Lidia Zunilda Pezoa Carvajal
Todas las grandes ciudades del mundo y
las no tan grande también, disponen de un símbolo que las identifican: París y
su torre de Eiffel, Roma y su Coliseo, Nueva York y la estatua de la Libertad , Buenos Aires y
su Obelisco… Y podríamos seguir buscando ciudades y símbolos hasta cansarnos,
porque siempre y en toda gran urbe habrá
un ícono que le dé personalidad. ¿O no es así: Venecia, Moscú o Kuala Lumpur?
Quillota, a nivel nacional o
internacional no es una gran ciudad, pero
no podía ser menos y andando el tiempo, comenzó a adquirir identidad a
raíz de un trabajo realizado producto de una desgracia y, disculpen la
redundancia, en las mismas raíces de un
centenario pino ciprés, que un agresivo temporal tiró al suelo una noche de
invierno, en la plaza de nuestra ciudad.
El árbol era gigantesco y comenzar a
trozarlo y evacuar toda esa leña llevó mucho tiempo de ardua y pesada labor.
Pero el trabajo principal era: ¡cómo lograr trozar la parte gruesa de la base
del tronco, que tenía dimensiones demasiado grandes para la tecnología de la
época!
La inmensa mole vegetal se había venido
abajo en el invierno de 1979 y pasaban los meses y seguía ahí, caído en la
plaza, como testigo mudo de la furia del viento y la lluvia, inerte, tranquilo,
como esperando que alguien se acordara de él y le ofreciera un destino.
Y sucedió el milagro.
La idea fundamental era darle un uso
apropiado in situ a toda esa madera virgen, pero ¿qué hacer con ella?... ¿cómo
hacerlo?... y ¿quién podía hacerlo? era una interrogante que no tenía respuesta
en Quillota.
Adriana Germain era una arquitecto de
Viña del Mar que trabajaba en la municipalidad de Quillota, hija de Laura
Peirano, alumna de la “Escuela de Bellas Artes” de la ciudad jardín y que tuvo
la feliz idea de contarle a su madre el pequeño gran drama que tenían los
quillotanos. De esa forma fue como los expertos en arte, se enteraron de la
existencia de esa posibilidad de transformar ese árbol-problema en algo bello,
perdurable, público y coincidieron también que la persona indicada para
enfrentar ese desafío era: Lidia Pezoa.
Lidia Zunilda Pezoa Carvajal, era una
talentosa alumna de la Escuela
de Bellas Artes y que se había especializado en tallado que era lo que más le
gustaba. Cuando supo lo del árbol, visitó Quillota, tuvo su primer encuentro con el caso y se
asustó. El trabajo era inmenso y de mucho tiempo; tenía varias etapas que había
que cumplir rigurosamente y hacerlas bien para garantizar un trabajo de
calidad. En consecuencia, había que tomar nota de todos los detalles,
planificar los pasos que se tendrían que dar y presentar un proyecto novedoso
que convenciera a las autoridades.
Para realizar ese trabajo, lo ideal
hubiera sido fotografiar el árbol con la mayor cantidad de ángulos posibles, de
tal manera que las fotografías le fueran indicando como proyectar una obra de
arte bien hecha, que le diera personalidad a la ciudad. Pero recursos para
llevar a cabo esa labor no habían, pero a Lidia ese tipo de dificultades no la
frenaban. Era un desafío interesante y había que enfrentarlo. Si no podía
fotografiar el árbol, optó por dibujarlo.
Y así lo hizo.
No le fue fácil llevar a cabo ese
cometido. De partida hubo voces que le advirtieron que la madera de un pino
ciprés no era adecuada para el tallado, entre esas voces, la de su profesor de
escultura, don Ricardo Santander Batalla.
Lidia había nacido en la sureña
localidad de Pucón y a pesar que había llegado muy niña a Viña del Mar, algo
sabía de maderas y se puso a investigar que tanta razón tenía su maestro. Don
Ricardo no estaba equivocado del todo, pero se le había escapado un importante
detalle. El árbol caído en Quillota
tenía más de trescientos años de antigüedad y
ese importante detalle le daba consistencia a la madera para ser
tallada.
Y no fue la única dificultad… A otros
les preocupaba toda la tierra que se encontraba entre sus raíces que habían
quedado al descubierto y que había que evacuar con extremo cuidado para no dañar la madera y poder trabajarla y darle
un sentido. Lidia tomaba notas de todo y agregaba sus propias observaciones:
¿cómo darle un carácter local a esa obra, que refleje las características y la
identidad de los quillotanos?
Y con una dedicación muy profesional, se
puso a estudiar la historia de la vieja Quillota. Descubrió que ya era un poblado importante antes de la
llegada de los españoles. Que era un Mitimae, es decir, un lugar donde había
llegado el imperio Inca, incorporando su cultura, con cultivos nuevos y formas
de regadío que los nativos de la zona no conocían y que andando el tiempo,
Quillota o el valle de Chile, se había convertido en la capital de los territorios
del sur del imperio.
Confirmó que la principal riqueza del
valle era la agricultura, con un suelo y un clima privilegiado, pero también
descubrió que Quillota fue la primera ciudad del territorio nacional, que se
declaró libre de la opresión española. Los patriotas habían derrotado a los
realistas en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817 y pocos días
después la noticia llegó a Quillota y los valientes quillotanos, sin mediar
mayor información, se tomaron la guarnición militar y se declararon libres de
la corona hispana.
Y también Quillota fue testigo de otro
hecho histórico… importante, trascendente, el primero que se registraba en el
naciente estado chileno.
El 3 de junio de 1837, el ministro don
Diego Portales se encontraba en nuestra ciudad pasando revista a las tropas
acantonadas en la plaza, cuando fue rodeado y tomado prisionero por un
destacamento del regimiento Maipo, bajo las
órdenes de un coronel rebelde: José Antonio Vidaurre. De aquí fue
trasladado a Valparaíso, donde el coronel subversivo esperaba conseguir más
apoyo para su sublevación contra el gobierno, pero le fue mal y le ordenó al
teniente Florín que le diera muerte a Portales.
Fracasado el motín, el gobierno condenó
a muerte a los cabecillas y ordenó que la cabeza de Vidaurre fuera colocada en
una picota en la plaza de Quillota y la cabeza de Florín, en el lugar donde fue
capturado y su brazo derecho, en el punto donde asesinó al ministro. Era la
primera vez en Chile, que se aplicaba esta drástica medida contra los sublevados.
Quillota quiso perpetuar la memoria de
Portales y un busto del asesinado ministro fue erigido en el mismo lugar de la plaza donde fue
aprendido. Samuel Román, premio nacional de arte, fue el artista encargado de
su elaboración.
A Lidia Pezoa le gustó Quillota, su
historia, su gente y su mente creativa comenzó a elaborar el proyecto que se
podría concretar en la madera de ese gigante árbol caído. Recientemente había
estado en España, nutriéndose de las
maravillas del arte renacentista que le desarrolló su capacidad creadora. Para
financiar el viaje, se había dedicado a restaurar obras de arte que habían sido
dañadas por los últimos terremotos. Cuando tuvo listo su proyecto, lo presentó a la Municipalidad. Varios
proyectos más, ya estaban en estudio.
La decisión fue rápida y sin reparos. El
alcalde de la época, don Eugenio Ortúzar, aceptó todos los requerimientos
técnicos y económicos de la obra; incluso, dispuso personal del PEM y el POJH
para que ayudaran en las labores anexas
al trabajo artístico, hizo colocar toldos de protección para el sol y la
lluvia… es decir, la mayor cooperación para la artista y su trabajo, que ya se
suponía terminaría siendo de gran calidad.
El árbol se había derrumbado en el
invierno de 1979. Un año más tarde, en julio de 1980, comienzan las labores que
se prolongarían por 16 largos meses de un trabajo delicado, continuo, casi sin
descanso, para darle forma y belleza al árbol caído. Por el costado sur del
tronco, se dejó testimonio del motín de Vidaurre y por el costado norte, se
destaca la principal actividad del valle: la agricultura. En sus raíces, Lidia
respetó la naturaleza y los caprichos del temporal… sus ramas, sepultadas por
trescientos años, quedaron de cara al cielo como símbolo de libertad. Fue el desafío mayor, que le quitó más tiempo
y puso a prueba su fértil imaginación. El resultado está a la vista e
impresiona por toda su maravillosa creatividad.
El 11 de noviembre de 1981, el día del
aniversario de Quillota, fue inaugurada esta magnífica obra fruto del talento,
las manos y la creatividad de Lidia Pezoa Carvajal. Y junto a ese “Sol vegetal
en una plaza”, como lo llamó el poeta porteño Alfonso Larrahona Kästen(1), fue
inaugurado también “Ronda de niños”, otro trabajo de Lidia, que aprovechó los restos
de un pino ciprés, cercano al árbol derrumbado, que en su caída destruyó a su
congénere algo más pequeño. Lidia lo había estudiado e ideó hacer un homenaje
al árbol, aprovechando un buen pedazo de tronco que se mantuvo erecto, que se
veía sano, viejo y muy apto para tallarlo.
Este último trabajo algo más pequeño,
fue muy aplaudido y causó la admiración de todos.
Y no son estos los únicos trabajos que
Lidia ha realizado en Quillota. Talló el altar mayor de la Iglesia San Francisco
y elaboró una imagen del santo que se encuentra en los jardines a la entrada
del templo. También esculpió un busto de
Ricardo Canales por encargo del alcalde Enrique Ortúzar y que fue colocado en
una de las entradas del Regimiento de Ingenieros, que por esos tiempos estaba
en nuestra ciudad. Al ser trasladada dicha unidad militar, al busto se le
perdió su destino.
Lidia Pezoa también ha realizado
trabajos en Viña del Mar. Restauró esculturas de mármol y la fachada el Palacio
de la Quinta Vergara ,
entre las cosas trascendentes que ha realizado en los muchos años dedicados al
arte. En 1999, cuando la
Municipalidad de Pucón conoció el gran trabajo que había
realizado en Quillota, le otorgó un diploma por su extraordinaria trayectoria
artística.
Pero, a pesar que esta escultora y
artista extraordinaria ha dado testimonio de su capacidad a toda nuestra
ciudad, hay preocupación en ella por el destino y futuro de sus obras. Son
trabajos que están al aire libre, expuestos a los rigores y vaivenes del clima…
es decir requieren de cuidados especiales para su conservación y duración.
Hoy día, al “Árbol caído” se le quitó el
agua, que le mantenía estable la humedad y la temperatura, condiciones
importantes para su durabilidad. Además, no se han tomado las precauciones
necesarias para evitar la termita y una colonia de estos insectos han anidado
en parte de su estructura y la están carcomiendo.
“Ojo”… hay que cuidar estas obras de
arte que le dan personalidad a Quillota.
Estos comentarios tienen la finalidad de
destacar el trabajo, la creatividad y el talento de una mujer a quien conozco,
quiero y admiro por todo su inmensa producción artística y que está ahí,
advirtiéndonos que no seamos indiferentes frente a tanta belleza, que podría
desaparecer por nuestra desidia. Años
atrás, fue una orquesta Filarmónica la que desapareció, porque en Quillota no
hubo una voz que se levantara para defender la belleza de la música.
Que nuestra "Ronda de niños" y nuestro "Árbol caído" no desaparezcan por nuestra indiferencia.
Aldo Zúñiga Alfaro
(1) para mayor información sobre este poema, puede leer el siguiente link Poema al Monumento al árbol caído