar a los
más esforzados, sino que en
mano de los gobernadores
fue utilizada para
realizar diversos acomodos. Muy
ilustrativo es, al respecto, lo
sucedido con los repartimientos de Pico, Aconcagua y Quillota. Los dos primeros fueron
concedidos por Pedro de Valdivia
al padre González Marmolejo a modo de pago por 30.000 pesos que le habían
dado para la conquista de los territorios del sur. Este hecho
era doblemente irregular, en cuanto
a los sacerdotes les estaba prohibido poseer encomiendas
y porque podía ser
considerado como una venta.
Pocos años después, Valdivia quitó a González Marmolejo los indios de Aconcagua, para recompensar
con ellos a Francisco de Riberos
que le había dado diez
mil pesos para el
envío de Jerónimo de Alderete a
España, que iba a
gestionar diversas mercedes. Sin
embargo, para no dejar agraviado a González Marmolejo, le
cedió sus propios indios de Quillota. El obispo de Santiago
disfrutó de aquel repartimiento y del de Pico hasta que por
resolución de la Audiencia de Lima fue
despojado de ellos. Tocó cumplir
esa orden a Hurtado de Mendoza,
que entregó los
indios de Quillota a Juan Gómez
de Almagro y para evitar mayores perjuicios al clérigo,
concedió a un sobrino suyo el
repartimiento de Pico.
No termino
allí el cambio de encomenderos en Quillota, pero sólo nos interesa agregar
que durante algunos años el repartimiento estuvo incorporado a la corona y que los
oficiales reales corrieron con su
administración”.
En otra
nota volveremos sobre el tema de las encomiendas.
Notas
1 En el prólogo de su estudio “La Población Indígena de América. Desde 1492 hasta la actualidad” (1945), del cual un extracto citamos a continuación, Rosenblat
expone la complejidad del tema:
“Qué
población tenía el continente americano al entrar en contacto con el hombre
occidental? El problema ha tentado a la fantasía y a la investigación
científica. Alrededor de cifras imaginarias e hipotéticas han contendido
belicosamente los apóstoles de la leyenda negra, los apologistas de un glorioso
pasado indígena, los detractores y los defensores del conquistador español o
del anglosajón. Las cifras han servido para juzgar una política pasada, y hasta
para hacer vaticinios sobre el porvenir cultural del continente.
El P.
Las Casas había visto más de tres millones de ánimas en la Española (la actual isla
de Haití y Santo Domingo), cantidad que fray Tomás de Angulo redujo a dos
millones, y el geógrafo López de Velásco a "más de un millón".
El
escritor alemán Alberi Hüne calculaba que Cuba tenía en 1511, en el momento de
la conquista, un millón de habitantes, cantidad que otros autores reducen a
menos de 100.000. El historiador chileno Amunátegui cree que la población del
antiguo Anáhuac no podía bajar de 10
a 12 millones, cálculo no muy exagerado si se tiene en
cuenta que al historiador mejicano Clavigero no le parecía inverosímil la
afirmación de que a las fiestas de la consagración del gran templo de la ciudad
de Méjico, en 1486, habían acudido seis millones de indios. El cronista Gonzalo
Fernández de Oviedo afirma con insistencia que murieron dos millones de indios
en sólo una pequeña parte de la América Central , la gobernación de Castilla del
Oro y Nicaragua, en los dieciséis años de régimen de Pedrarias (1514-1530). La
población del imperio incaico, que algunos calcularon en 20 millones (según el
P. Las Casas los españoles mataron en el Perú más de cuatro millones de
personas en diez años) era, para el investigador peruano Larraburre y Unanue,
de 10 a
12 millones de almas, y para el historiador Means de 16 a 32 millones.
En
cuanto a cálculos de conjunto, el geógrafo alemán Sapper, en el Congreso
Internacional de Americanistas de La
Haya (1924), basándose en los medios de subsistencia de la
población, supone para toda América de 40 a 50 millones. Paul Rivet, en su utilísimo
resumen sobre las lenguas de América, admite un máximo de 40 a 45 millones. El
arqueólogo Spinden, en 1928, apoyándose en el resultado de las excavaciones,
calcula para el año 1200 de nuestra era una población de 50 a 75 millones, que se
habría reducido ya en el momento del descubrimiento a unos 40 ó 50 millones. Últimamente
Kroeber, el antropólogo norteamericano, extendiendo a toda América sus estudios
sobre La densidad de población de las distintas áreas culturales, calcula que
la población del hemisferio, el año 1492, era de 8.400.000 habitantes.
¿Indica
esta disparidad que el problema es insoluble? ¿No es temerario calcular la
población de América cuando no conocemos de aquel entonces, con relativa
certeza, la
población
de ninguna parte de Europa, cuando hoy mismo carecemos de censos y hasta de
cálculos fidedignos para varios países de América? (…)
En el
caso de la población americana, los empadronamientos realizados por el régimen
colonial en distintas épocas, los repartos de indios en las encomiendas, los
cálculos de los misioneros y de los cronistas, los libros de confesión, los
libros de las tasas y tributos de la Real Hacienda , junto al conocimiento de las
condiciones de existencia en cada una de las áreas, permiten apreciar
tendencias y fijar, dentro de ciertos
límites, unas cifras que sirvan de índice aproximado de la realidad”. N.E.
2 En su interesante estudio “Las Grandes Epidemias en la América Colonial ” (2001); el catedrático del
Departamento de Sanidad Animal. Facultad de Veterinaria. Universidad de León, Miguel Cordero del Campillo, identifica
a las principales afecciones que diezmaron la población americana: La gripe, causada por Influenza virus, de
la familia Orthomy-xoviridae, tipo A, que también afecta a cerdos y aves; la viruela, Orthopoxvirus variólico
llegado a Santo Domingo, procedente de África con los esclavos negros que
reemplazaron a la mano de obra aborigen en desaparición; el sarampión, causado por un Morbillivirus
de la familia Paromyxoviridae y que arribó a América con la expedición de Juan
de Aguado a finales de l495; el temible tifus
exantemático, causado por Rickettsia prowazeki, que transmiten los piojos
humanos, que en España se había difundido en las guerras de Granada
(1489-1490), procedente de Chipre. En América había además piojos humanos y un
tipo de tifo transmitida al hombre por medio de la pulga de la rata. Por su
parte, señala que la fiebre amarilla,
causada por un Flavivirus, es posible que existiera antes del Descubrimiento,
sin embargo, autores anglosajones atribuyen origen africano a la virosis. En su
opinión, otras muchas enfermedades están
vinculadas a la colonización: dengue, parotiditis, lepra, salmonelosis,
paludismo, leishmaniasis, etc., pero no tuvieron los terribles efectos que las
antes mencionadas, asimismo algunas parasitosis
cruzaron el Atlántico en uno y otro sentido, especialmente entre África y
América y viceversa, pero sus consecuencias no tuvieron posible comparación con
las grandes infecciones.
Sobre la sífilis,
que aparece en la crónicas coloniales con el nombre de bubas o búas, Recuerda
que está demostrado que existía en América con anterioridad a la llegada de los
españoles y que llegó a España con un piloto de los Pinzón, difundiéndose
rápidamente.
Rubrica que, del mismo modo que los humanos, los
animales que se llevaron a América portaban consigo agentes infecciosos y
parasitarios y, a su vez, padecieron afecciones por agentes existentes en los
territorios a los que fueron destinados, sobre todo, de algunas afecciones parasitarias a cargo de
agentes propiamente americanos: miasis – bicheras —, plagas de garrapatas,
mosquitos, tábanos etc., más las causadas por parásitos específicos de los
animales domésticos de origen europeo. Entre las epizootias destaca: la durina o mal del coito, fiebre de tejas, la sarna
y el carbunco bacteridiano. N.E.