lunes, 22 de abril de 2019

Días de Liceo


(Según el escritor y Premio Nacional de Periodismo Luis Enrique Délano  (1907-1985))





Curso con su Profesora Jefe Srta. Marta Olea
Liceo de Hombres de Quillota
16 de mayo de 1930



Fui alumno del Liceo de Quillota en 1924 cuando cursaba los últimos años de humanidades.  Era rector don Rafael Cavada.  Entre los profesores que recuerdo se contaban Romeo Murga, que acababa de salir del Pedagógico y era apenas dos o tres años mayor que nosotros; Luis H. Contreras, Clara Correa, Ruth del Canto, Carlos Ossandon, Aida Jara; entre mis compañeros de curso estaban Elías Ugarte, Raúl Vicencio, Elianira Ríos, Perico Miller, Filomena Torres.

Recuerdo con cariño el Liceo, porque sin duda allí recibí estímulos para una tarea literaria tan incipiente como copiosa.  Escribía entonces los primeros versos y ciertamente algunos de ellos se inspiraban directamente en el Liceo, como un soneto a la campana y otro a un esqueleto que había en el gabinete de ciencias naturales.  Cuando llegó Romeo Murga a hacer clases de francés, hubo una verdadera revolución entre los que entonces escribíamos o comenzábamos escribir en Quillota, estudiantes o no, como Blanca Cavada, Elías Ugarte, Luis Sepúlveda, José Izquierdo y yo.  Ese año, 1924, con ocasión de las fiestas de primavera, publicamos la revista Floreal, dirigida por Murga.  Más tarde, Alejandro Gutiérrez, Edmundo Reyes y yo publicamos Abanico, que alcanzó varios números, con muy buena intención y versos malos… desde el punto de vista literario, estábamos con la revolución poética encabezada por Neruda y Huidobro, con las teorías y los “ismos”.  Políticamente éramos rebeldes, pero teníamos una gran confusión en la cabeza.

Habría de pasar muchos años antes que encontrara yo un camino y una concepción más o menos ordenada del   mundo, la sociedad y los fenómenos.

El Liceo de Quillota era en aquella época una especie de reducto liberal (en el buen sentido de la palabra) en medio de una ciudad ultra conservadora.  Esto lo sentí muy claramente, pues procedía yo de un colegio religioso.  Fue un impacto claro, directo y rápido. Como ocurre entre los adolescentes, cambié bruscamente, feliz de ponerme una ropa nueva, amplia y a mi gusto, comprendiendo que antes había vivido en un  ambiente estrecho y convencional.  Imprimía ese carácter de pensamiento al Liceo el rector, don Rafael Cavada, y profesores como Contreras, Parra, Murga y otros.

En aquellos tiempos, los estudiantes mostrábamos muchas inclinaciones intelectuales y muy pocas de tipo deportivo.  Recuerdo, por ejemplo, las fiestas de primavera  que eran totalmente preparadas por los alumnos de quinto y sexto años.  En una velada montamos una obra teatral chilena bastante seria y famosa en esos días, Los payasos se van, de Hugo Donoso.  Yo hacía el papel de pintor y para estar más en carácter, le pedí prestada su capa al señor Fernández, el cura que hacía clase de religión.  La capa entusiasmó a Romeo Murga y la usamos alternadamente durante un par de semanas.  Pusimos también en escena una opereta bufa,  El rey que “rabea”, compuesta en su mayor parte por Murga, con tanto éxito que fuimos invitados a representarla en Limache, Quilpué y otros pueblos vecinos.  La verdad, publicar una revista era para nosotros tarea mucho más importante que un partido de fútbol.  Las fiestas de primavera, igualmente, nos demandaban gran esfuerzo, de modo que un mes antes de su realización, dejamos de asistir a clases…

Entre otras novelerías liceanas, pertenecía  a una sociedad secreta fundada en el Liceo de Valparaíso, que tenía una pequeña ramificación en Quillota.  No éramos más de dos o tres los miembros quillotanos de esa “logia”.   Un día llegó un “hermano” de Valparaíso, que se había peleado con su familia, y nos vimos en el duro aprieto de buscarle alojamiento y comida.  Lo hospedamos en la biblioteca del Liceo, que tenía puerta a la calle.  Ponce, el bibliotecario, un egresado que pertenecía también a esa especie de francmasonería estudiantil, arriesgando su puesto permitió que ese amigo, que se llamaba del Solar, durmiera allí y se alimentara con unas latas de sardinas y duraznos en conserva que había sobrado de una rifa de los boy scouts y que se guardaban en la biblioteca…

Yo era un pésimo alumno en matemáticas, física y química, pero más o menos aventajado en francés y castellano.  El profesor Luis H. Contreras frecuentemente me pedía que hiciera clases de francés a alumnos suyos atrasados.  Así gané los primeros pesos de mi vida, que usé en comprar un hermoso sombrero  alón italiano, marca Borsalino, como los que usaban los petas de entonces.  Más tarde, en Santiago, lo admiraron mucho Pablo Neruda y Tomás Lago.  A fines de 1926, fuimos tres alumnos a dar bachillerato en Valparaíso: Elianira Ríos, Raúl Vicencio y yo.  Elianira estudió pedagogía, Vicencio se recibió de Médico y se especializó en psiquiatría.  Yo merodeé dos años en la Escuela de Leyes y en el Pedagógico, para terminar finalmente en el periodismo y la literatura.


Fuente: Revista del Centro de exalumnos del Liceo Santiago Escutti Orrego”, octubre  1965.  Gentileza de Jaime Brito O.