Equipo San Luis de Quillota, año 1955.
(imagen: www.sanluissa.cl)
“Grado Cero” se titula el
suplemento de literatura del periódico, fundado en la comuna de La Unión , “El Ciudadano. Cristóbal Gaete, editor del mencionado
suplemento, escribió para la edición del mes de agosto del presente año el
siguiente texto:
Soy
hincha de un club pequeño. Hay grandes,
medianos (sin aspiraciones en Primera A) y los pequeños, que se las pelan entre
Primera y los potreros. A veces a los medianos les toca ganar algo, a veces los
pequeños coquetean con la gloria, excepcionalmente. Glorias menores. Una copa Polla Gol, equivalente a la Copa Chile cuando era
torneo de apertura, sólo para equipos de segunda división. Ése es el mejor registro en Youtube de mi equipo: San Luis de
Quillota. Cada tanto muestro mis cosas
del club a mis amigos, camisetas o contraportadas de revistas Estadio, cada
tanto algo me recuerda que soy hincha del canario. Hace poco fui a ver una exposición de artes y
deportes y colgaba un libro de una pinza ploma, Parque Schott (Rocas
Shop), de Antonio Duarte, que tenía un poema a Pindinga Muñoz, uno de los
punteros en ese equipo glorioso de San Luis:
15
el pindinga muñoz es un crack de los
90
pasó por Osorno, por San Luis y por la Cato
veloz como un perro persiguiendo una
bici
se comió la banda izquierda
ahora vive en un pueblo fantasma
Duarte
escribe de visita todo lo que puede asociar a la cancha de Provincial Osorno,
un equipo mediano de los años noventa que desapareció del profesionalismo, sin
entrar en el estadio. Otro texto sobre
San Luis - porque hablar del equipo de provincia es hacerlo de su ciudad - está
en Ciudad fritanga (Bifurcaciones), donde Juan Diego Spoerer escribe de
Quillota.
“Desde el micromundo de una radio a pilas
yo media el universo, las ciudades y su circunstancia por las acciones en un estadio de fútbol.
Ése era el centro neurálgico de
la vida. Allí se congregaba la importancia
ígnea de la existencia. En el Estadio Municipal
hacía de local San Luis y allí defendía el arco
Ricardo Storch, la araña negra chilena.
Con mi hermano compartíamos la
pasión por el arco y Storch encarnaba
la destreza temeraria de un hombre en
la soledad de los tres palos.
Llegó el momento de bajarse del
tren. Adentrarse en esa ciudad e ingresar al estadio. Pero quién
mira una ciudad cuando el destino es un partido de
fútbol. El estadio, el primero de mi infancia, no era un estadio. Era
una cancha con tablones astillosos bajo una fila de álamos para mirar el espectáculo.
Storch con su soledad intrépida
atajó toda la tarde (…)”.
Tengo tres contraportadas de Estadio donde sale
Storch, de 1962 a
1964, siempre con los brazos cruzados y uniforme negro. Tras leer el texto de Spoerer le escribí para
preguntarle si efectivamente había visto el equipo en esos años, me confesó que
no. Para verdad hay otras cosas, como Largo
viaje en busca de un gol (2013), del ex presidente del club en el 2003,
Mauricio Morales, que está tan lleno de anécdotas como de puntos suspensivos.
Porque todos los puntos fueron importantes para volver al profesionalismo
después de 13 años en el averno de la tercera división.
“… Al final la conversación terminó en el
local comercial “El Churrascón”
de Quillota. Allí, con la ayuda de un par de completos y una gran
porción de papas fritas,
finalmente se logró llegar a acuerdo... Este
pasó, como es lógico, por un pago
aunque menor al que pretendía “Chupete”…”
Ni siquiera pensaría en la conexión entre
literatura y fútbol si no fuera por la revista deportiva El Gráfico. En casa
no había muchos libros, mi hermano que
trabajaba de chico llegaba con ellas.
Los boxeadores eran todos épicos bajo la pluma de Carlos Irustra, cuando
llegó el cable no eran ni la mitad de espectaculares. Me encantaban las historias de ascenso que
sólo ameritaban páginas a fin de año, e imaginaba a San Luis allí y a mí
escribiendo más tarde esas páginas.
Hoy la revista está cerrada, al igual que San Luis,
cumpliría su centenario este año. El
equipo también está en peligro. Acaba de
llegar un segundo entrenador a hacer la práctica en la misma temporada. El primero se quejaba del estado de las
canchas, desconociendo los potreros donde se juega la realidad. Ahora tratan de echar a otro jugador de la
casa. No saben cuán largo es el camino
allá afuera y cuán corto es el olvido.
La mejor jugada que vi en la cancha de San Luis fue de Guillermo
Corominas: una tijera espectacular. Por lo mismo mal trato terminó yéndose a
Magallanes y desapareciendo del profesionalismo. Esa tijera sólo la vimos los 1500 que
estuvimos en la cancha.
En Parque
Schott, Duarte rodea la gloria al
quedarse en la casa de la hija de un goleador de un partido extraordinario del
local. En la mediana gloria de la
provincia no hay olvido. Hace algunos
veranos volví a comprar la revista de San Luis campeón 1980 y caminaba con ni
hija volviéndome un cover de mi mismo, tomando un helado en la Plaza de armas de Quillota,
pensando en Luis Enrique Délano siendo fotografiado con su sombrero. En eso llegó Pititore Cabrera, el goleador
del equipo glorioso que mostraba Quillota a sus amigos.
En Largo
viaje en busca del gol aparece el mismo Pititore tratando de volver al club
al profesionalismo con Pindinga en 1992, antes incluso del paso por Osorno.
Entonces se jugaban cuadrangulares y Quillota hizo la fuerza para ser la
sede. Si había formas de ser derrotados
ésa era la más justa, con la camiseta puesta, dignos y listos para pelear. Quiero que así me halle la literatura en el
momento final.
Porque mucho de nosotros no quedará, de esto estoy
seguro. En un asado con mi colega
Cristian Geisse, en Vicuña, su papá cachó que me gustaba San Luis de verdad. Tomó el teléfono sin aspavientos y llamó al
hermano de Rubén Rivera, uno de los goleadores históricos de San Luis en los
años setenta.
El hombre, conmovido por escuchar de alguien de San
Luis, me hizo llegar a casa una camiseta homenaje a su hermano, además de
recortes de los años setenta. Uno de
ellos es la formación sin más, jugaban con camiseta amarilla y shorts
negros. Ni insignias ni
auspiciadores. Detrás, la tribuna Pinto
del estadio viejo, su pasto algo imperfecto, el que podía sentir en los pies al
final de los partidos, el que te enseñaba que parar la pelota no es fácil. Hoy es otro estadio y su pasto es sintético,
una locura considerando el entorno natural.
En el libro de Morales cuenta cómo el presidente
histórico de San Luis absorbía todas las deudas, un turco al decir de mi mami,
y Calera, el archirrival, siempre fue de los turcos. Hoy en ambos clubes los manejan dueños
argentinos que viven lejos, nadie sabe qué sucede. Otros equipos como San Felipe o Rangers, que
a veces tenían algo que decir en los campeonatos de arriba, parecen zombies del
ascenso bajo el mismo modelo.
Y yo no quiero serlo. Laguna vez leí que Nick Hornby decía que su
destino estaba vinculado al del Arsenal.
No leí el libro, no leo traducciones, pero sí creo que los hinchas viven
eso. Recuerdo tener la absoluta certeza
de que algo bueno me iba a pasar cuando la juvenil de San Luis ganó la copa
Nike y fue a jugar al teatro de los sueños contra grandes clubes del mundo.
El recorte que más cuenta de la vida de Rubén
tribilín Rivera lo firma un tal Lucio Fariña Fernández. Así se llama el estadio de San Luis ahora, un
estadio precioso que en vez de recordar a un jugador elige un periodista e
hincha que acompañó al club toda su vida.
Para él no fue nunca necesario salir de la provincia, para él no hubo
jamás un estadio más grande.
Cristóbal
Gaete