Santiago Amengual Balbontín
(fuente Chile a Color, G. Pérez Font)
Durante
diez días los quillotanos celebraron, fuegos artificiales y un gran banquete
con baile incluidos, el decisivo triunfo chileno en Yungay contra la
Confederación peruana – boliviana, según “El Mercurio”. La noticia llegó a Santiago en febrero.
Hubo
otros quillotanos que celebraron en el campo de batalla como, por ejemplo, dos
personajes que hemos presentado en otras notas: Santiago Amengual Balbontín
(Quillota, 1815 – Santiago, 1898) y José Esteban Gutiérrez.
Amengual
participó en las dos campañas contra la Confederación. La primera entre septiembre de 1837 y
diciembre del mismo año. En la segunda
figuró: en el tiroteo del Naranjal (agosto de 1838), batalla Portada de Guías,
ocupación de Lima, acción del Puente de Buin y Yungay (enero de 1839).
La
Confederación, liderada por Andrés de Santa Cruz (demonizado por el racismo),
se constituyó en 1836 y se desintegró después de Yungay, donde murieron 2.000
combatientes.
“Relato
de un combatiente de Yungay” se titula el texto, relacionado con J. E.
Gutiérrez, que publicó “El Mercurio” el 20 de enero de 1985 y que
transcribimos.
Relata sin aspaviento. Es como un notario que deja constancia,
desatento al contenido heroico y de horror.
Cuatro y media carillas tamaño oficio escritas años después de Yungay
por un hombre que fue sargento del segundo batallón Aconcagua, José Esteban
Gutiérrez. De él no se conservan
antecedentes ni su imagen.
El documento forma parte de una
colección familiar y permanecía inédito hasta hoy, 146 años después de la
batalla de Yungay, ocurrida un 20 de enero.
Comienza el relato de este modo:
“Después de la batalla del puente
Buin, nos trasladamos a Yungay todo el ejército. El día siete marchamos para la pampa de San
Miguel, afuera del pueblo de Caraz (…). Nuestro trabajo fue hacer unas
trincheras de como ocho cuadras más o menos de largo, y unos castillos para
colocar los cañones, dos en cada uno, y sin perjuicio de trabajar las rucas
para los oficiales y tropa. Concluido
esto, se improvisó hacer un puente en el río Santa, de simbra, a costa de mucho
trabajo. Todas las noches teníamos que
pasar el puente un batallón a hacer la gran guardia al otro lado del río, y sin
perjuicio de hacerla en todo el Ejército (una compañía). Catorce días permanecimos en este lugar y,
cuando no teníamos ya qué comer, se ordenó fuéramos en busca del enemigo, que
acantonaba en Yungay.”
“El 19, antes de la oración, se tocó
a retreta y se ordenó que todo el ejército apagase los fuegos y se acostaran a
dormir. El veinte, antes de las 3 de la
mañana, se tocó a diana, tomando todas las armas y se pasó lista. Tomado el parte, se mandó saliesen las
compañías de Cazadores al frente de sus cuerpos, mandándoles dejar sus mochilas
a la casa del General en Jefe, don Manuel Bulnes.”
Asalto al Pan de Azúcar
Ataque al Pan de Azúcar
Charles Chatworthy Wood Taylor
Colección Nacional Benjamín Vicuña Mackenna
“Emprendimos la marcha hacia Yungay a
las 3.30 de la mañana y llegamos a un portezuelo que se estrecha al río Santa,
colocándonos en la falda del río junto al cerro. Allí permanecimos como dos horas, viendo
subir, bajar y flamear las banderas enemigas en el cerro Pan de Azúcar.”
“Todos fijábamos la vista hacia el
lado de Caraz, cuando se nos presentó a la larga distancia el ejército que
venía en auxilio nuestro. Nos organizamos
y marchamos bajando el cerro, y entramos a un callejón que se veía lleno de
gente. Se armaron las piezas de
artillería y con dos tiros a bala rasa quedó limpió el callejón. Se colocó a un lado el general Bulnes y al
otro general Gamarra, y al pasar, nos palmeaban los hombros y nos decían:
“Desalojando esa fuerza, ganamos la acción”.
“Marchamos hasta las casas de la
Hacienda de Punyan. Al llegar a éstas, el General Bulnes nos hizo hacer alto y
mandó explorar casas con la caballería.
Cerciorados de que no había enemigo, marchamos a rodear el Pan de
Azúcar. Tan pronto como circulamos el cerro, nos sacaron las compañías del
Carampangue y Portales para mandarlos a otro cerro que por ahora no recuerdo su
nombre, quedando para subir el Pan de Azúcar las compañías siguientes:
Valdivia, Valparaíso, Aconcagua y Colchagua, y las peruanas Guailas y Cazadores
del Perú.” “El enemigo nos invitaba a que subiésemos”, continúa, “tratándonos
de chilenos ladrones, asesinos, incendiarios, tramposos, borrachos, y otros
improperios que no recuerdo. Nosotros les contestábamos que eran cobardes,
maricones, que si subíamos para arriba, no dejaríamos ninguno. Esto era como una distancia de dos cuadras,
quedando nosotros al pie del cerro”.
“En esto descendía el batallón Aconcagua de la
cordillera de Conchuco; cuatro compañías bolivianas salieron a su encuentro, el
Aconcagua, que venía preparado, se trabó en combate del que salió victorioso
éste. Corridos que fueron los
bolivianos, los que estaban en la cima Pan de Azúcar hicieron fuego sobre el
Aconcagua”.
“Nosotros”, prosigue el relato, “que
estábamos hasta entonces sin tirar un tiro, al oír las descargas nos paramos y
empezamos a subir el cerro tirando sobre ellos. Las cornetas tocaban alto al
fuego, pero nosotros no hacíamos caso, todo nuestro anhelo era llegar arriba,
de balde nos tiraban galgas, y lo conseguimos con gran trabajo”.
“Llegados a la cima del Pan de Azúcar
nos entretuvimos matando a los que guarnecían el cerro, en número de 2.408,
incluso al general que los mandaba. El apellido de este jefe era Quiroz”.
Batalla de Ancash
“Los que concluimos este hecho de
armas”, continúa el relato del sargento Gutiérrez, “Bajamos a la caja del río Punián,
desplegados en guerrillas, acomodados como cada uno pudo pues el enemigo estaba
en alto y bajo de trincheras y, sin embargo, nos hacía un fuego vivísimo. Nosotros les contestábamos; esto nos sucedió
estando por el espacio de una hora solos, hasta que empezaron a entrar los
batallones que no estaban de reserva, y entonces se hizo general el cambio de
balas, que duró cuatro horas más o menos.
Al finalizar este tiempo se tocó a retirada, habiéndonos retirado más de
cuatro cuadras del enemigo. Entonces se
coronaron las puntas de cerro enemigos que venían en persecución nuestra,
saltando las trincheras y corriendo tras de nosotros y haciéndonos un fuego
vivísimo”.
“El ejército corrió hasta dejar el
barranco del río, y el General en Jefe y los oficiales, chilenos y peruanos nos
rogaban que volviéramos. En efecto, volvimos haciéndoles fuego y bayonetas hasta
que logramos envolverlos con el enemigo bayoneteando y matando bolivianos y
peruanos como lo merecían, por maricones y cobardes. En envoltura con el enemigo logramos
apoderarnos de dos piezas de artillería y un obús que tenían en el camino real,
que imposibilitaba el paso del ejército”.
“Expedito éste, el primero que pasó
el barranco fue el regimiento Cazadores a Caballo. Tan pronto como subió, la caballería enemiga,
en número de 800, se le vino encima haciéndolos volver caras. Nosotros, dueños de las trincheras y del camino, salimos a la
defensa de nuestra caballería y sin dejar de atender la infantería enemiga, que
hacía tiempo estaba flaqueando por ambas alas.
La caballería toda pasó el barranco y se formó por escalones, y al toque
de degüello, cargaron sobre el enemigo, poniéndolo en completa derrota. Visto esto, nuestro ejército tomó más bríos y
acometió con más fuerzas, persiguiéndolos y tomando prisioneros hasta el número
de 2 mil”.
“A un sargento que fue de los
primeros que entraron a la plaza de Yungay, el general Gamarra le mandó que volviese al campo de batalla con
cincuenta hombres de todos los cuerpos que primero entraran, con la comisión de
recoger heridos y armamentos. Al día
siguiente, se ordenó bajara el mismo sargento, con tropas de su cuerpo, que era
el Aconcagua, para hacer la misma operación.
Condujo al Hospital de Sangre a todos los heridos que encontró. La iglesia de Yungay, que tenía una cuadra de
largo, y tres naves, contenía como mil heridos de ambos ejércitos. Este fue el Hospital de Sangre”.
“El día 22 de enero de 1839 se formó
todo el ejército chileno, y el presidente don Agustín Gamarra nos pronunció una
proclama alabando el valor chileno, y nos prometió que contásemos con medio
millón de pesos que regalaba el Perú al Ejército chileno, y una medalla de oro
para los oficiales, y una de plata para la tropa; y el que describe este hecho
de armas, conserva la medalla de plata que tanto costó alcanzarla.”
Colaboración: Carmen Marticorena