Hace
ya 194 años, un día 6 de agosto de 1822,
en la actualmente llamada Casa Colonial, ubicada en San Martín Nº336 (construida
en 1722, único Monumento Nacional de nuestra ciudad y sede del Museo Histórico Arqueológico
y Biblioteca Pública quillotanos); el entonces Director Supremo Bernardo
O'Higgins dio solemne lectura al documento que consignaba la designación de
la Villa
de San Martín de la Concha como Ciudad de San Martín de Quillota.
Más
allá de este episodio queremos hoy centrarnos en O’Higgins, cuya controvertida
figura histórica ha acaparado nuevamente el interés público debido a la
semblanza realizada recientemente por el investigador porteño Jorge Baradit (1969).
Como
referente reproducimos aquí párrafos destacados (pp 152-155) de la importante y
no menos polémica obra “Construcción de
Estado en Chile” (1800-1837), publicada por Editorial Sudamericana el año
2005 (550 páginas), en los que el Premio Nacional de Historia del año 2006, Gabriel Salazar Vergara (Santiago 1936), nos entrega
esclarecedoras informaciones sobre Bernardo
O’Higgins (1778-1842):
“¿Era Bernardo
O´Higgins un militar de carrera como San Martín? Todo indica que, pese a sus
campañas, no lo era. Pues O´Higgins no siguió la carrera militar en las guerras
de Alto Perú y España, como San Martín o Carrera; en verdad, era un gran
hacendado que se hizo militar formando y comandando regimientos de milicianos rurales; esto es: masas de
campesinos forzados a prestar servicio militar a sus patrones. La mayoría de
los hacendados y los grandes mercaderes de ese tiempo se “militarizaban” militarizando a su vez a la masa popular
que dependía patronalmente de ellos, para que “lucharan” por los intereses y
conflictos de la clase patronal. Los hacendados lo hacían convirtiendo en
montoneras a los inquilinos y peones de sus fundos; los mercaderes, adiestrando
en milicias al artesanado urbano y a los labradores suburbanos. Solo los
mineros escaparon de ese “servicio” militar porque ningún capitalista quiso
suspender la producción y exportación de oro, plata y cobre, que estaba por
encima de todo interés político y social. Como resultado de eso, muchos
miembros del patriciado lucían con orgullo la jineta de coronel o comandante de
milicia, como si fuera un (otro) título honorífico en la escala social más que
grado de una carrera militar. O´Higgins, por ejemplo, tenía ya esas jinetas
cuando se inició la Guerra de Independencia. Incluso José Miguel Carrera
patricio que se “profesionalizó” como soldado en España, organizó su golpe
militar contra la Junta de Gobierno (que le había quitado la jefatura del
ejército) echando manos de los inquilinos o peones de los fundos que poseía y/o
administraba su padre. El gran ministro Diego Portales creó y comandó un cuerpo
de milicianos en Valparaíso. Pero O´Higgins, al revés de Portales, se vio
obligado por las circunstancias a poner en práctica ese comando
comprometiéndose en una guerra de verdad. Y en ésta, es preciso señalar, actuó
tal como actuaban las montoneras y milicias rurales: no rigiéndose por planes
estratégicos o tácticos, sino por la improvisación
en terreno y la compulsión a atacar en directo y cara a cara. Como las
malocas de los indígenas. O el “vandalaje” de los montoneros. De ahí que los éxitos militares de O´Higgins
fueron de ese tipo: organizó una masiva milicia rural en sus tierras de Los
Ángeles, atacó impulsivamente en la batalla de El Roble, se retiró
compulsivamente del cerco de Rancagua y comprometió la batalla de Chacabuco
yendo al ataque antes de tiempo, arriesgándolo todo. Tenía arrojo miliciano, no cabe duda, pero no cerebro militar. Suficiente
para ser héroe, pero no para ser reputado como guerrero profesional. Sin la
presencia de San Martín es improbable que Carrera u O´Higgins hubieran podido,
por sí solos, triunfar en la Guerra de Independencia. Y menos disputando entre
sí.
¿Es que entonces, más que militar, era “político”?
Como hacendado de un pueblo de provincia
(Los Ángeles) e hijo de una familia patricia radicada en otro pueblo de
provincia (Chillán), O´Higgins pasó su niñez y adolescencia (hasta los 17 años)
viviendo según la tradición democrática de “los pueblos”, en calidad de vecino
con casa poblada (o sea, patricio o “hijodalgo”). Desde los 17 hasta los 23
años (1794-1801), sin embargo, vivió en Inglaterra y en España, donde se
integró a los grupos republicanos que discutían clandestinamente el proyecto político de la independencia
hispanoamericana (logia o club secreto de Francisco de Miranda). De regreso a
Chile, retornó a vivir en los “pueblos” de Los Ángeles y Chillán, ya con la idea
definida de romper definitivamente con España, desde una genérica concepción
republicana. Su condición de gran patricio (hijo de un gobernador de Chile y
Virrey del Perú) y su educación “europea” la valieron ser electo diputado para
el Congreso de 1811, en cuya condición,
cuando los representantes de Santiago eligieron abusivamente la Junta
Ejecutiva de ese Congreso, demostró una rotunda lealtad hacia el Cabildo y el
pueblo que lo designó. Desde entonces, se incorporó a la elite que, desde
Santiago, dirigió política y militarmente el proceso general de la
independencia. Al iniciarse la guerra, O´Higgins retornó a Los Ángeles, donde
–basado en su prestigio provincial- logró persuadir a la guarnición local que
se sumara al “sistema de la patria”; además, formó escuadrones de milicianos y
organizó, finalmente, una división de Ejército
de 1.400 hombres, con los cuales se dirigió a Chillán, sitiada a la
sazón por las tropas de Carrera.
Esta trayectoria, peculiar en muchos
sentidos, indica que Bernardo O´Higgins reunía en sí mismo tres tradiciones políticas: la democrática de los cabildos y los
pueblos (de provincia), la miliciana de los patricios hacendados y la
constituida por la logia secreta de los liberales europeos a comienzos del
siglo XIX. Sin contar la tradición “imperial”, presente en él, sin duda, por la
imagen de su padre, muerto en 1801 cuando, a los 23 años de edad, regresaba a
Chile.
Es indudable que su rango de héroe
nacional lo conquistó en los campos de batalla por su condición de “hacendado miliciano”
vencedor en El Roble, derrotado en Rancagua, lugarteniente en Chacabuco,
dispersado en Cancha Rayada y visitante tardío en Maipú. Su identidad
republicana provino de la tradición cabildante de “los pueblos” y de la
planificación conspirativa de las logias libertarias europeas. En cambio, el
autocratismo que demostró durante su gobierno devino no sólo de la misma
función de Director Supremo diseñada por el Cabildo Abierto de 1813 (recogida
de modo extremista en el de febrero de 1817) y de la resaca militarista de
Chacabuco y Maipú, sino también del centralismo conspirativo de la Logia
Lautarina que cogobernó con él entre 1817 y 1820 y de los resabios del poder
colonial propios del gobernador de Chile y del Virrey del Perú, configurados en
la memoria del padre. Como político, Bernardo O´Higgins no desarrolló, en su
forma pura, ninguna de las tradiciones que se encarnaban en él. Pues, si bien
su pensamiento era en última instancia republicano, su desempeño dictatorial
desmerecía en los hechos ese pensamiento, y si provenía de la tradición
democrática de los pueblos, la forma autocrática y conspirativa de muchas de
sus decisiones como gobernante diluyeron esa tradición hasta anonadarla. Y
pudiendo al menos haber sido democrático respecto a la clase patricia a la que
pertenecía, privilegió siempre las decisiones militares sobre las sociales, y
las conspirativas o autocráticas sobre las participativas. A la larga, las tres
o cuatro tradiciones políticas que se encarnaban en él se volcaron, desde fuera
de él y desde fuera de su gobierno, contra él mismo. Hasta forzar su abdicación
(la que, a su vez, fue una expresión dramática de su contradicción interna,
donde pugnaban su raigambre democrática y su raigambre cesarista. Pues abdicó
democráticamente a su condición de césar).
En todo caso, con la dictadura de
O´Higgins se prolongaron tanto el tipo de militarismo iniciado en Chile por los
hermanos Carrera como la rivalidad entre familias oligarcas, prolongaciones
ambas que contribuyeron a frenar y marginar por más de diez años el
desenvolvimiento natural de la tradición democrática de “los pueblos” (sin
lograr con todo eliminarla, como se verá luego). Se trató, esta vez, de un
militarismo menos teñido por arbitrariedades oligárquicas y más definido por
los objetivos geopolíticos hemisféricos
(la Logia Lautarina se proponía liberar Argentina, Chile, Perú, Bolivia y
Ecuador para formar una identidad política capaz de dialogar de igual a igual
con las monarquías europeas), que podía ser republicano o no, pero que en todo
caso resultó más abusivo que el de Carrera, puesto que las exacciones
financieras y las levas peonales que aplicó tuvieron una magnitud cuantitativa
muchísimo mayor, en razón de la escala hemisférica de sus objetivos. Y junto con ser el instrumento visible de
este nuevo tipo de militarismo (cuyo estado mayor era un club secreto)
O´Higgins debió hacerse cargo del desenlace final de la disputa entre la
familia Larraín y la familia Carrera, pues se sintió obligado a “asumir” de
algún modo (con o sin responsabilidad directa) el fusilamiento de los hermanos
Carrera en Argentina y el asesinato de Manuel Rodríguez en Tiltil; de modo que
el viejo conflicto oligárquico de larraínes contra carreras terminó convertido,
en los siglos XIX y XX, en el conflicto residual entre
o’higginistas y carrerinos.”