Gente bailando Cueca, año 1906
(fuente: Wikipedia)
Y lleguemos a nuestra ciudad creada con
cariño, donde también hay algo que decir al respecto, no tanto en la creación,
pero si en la difusión. Porque Quillota es pobre en creadores musicales, no
tiene mucho que decir y en toda nuestra región, sólo Valparaíso muestra buenos
resultados, con Payo Grondona y el Gitano Rodríguez, por mencionar algunos de
los más recientes. Antes ya se había destacado Luis Bahamonde con sus tonadas y
cuecas y también Julio Zegers, ganador del
festival de la canción de Viña del Mar género internacional.
En materia de conjuntos nuestra región
puede mostrar algo más e inmediatamente aparecen los “Jaivas”, “Congreso” y
“Tiempo nuevo”, donde se destaca nuestro coterráneo Sergio Sánchez,
desgraciadamente fallecido en el exilio.
Pero volvamos a Quillota… Como cualquier
rincón de Chile, nuestra pequeña ciudad en los años cincuenta y siguientes,
sufrían la contaminación de la música extranjera, que bien poco tenían que ver
con lo nuestro. No es de extrañar entonces, que las preferencias musicales
estuvieran encabezadas por temas de origen europeo o norteamericano… y por favor, que no se crea que estoy en
contra de la música de otros países no,
lo que combato, es la preferencia que se le daba a otro tipo de música y lo
nuestro era ignorado y tendía a desaparecer.
Felizmente había un contrapeso potente y que
contribuyó a mantener viva las expresiones musicales chilenas: “La Escuela de Cultura y
Difusión Artística”.
Era un espacio que existía en muchas
comunas del país y estaba destinado a los jóvenes para que conocieran algo de
nuestro folclore, aprendieran a bailar cueca y a cantar temas chilenos.
Funcionaba en alguna escuela y era totalmente gratuito. Si la música chilena no
murió producto de la embestida de la música extranjera con todo su respaldo
económico, se debió en gran parte al trabajo anónimo de nuestros maestros,
ayudados por algunos locutores de radio como Ricardo García y el gran trabajo
que realizó René Largo Farías, con su programa “Chile ría y canta” de radio
Minería. Curiosamente, René Largo Farías también era profesor. En Quillota, dos
profesores también, mantuvieron viva la música chilena a través de la radio:
Alejandro Carrillo y Raúl Gardella.
En nuestra ciudad, esta Escuela, estaba
dirigida por el profesor Luis Olivares Gutiérrez, con la participación de
profesoras, como la señora Olga Molina, de los profesores Hugo Rodó y Hugo
Salas entre otros. La escuela se mantuvo vigente por varios años y su gran
mérito fue que mantuvo vivo el interés por nuestra música y promovió solistas,
dúos y grupos folclóricos que comenzaron a mostrarse a comienzo de los años
sesenta.
Por esos años comienza a proyectarse un joven quillotano
que daría que hablar en el mundo de la música popular y a nivel internacional.
Erich Bulling, alumno del Instituto Rafael Aristía. No es mucho lo que hemos
podido investigar sobre este quillotano
músico por vocación. Sabemos que muy joven se fue a los Estados Unidos y
comenzó a relacionarse con el mundo de la música. Ya en 1969 participa en el
Festival de la canción de Viña del Mar, género internacional. En 1987 vuelve al
festival, pero como jurado y ya era toda una personalidad en el mundo del disco
en el país del norte.
Ya estábamos en los comienzos de la
dictadura y las autoridades militares, mostrando todo su desprecio por la
emergente nueva canción chilena, toman algunas medidas y este género musical comienza a desaparecer del
dial nacional. El Quila y el Inti, tácitamente estaban vetados.
Pero surge un fenómeno muy interesante y
pienso que fue de una forma espontánea, sin ninguna planificación, sólo en base
al olfato de algún locutor de radio valiente, que se atrevió a poner al aire un
cantautor cubano semi desconocido para el grueso de la gente, que con una
temática novedosa, muy melódica y de ritmos variados. El contenido de sus
letras no tenía nada de sedición, pero si mucho de poesía bien elaborada que
conquistó a la gente con rapidez. Y la música de Silvio Rodríguez se extendió
como un reguero de pólvora. Muy luego se le sumaría otro cantautor gigante y
cubano por añadidura: Paulo Milanés.
En las radios se escuchaban poco… quizás
fue de guitarra en guitarra, o de casete en casete, lo cierto es que en muy
poco tiempo eran los principales invitados a todas las fogatas veraniegas, a
las peñas, o a los encuentros de música joven y mencionar sus nombres y cantar sus canciones era un acto de
valentía que la gente premiaba con un fuerte y valiente aplauso también.
A fines de los años setenta, ya estaban
apareciendo los encuentros y peñas folclóricas, muy vigiladas y controladas por
las autoridades y todo asomo ligeramente subversivo era reprimido con todo el
rigor de la dictadura. De hecho, siempre llegaba un fotógrafo que tomaba
registro a los artistas y al público en general. Mucho tiempo después, supimos
que era una forma de control de los cantantes y asistentes a esos lugares.
Recuerdo un hecho en el que se vio
involucrado mi hermano Omer.
En un acto cultural del liceo donde él
era director, un alumno cantó “Al centro de la injusticia” un tema de Violeta
Parra con un fuerte contenido social y que llegó a oídos de las autoridades
militares. Alumno y director fueron
increpados duramente.
La defensa de mi hermano fue muy
inteligente: Si usted cree, le dijo al oficial, que una canción que Violeta
Parra escribió hace unos quince años,
tiene algo que ver con el Chile de hoy… esa es su interpretación… Al poco
tiempo Omer Zúñiga fue removido del cargo.
Y para no ser menos, yo también me vi
afectado en un hecho similar, pero que tuvo más características anecdóticas que
de otro tipo.
A mi hija Carolina de seis años, yo le
enseñé una canción de Isabel Parra muy bonita y que pone el acento muy
sutilmente en el destierro. “Ronda para un niño chileno”:
Matías
es uno de tantos inocentes pajaritos… Que volaron a otras tierras por no tener
su nidito.
Así dicen sus primeros versos y yo se la
enseñé a mi hija sólo porque es una canción muy tierna. Pero Carolina en toda
su inocencia, se le ocurrió cantarla en su curso y llegó muy contenta
contándome lo que había hecho. Eso fue en 1978 y obviamente que no le dije
nada, pero anduve preocupado por mucho tiempo. Felizmente, la inocente
iniciativa de mi hija no tuvo consecuencias.
Por esa época, conocí una joven
quillotana que le gustaba el canto popular latinoamericano y que no tenía quien
la acompañara. Paty disponía una voz potente afinaba y dulce que era del agrado
del grueso del público. Probamos hacer un dúo y
resultó. Muy luego, el dúo de Paty y Aldo era invitado a todos los
encuentros folclóricos, incluso llegó a la televisión y a la radio. Al poco
tiempo, comencé a notar cierta vigilancia, con tan poco disimulo, que más de
una vez vi una sombra paseándose frente a mi casa y que tomaba la hora cuando
llegaba tarde en la noche.
Y por esa época también, conocí un grupo
de jóvenes alumnos de la
Escuela Industrial donde estaba recién llegado, que habían
formado un grupo de canto latinoamericano y lo habían hecho solos. Me ofrecí ayudarlos y así nacieron
“Los Guaipes”, que aún es recordado por mucha gente y que ha permanecido en el
tiempo con otro nombre. Hoy son “Mitimae”, de los originales Guaipes sólo
quedan tres y los sigo ayudando para ordenarlos musicalmente. Aún recuerdan una
de las tantas anécdotas ocurridas en esos años duros, donde ellos comenzaron a
manifestar su compromiso con la democracia.
Grupo "Mitimae"
Fue para un primero de mayo de comienzo
de los años ochenta. Ya habían salido del colegio y por voluntad propia,
seguíamos cantando, aprendiendo cosas nuevas y dándonos a conocer en el mundo
del canto popular. No recuerdo como fuimos invitados a un acto organizado por la ANEF , para conmemorar la
fecha en el Fortín Prat de Valparaíso. Llegamos y un contingente de carabineros
que se encontraba a la entrada, nos revisó uno por uno y para ver si dentro del
bombo había algo oculto, lo abrieron con una bayoneta. Todos nos asustamos,
pero fue el único gesto agresivo que tuvimos que enfrentar. Igual cantamos y
algo asustados regresamos a Quillota.
Estoy intentando de graficar el papel
que le cupo el canto popular durante los años del gobierno militar. Espacio
para hacer algo más trascendente no teníamos, pero el hecho de cantar un tema
de Víctor Jara, de Violeta Parra o de cualquiera de esos grandes creadores
“subversivos”, era un acto de coraje político que la gente premiaba con
cerrados y sostenidos aplausos.
Y la imaginación y valentía llegaron más
lejos. Gustavo Hidalgo, un profesor quillotano hizo unos simpáticos arreglos de
canciones infantiles, cargados de sutiles ironías políticas que no fueron del
gusto de las autoridades del ministerio de educación y el Flaco Hidalgo fue
exonerado. Algo similar le ocurrió al “Chico” Díaz, un estudiante de música que
se atrevió con temas “atrevidos” y fue expulsado del país. Mejor suerte tuvo el
poeta Oscar Varas de Limache, Clara Fuentes de Quillota, el Chelo Tapia y su
señora, o el dúo del matrimonio Barbosa-Báez de La Calera que sobrevivieron a
las presiones de la época.
La dictadura tenía claro el peligro que
representaba el canto popular e intentó reprimirlo, pero ya era tarde. Radios
como “Cooperativa” y “Chilena”, que además de informar con la verdad, no tenían
miedo de incluir temas “prohibidos” en su parrilla programática y así se fueron
ganando una audiencia mayoritaria, que contribuyó que en el plebiscito de 1988
triunfara la opción “NO”, que pondría fin a la dictadura.
No estoy afirmando que fue el canto
popular el que terminó con la dictadura, pero que ayudó, sí que lo hizo y
quienes de alguna manera contribuyeron a este triunfo, se merecen todo nuestro
respeto.
Y viva la canción chilena y
latinoamericana.
Aldo Zúñiga Alfaro