Vista hacia calle O’Higgins
con calle Maipú.
(Estación de Correos,
Municipalidad y Gobernación)
Imagen: “Historia
Administrativa y Urbana de Quillota 1810-1996” ,
Pablo Montero Valenzuela
En 7 archivos, numerosas actas municipales de
Quillota (el listado cubre 12 páginas de la bibliografía), decretos
administrativos (1 página), documentos de la gobernación departamental (2
páginas), varios oficios de alcaldía, 2 boletines de leyes, una memoria de
alcaldía, “propiedades municipales”, “colección de historiadores de la Independencia ”, una
Constitución política, 10 periódicos santiaguinos, porteños y quillotanos
(listado de 4 páginas), 11 textos y 31 fuentes indirectas (libros) se basó
Pablo Montero para escribir su libro.
“Historia administrativa y urbana de Quillota” que
motivó mi nota anterior.
Iniciamos este texto copiando (página 102) los
límites de nuestra ciudad en 1860, años de la novela del Loco Eustaquio: “…
Quillota limitando al norte con el río Purutún, al sur con el cordón del
portezuelo de San Pedro, al oriente hasta tocar el cerro La Campana y cordón de
Pachacama, poniente hasta los cerros de Boco y Rautén comprendiendo su
población”. Esta era la demarcación que circunscribía a la ciudad.
Quince páginas del texto giran en torno a los años
del Presidente Balmaceda desde el 17 de diciembre de 1885 cuando la alianza
liberal-radical-nacional convocaba para elegir a los delegados quillotanos que
participaron en la gran convención del 17 de enero de 1886 en Valparaíso que
proclamó candidato a la presidencia a don José Manuel. Los participantes fueron
José Eugenio Guzmán, José Nicolás Morán, José A. Infante, Roberto E. Meeks, Julio
Pinto Agüero Cruz y Daniel Ramírez.
En visita oficial, el presidente llegó a Quillota
el 20 de enero de 1889. El periodista Amador Astudillo y el médico Erasmo
Rodríguez, hermano de don Zorobabel, fueron víctimas del cólera que desde 1887
brotó en Quillota. Dos quillotanos decimonónicos que merecen mucho más que una
mención.
Uno de los documentos reveladores de lo urbano es
la “Memoria de la
Alcaldía Municipal de Quillota. Mayo 6 de 1900” , de Teodosio Figueroa
que aborda: alumbrado (gas, parafina, luz eléctrica), Matadero, la Recova , cementerio, calles
y veredas, puentes (sobre acequias) y bienes raíces municipales: “Casa
Consistorial, Teatro Municipal, Policía Urbana, Matadero, Cementerio, Recova,
Cerro Mayaca (parte norte y oriente); la Empresa de agua potable. El edificio de la Casa Consistorial
construido de material mui sólido, está ocupado en la parte baja por el Juzgado
de Letras, la cárcel pública, la tesorería municipal, varios arrendatarios
particulares i el Cuartel de la policía de seguridad; i en los altos por la Alcaldía i sus oficinas
anexas i la Sala
de sesiones…”. Finalmente se refiere al Hospital de Caridad y al suministro de
agua potable.
Es un panorama después de los primeros 90 años del
Quillota republicano.
La gestión del citado alcalde estaba inserta en el
ciclo de la Comuna Autónoma
(diciembre de 1891 a
diciembre de 1927), sucedido por el período de la Honorable Junta de Vecinos
(1927 a
1935). El ciclo contemplaba la elección de 9 regidores y los vocales de la Honorable eran
designados por el gobierno, empezando por el de Carlos Ibáñez.
Una nota de la página 272 nos informa sobre el
puente de Boco: “el de madera fue reemplazado por uno hecho de concreto en 1955” .
En las elecciones municipales de 1963 fueron
electos los siguientes regidores: José Leopoldo Saavedra, Alfredo Rebolar,
Víctor Vergara, Héctor Castro, Tulio Aillón, Ignacio Rodríguez y Sergio
Valencia. Castro, Aillón y Rodríguez militaban en la Democracia Cristiana ,
partido emergente que al año siguiente llegaría a la Moneda con Frei Montalva.
La importancia de esta colectividad en Quillota se ha acrecentado gracias a las
alcaldías del doctor Mella.
En la página 343 del libro subrayamos palabras que
indican que nuestro autor es un investigador serio, ya que no usa eufemismos
para referirse al régimen de Pinochet. Lo califica de “régimen de facto”,
“régimen dictatorial” y “dictadura”.
El capítulo final de la obra está dedicado a
nuestra Plaza Mayor, aclarando de paso, el origen de las cuatro estatuas de
mármol que representan las estaciones del año: fueron compradas por don
Baldomero Riso Patrón en 1874. No se trajeron del Perú.