domingo, 10 de marzo de 2019

El Canto Popular Chileno y Latinoamericano en Quillota (segunda parte)



                             Gente bailando Cueca, año 1906
                                     (fuente: Wikipedia)


Y lleguemos a nuestra ciudad creada con cariño, donde también hay algo que decir al respecto, no tanto en la creación, pero si en la difusión. Porque Quillota es pobre en creadores musicales, no tiene mucho que decir y en toda nuestra región, sólo Valparaíso muestra buenos resultados, con Payo Grondona y el Gitano Rodríguez, por mencionar algunos de los más recientes. Antes ya se había destacado Luis Bahamonde con sus tonadas y cuecas y también Julio Zegers, ganador  del festival de la canción de Viña del Mar género internacional.

En materia de conjuntos nuestra región puede mostrar algo más e inmediatamente aparecen los “Jaivas”, “Congreso” y “Tiempo nuevo”, donde se destaca nuestro coterráneo Sergio Sánchez, desgraciadamente fallecido en el exilio. 

Pero volvamos a Quillota… Como cualquier rincón de Chile, nuestra pequeña ciudad en los años cincuenta y siguientes, sufrían la contaminación de la música extranjera, que bien poco tenían que ver con lo nuestro. No es de extrañar entonces, que las preferencias musicales estuvieran encabezadas por temas de origen europeo o norteamericano…  y por favor, que no se crea que estoy en contra de la música  de otros países no, lo que combato, es la preferencia que se le daba a otro tipo de música y lo nuestro era ignorado y tendía a desaparecer.

 Felizmente había un contrapeso potente y que contribuyó a mantener viva las expresiones musicales chilenas: “La Escuela de Cultura y Difusión Artística”.

Era un espacio que existía en muchas comunas del país y estaba destinado a los jóvenes para que conocieran algo de nuestro folclore, aprendieran a bailar cueca y a cantar temas chilenos. Funcionaba en alguna escuela y era totalmente gratuito. Si la música chilena no murió producto de la embestida de la música extranjera con todo su respaldo económico, se debió en gran parte al trabajo anónimo de nuestros maestros, ayudados por algunos locutores de radio como Ricardo García y el gran trabajo que realizó René Largo Farías, con su programa “Chile ría y canta” de radio Minería. Curiosamente, René Largo Farías también era profesor. En Quillota, dos profesores también, mantuvieron viva la música chilena a través de la radio: Alejandro Carrillo y Raúl Gardella.

 En nuestra ciudad, esta Escuela, estaba dirigida por el profesor Luis Olivares Gutiérrez, con la participación de profesoras, como la señora Olga Molina, de los profesores Hugo Rodó y Hugo Salas entre otros. La escuela se mantuvo vigente por varios años y su gran mérito fue que mantuvo vivo el interés por nuestra música y promovió solistas, dúos y grupos folclóricos que comenzaron a mostrarse a comienzo de los años sesenta.

Por esos años  comienza a proyectarse un joven quillotano que daría que hablar en el mundo de la música popular y a nivel internacional. Erich Bulling, alumno del Instituto Rafael Aristía. No es mucho lo que hemos podido investigar sobre este quillotano  músico por vocación. Sabemos que muy joven se fue a los Estados Unidos y comenzó a relacionarse con el mundo de la música. Ya en 1969 participa en el Festival de la canción de Viña del Mar, género internacional. En 1987 vuelve al festival, pero como jurado y ya era toda una personalidad en el mundo del disco en el país del norte.

Ya estábamos en los comienzos de la dictadura y las autoridades militares, mostrando todo su desprecio por la emergente nueva canción chilena, toman algunas medidas y este  género musical comienza a desaparecer del dial nacional. El Quila y el Inti, tácitamente estaban vetados.

Pero surge un fenómeno muy interesante y pienso que fue de una forma espontánea, sin ninguna planificación, sólo en base al olfato de algún locutor de radio valiente, que se atrevió a poner al aire un cantautor cubano semi desconocido para el grueso de la gente, que con una temática novedosa, muy melódica y de ritmos variados. El contenido de sus letras no tenía nada de sedición, pero si mucho de poesía bien elaborada que conquistó a la gente con rapidez. Y la música de Silvio Rodríguez se extendió como un reguero de pólvora. Muy luego se le sumaría otro cantautor gigante y cubano por añadidura: Paulo Milanés.

En las radios se escuchaban poco… quizás fue de guitarra en guitarra, o de casete en casete, lo cierto es que en muy poco tiempo eran los principales invitados a todas las fogatas veraniegas, a las peñas, o a los encuentros de música joven y mencionar sus  nombres y cantar sus canciones era un acto de valentía que la gente premiaba con un fuerte y valiente aplauso también.

A fines de los años setenta, ya estaban apareciendo los encuentros y peñas folclóricas, muy vigiladas y controladas por las autoridades y todo asomo ligeramente subversivo era reprimido con todo el rigor de la dictadura. De hecho, siempre llegaba un fotógrafo que tomaba registro a los artistas y al público en general. Mucho tiempo después, supimos que era una forma de control de los cantantes y asistentes a esos lugares.

Recuerdo un hecho en el que se vio involucrado mi hermano Omer.

En un acto cultural del liceo donde él era director, un alumno cantó “Al centro de la injusticia” un tema de Violeta Parra con un fuerte contenido social y que llegó a oídos de las autoridades militares.  Alumno y director fueron increpados duramente.

La defensa de mi hermano fue muy inteligente: Si usted cree, le dijo al oficial, que una canción que Violeta Parra escribió hace unos  quince años, tiene algo que ver con el Chile de hoy… esa es su interpretación… Al poco tiempo Omer Zúñiga fue removido del cargo.

Y para no ser menos, yo también me vi afectado en un hecho similar, pero que tuvo más características anecdóticas que de otro tipo.

A mi hija Carolina de seis años, yo le enseñé una canción de Isabel Parra muy bonita y que pone el acento muy sutilmente en el destierro. “Ronda para un niño chileno”:

      Matías es uno de tantos inocentes pajaritos… Que volaron a otras tierras por no tener su nidito.

Así dicen sus primeros versos y yo se la enseñé a mi hija sólo porque es una canción muy tierna. Pero Carolina en toda su inocencia, se le ocurrió cantarla en su curso y llegó muy contenta contándome lo que había hecho. Eso fue en 1978 y obviamente que no le dije nada, pero anduve preocupado por mucho tiempo. Felizmente, la inocente iniciativa de mi hija no tuvo consecuencias.

Por esa época, conocí una joven quillotana que le gustaba el canto popular latinoamericano y que no tenía quien la acompañara. Paty disponía una voz potente afinaba y dulce que era del agrado del grueso del público. Probamos hacer un dúo y  resultó. Muy luego, el dúo de Paty y Aldo era invitado a todos los encuentros folclóricos, incluso llegó a la televisión y a la radio. Al poco tiempo, comencé a notar cierta vigilancia, con tan poco disimulo, que más de una vez vi una sombra paseándose frente a mi casa y que tomaba la hora cuando llegaba tarde en la noche.

Y por esa época también, conocí un grupo de jóvenes alumnos de la Escuela Industrial donde estaba recién llegado, que habían formado un grupo de canto latinoamericano y lo habían hecho  solos. Me ofrecí ayudarlos y así nacieron “Los Guaipes”, que aún es recordado por mucha gente y que ha permanecido en el tiempo con otro nombre. Hoy son “Mitimae”, de los originales Guaipes sólo quedan tres y los sigo ayudando para ordenarlos musicalmente. Aún recuerdan una de las tantas anécdotas ocurridas en esos años duros, donde ellos comenzaron a manifestar su compromiso con la democracia.



Grupo "Mitimae"


Fue para un primero de mayo de comienzo de los años ochenta. Ya habían salido del colegio y por voluntad propia, seguíamos cantando, aprendiendo cosas nuevas y dándonos a conocer en el mundo del canto popular. No recuerdo como fuimos invitados a un acto organizado por la ANEF, para conmemorar la fecha en el Fortín Prat de Valparaíso. Llegamos y un contingente de carabineros que se encontraba a la entrada, nos revisó uno por uno y para ver si dentro del bombo había algo oculto, lo abrieron con una bayoneta. Todos nos asustamos, pero fue el único gesto agresivo que tuvimos que enfrentar. Igual cantamos y algo asustados regresamos a Quillota. 

Estoy intentando de graficar el papel que le cupo el canto popular durante los años del gobierno militar. Espacio para hacer algo más trascendente no teníamos, pero el hecho de cantar un tema de Víctor Jara, de Violeta Parra o de cualquiera de esos grandes creadores “subversivos”, era un acto de coraje político que la gente premiaba con cerrados y sostenidos aplausos.

Y la imaginación y valentía llegaron más lejos. Gustavo Hidalgo, un profesor quillotano hizo unos simpáticos arreglos de canciones infantiles, cargados de sutiles ironías políticas que no fueron del gusto de las autoridades del ministerio de educación y el Flaco Hidalgo fue exonerado. Algo similar le ocurrió al “Chico” Díaz, un estudiante de música que se atrevió con temas “atrevidos” y fue expulsado del país. Mejor suerte tuvo el poeta Oscar Varas de Limache, Clara Fuentes de Quillota, el Chelo Tapia y su señora, o el dúo del matrimonio Barbosa-Báez de La Calera que sobrevivieron a las presiones de la época.

La dictadura tenía claro el peligro que representaba el canto popular e intentó reprimirlo, pero ya era tarde. Radios como “Cooperativa” y “Chilena”, que además de informar con la verdad, no tenían miedo de incluir temas “prohibidos” en su parrilla programática y así se fueron ganando una audiencia mayoritaria, que contribuyó que en el plebiscito de 1988 triunfara la opción “NO”, que pondría fin a la dictadura.

No estoy afirmando que fue el canto popular el que terminó con la dictadura, pero que ayudó, sí que lo hizo y quienes de alguna manera contribuyeron a este triunfo, se merecen todo nuestro respeto.

Y viva la canción chilena y latinoamericana.

Aldo Zúñiga Alfaro