Luis Zúñiga Alfaro
Pianista quillotano
Tal vez sea muy pretencioso titular a
este artículo: “Quillota y la música”… si, creo que lo es, pero me cuesta
encontrar un título que grafique la importancia que ha tenido esta expresión
artística en la historia de nuestra ciudad, o a la inversa… si, ¿por qué no?:
la trascendencia que ha tenido Quillota en la música de nuestro país.
Sé que estoy usando conceptos ambiciosos
y cargados de pretensión, para muchos, podrían ser exagerados, pero con un gran
trasfondo de verdad y en este artículo, pretendo mostrar antecedentes que
ratifiquen esta afirmación: Quillota ha tenido trascendencia en la música de
nuestro país y es de justicia que se sepa.
A mediado del siglo veinte, por los años
cincuenta, un cirujano dentista de origen boliviano, avecindado en Quillota y
muy amigo de la música, tuvo la feliz idea de formar un grupo musical, sólo con
la idea de cultivar esta bella expresión artística. Se las ingenió para
informarse si en Quillota habían músicos
interesados en formar parte de un grupo que podría ser cuarteto, una
orquesta de cámara o incluso algo mayor. Es oportuno recordar que nuestra
comuna por esos años, tenía una población aproximada de unos cuarenta mil
habitantes. Los jóvenes emigraban en busca de mejores perspectivas de trabajo,
nuestra pequeña comuna no crecía y lo más que se veía eran señores jubilados
que llegaban buscando tranquilidad y las ventajas de un clima benigno y
estable.
Don Jorge Anaya, nuestro inquieto
dentista boliviano y después de una pequeña investigación, invitó a su casa
para conversar de música a don Benigno Isla, profesor y violinista, a don
Teófilo Jara, ex director de la banda de la Escuela de Caballería, a don Clodomiro Díaz, un
flautista jubilado del Orfeón de carabineros de Chile, al joven Jorge Marambio,
estudiante de violín y a Luis Zúñiga, hermano del autor de esta nota, por esos
años, un joven estudiante universitario y muy buen pianista. Les participó su
proyecto, los entusiasmó y les pidió que para una próxima reunión, cada uno de
ellos llegara con un nuevo músico dispuesto a sumarse a esta aventura.
El grupo ya estaba tomando forma… Se
disponía de un buen número de violinistas, un chelista, un flauta traversa, un
director y alguien sugirió invitar a músicos de las bandas militares existentes
en la ciudad, en Quillota habían dos. Si se pretendía formar una orquesta se
precisaban trompetas, trombones, clarinetes y cornos. Las bandas militares
disponían de esos músicos.
Por contactos personales comenzaron a
llegar más músicos: desde Nogales apareció un contrabajista y desde Villa
Alemana otro chelo que se sumó a don Jorge Arancibia y a don Roberto Mayol, un
agricultor quillotano que se entusiasmó con la idea. Comenzaron a llegar
también los músicos de las bandas militares, que se caracterizaban por su
juventud, entusiasmo y talento musical. De partida destacó la presencia de un
trompetista joven y de calidad: don Alberto Arce.
El número de los dinámicos jóvenes con
ganas de incursionar en la música de los grandes maestros, ya estaba llegando a
los veinte y el espacio en la casa del Dr. Anaya se estaba haciendo chico y
además, no disponían de partituras musicales que les permitieran conocer de las
obras de los grandes de la música. El problema entonces tenía dos caras y la
solución no estaba en manos de sus organizadores. Tendrían que recurrir
al alcalde de la
Ilustre Municipalidad de Quillota.
El nexo para llegar al despacho del
alcalde, fue un regidor siempre preocupado de los aspectos culturales de la
ciudad: don Javier Ramírez Erazo. Por esos años, don Alfredo Rebolar, era el
eterno alcalde de nuestra ciudad. Hombre de campo, muy dinámico y trabajador,
de inmediato se interesó por la idea del Dr. Anaya. Le ofreció el salón
municipal para los ensayos y le entregó un aporte económico para la adquisición
de las partituras musicales.
La “Orquesta Filarmónica de Quillota”
estaba naciendo. Ahora… ¿Por qué filarmónica?...
Las más famosas orquestas del mundo,
incluso la sinfónica de Chile, son financiadas por importantes corporaciones, a veces privadas,
o de origen fiscal. En el caso de nuestra sinfónica nacional, está financiada
por el Estado. Es decir, sus integrantes son profesionales remunerados y no
podría ser de otra manera. La música, como carrera profesional, requiere más
práctica y estudio que el promedio de las carreras universitarias. Un gran
pianista decía: si dejo un día de practicar el piano, al día siguiente yo lo
voy a notar. Si dejara dos días… lo van
a notar los demás.
Los integrantes de la naciente orquesta
filarmónica de Quillota, llegaron a ella sólo por el amor a la música. De
hecho, philos en griego es amor. Filarmonía es amor a la música. Entonces y
como una manera de diferenciarse de los grupos orquestales financiados, se acordó usar el término
filarmónica, que estaba mucho más cerca del sentido del grupo que ellos habían
creado. Las orquestas sinfónicas eran remuneradas… ellos no.
Es necesario insistir en el contexto
histórico donde nacía este grupo musical y quienes lo componían. En todo el
país habían muy pocos grupos de este tipo. Santiago disponía de dos orquestas
importantes: la sinfónica y la filarmónica, sostenida esta última, por la municipalidad de nuestra
capital. Antofagasta, Viña del Mar, Concepción y Valdivia, todas ciudades
importantes, tres o cuatro veces más pobladas que Quillota, ya tenían orquestas
sinfónicas y a ellas se sumaba nuestra ciudad, que con un grupo de jóvenes,
mucho de ellos sin ni una práctica orquestal, pero se atrevían a incursionar en
ese enigmático mundo de la mal llamada música docta.
Las primeras obras que interpretó la Filarmónica de Quillota,
fueron unos poco conocidos valses y sus primeros conciertos fueron en el teatro
Portales. Para la mayoría de los quillotanos, fue una sorpresa saber que
nuestra pequeña ciudad contaba con una orquesta de esa categoría y aplaudieron
con ganas la feliz iniciativa.
Con el estudio, los ensayos y las
presentaciones en escenarios importantes de la zona, se mejoró el repertorio y
las obras de los grandes compositores comenzaron a mostrarse: Beethoven,
Mozart, Schubert, Rossini, Bizet y otros grandes, aparecieron en los programas
de la Filarmónica ,
manifestando un crecimiento musical más rápido de lo presupuestado.
Pero con el crecimiento llegaron los
problemas.
Don Jorge Anaya, que oficiaba como
presidente del grupo y con la mejor intención, tuvo la idea de mejorar la
calidad del sonido de la orquesta, con músicos de la sinfónica de Viña, que era
gente de mayor experiencia y que significaba un aporte en la calidad de la Filarmónica. La
idea se concretó y a los ensayos comenzaron a llegar nuevos músicos que
aportaron lo suyo y el cambio se notó. El déficit de la orquesta estaba en las
cuerdas y Anaya se preocupó de conseguir violines, violas y chelos de buen
nivel. Lo que él no comentó, fue que ese
aporte tenía un costo y que financió con
dineros que le entregaba la municipalidad, e incluso, con dinero de su propio
bolsillo.
La orquesta estaba alcanzando un buen
nivel musical y varios pensaron que ya era hora de intentar obras mayores y
pensando que tenían la suerte de contar con un buen pianista, se les ocurrió
interpretar un concierto para piano y orquesta y con un solista quillotano:
Luis Zúñiga. Alguien se consiguió la música del concierto de Félix Mendelsson
en sol, una obra difícil y muy rápida que era un desafío para cualquier
pianista.
Si la finalidad de la orquesta era
mostrar un espectáculo musical de primer nivel, digno de los mejores teatros
del mundo, ese objetivo no se cumplió… podríamos decir que fue un fracaso, que
sumado a las decisiones poco acertadas de su presidente, provocó un quiebre que
significó el fin de la orquesta Filarmónica de Quillota. Los músicos que
disponían de ingresos más modestos, no aprobaban que los refuerzos que
traía Anaya recibieran dinero y ellos
no. Molestos además por las decisiones dictatoriales del presidente,
presentaron su renuncia.
La orquesta Filarmónica de Quillota
había dado su último concierto.
Alguien podrá pensar que esta breve y
quijotesca aventura musical no tuvo consecuencias de ningún tipo… yo creo todo
lo contrario y pretendo demostrarlo.
El doctor Anaya siguió ligado a la
música, formó una sociedad cultural y se preocupó de conseguir para Quillota
conciertos de calidad con la sinfónica de Chile y solistas de primerísimo
nivel.
Jorge Marambio, por su parte, continuó
en la música. Siguió estudiando con profesores destacados, ingresó a la
orquesta sinfónica de Viña, tocó en la orquesta del festival de la canción y
siguió en ese ambiente hasta que la sinfónica fue disuelta a fines de los años
sesenta.
Con todo ese bagaje de conocimientos y
experiencia musical, el profesor Marambio crea la academia musical Santa
Cecilia en 1964, donde comenzó impartiendo clases de violín y guitarra. Este
último instrumento lo aprendió gracias a su hermana Emilia, una eximia
guitarrista que cultivaba la guitarra clásica y flamenca. Vale la pena recordar
que en los años sesenta y setenta la guitarra tuvo un despegue espectacular y
muchas niñas y niños querían aprender a tocarla.
Como un hecho anecdótico algo perdido en
el tiempo y abriendo un paréntesis, en 1964 las universidades de Chile y
Católica, en el espectáculo que presentaban antes del partido de fútbol y por
primera vez en la historia de los clásicos, unieron fuerzas e hicieron una
presentación conjunta, donde mostraron uno de los actos más espectaculares que
se tiene memoria, con mucho canto y danza de la nuestra, que culminó con la
presentación de más de ochocientas jovencitas, que con guitarra en mano,
cantaron en vivo una canción preciosa dedicada a la mujer. Tuve la suerte de
ser testigo de ese espectáculo, que creo que nunca más se volverá a repetir.
Cierro el paréntesis.
Por esos años del siglo pasado, querer
aprender a tocar la guitarra era una moda para muchos jóvenes, pero atreverse a
enseñar a tocar un instrumento como el violín, era arriesgado y el profesor
Marambio se atrevió y su olfato musical no estaba equivocado… los alumnos
comenzaron a llegar y muchos de ellos, con ganas de dominar ese complicado
instrumento.
El hecho de tener dos hijos pequeños que
crecieron escuchando el violín y se interesaban por aprender a tocarlo, ayudó a
Jorge Marambio a desarrollar un sentido pedagógico que no poseen todos los
maestros. Por eso su academia creció, ha dado buenos frutos y lo sigue
haciendo.
Comencé este artículo afirmando que
“Quillota ha tenido trascendencia en la música de nuestro país” y ahora lo
ratifico con más fuerza… De la academia Santa Cecilia, creada y dirigida por
Jorge Marambio, han llegado tres destacados violinistas a
tocar en la sinfónica nacional de Chile: Jaime Mancilla, Jorge y Horacio
Marambio Serrano, estos dos últimos, hijos y alumnos del profesor Marambio.
Podríamos agregar también al joven Fabián Cáceres, alumno de Jorge Marambio
hijo y que hoy ocupa el cargo de ayudante de concertino. ¿Habrá en Chile otra
ciudad, fuera de Santiago que pueda decir lo mismo? Y poco antes que estos eximios
violinistas llegaran a la sinfónica, otro quillotano se paseó por las mejores
orquestas de Chile: Leonardo Vergara Flores, que por razones de salud no pudo
desarrollar una carrera musical continua. Es decir que cinco virtuosos de la
música e hijos de esta tierra han gravitado en el ambiente musical chileno.
Ahora… ¿Qué significa llegar a tocar a
la sinfónica de Chile?...
Ser un músico de elite, con mucho
talento, disponer de un alto estándar musical que sólo se consigue con estudio
y trabajo… es una de las metas más altas a la que puede aspirar un músico y un
premio también a su esfuerzo. Cinco hombres de esta tierra lo han conseguido.
Pero hay algo más que vale la pena destacar: Jaime Mancilla, ex alumno del
profesor Marambio, ha sido el único músico chileno invitado a la orquesta
“Filarmónica Mundial”, dirigida por el destacado Director Lorin Maazel en 1986.
Y todo comenzó en 1956, cuando un grupo
de Quijotes quillotanos, se atrevieron a crear una orquesta filarmónica, que
duró poco, pero que derivó en una academia que hoy enseña violín, guitarra,
piano y violonchelo y que nos ha entregado excelentes músicos.
Y no me cabe la menor duda que lo
seguirá haciendo.
Aldo Zúñiga
Alfaro